viernes, febrero 24, 2006

El suplantador


Nadie sabe quién habita su propio interior, quién ha ocupado cada una de sus laberínticas vísceras, los labios y las uñas, el imposible de imaginar, lugar del pensamiento, la almendra del alma, y desde allí, espléndido suplantador, habla y habla.

sábado, febrero 18, 2006

Pantanal

En la calle castiga el sol del verano. El Pantanal es un lagarto más grande que la tarde, pero su presencia no está hecha de aguas verdosas, ni de escondidos bosques secos, su presencia es una tijera de polvo indolente que se adhiere a todos los rincones. En los lugares descuidados nadie puede tener deseos de ingresar. Aquí caminar no es un verbo, es un adjetivo hecho para calificar la manera de no ir, la manera de quedarse. Incluso es preferible encuevarse en este hotel de clase media donde el desagrado es el mayor factor, y esperar la invasión de los insectos para encerrarse en la habitación con aire acondicionado. Mirar a través de los vidrios, tras la sombra de los arbustos, las luces del pueblo, una de ellas roja, una de ellas con una Magdalena extranjera dispuesta a sonreír; pero nosotros cerramos las cortinas y dejamos que la oscuridad sea la única compañía, aturdida naturalmente por el ruido de cigarras implacables, perennes, monótonas, tardías.

viernes, febrero 10, 2006

Las alas del ángel

Unimos las alas del ángel con saliva amarga y el ángel se precipitó a tierra por su peso terrible. Sobre la acera vieron debatirse al ángel en un idioma extranjero y poco a poco lo vieron levantarse, el ángel hincado parecía cantar con voz aguda. Entonces se detuvo todo el tráfico y el policía se acercó a instancias de todos. No sabía si blandir el laque o apuntar con revólver, tenía el terror en los ojos pero la cosa es que no podía negarse a causa de perder el empleo y quizá la mujer y comer poco rancho. “No, hermano”, dudaba para sí el policía, “mejor voy y pájaro en mano.” Como todo era muy lento sonaron las bocinas de los automóviles que estaban más lejanos, haciendo fila, atrapados, sin saber qué infiernos allí pasaba; que pasaba la muerte con las alas coladas, como una mariposa por la calzada.

miércoles, febrero 08, 2006

De los secretos

Hay una desnudez que no es del cuerpo, sino de los actos, de la evidencia de los actos. Esa desnudez tiene dardos, olores e impurezas. La desnudez –despojarse, inerme ante los otros- es forzar el mecanismo con un engranaje demasiado pulido pero asincrónico que rueda y altera el reloj de la amistad, la máquina de zurcir que llaman amor y la rueca de la alegría que teje el hilo de unión de la familia.

Si nos desnudamos en los actos habrá un silencio de viento y caeremos del campanario. Así, rota el ave muere desnuda.

¿De qué hablamos? Inquirirá el afilado lector, urgido de precisión. Y ya me apresuro a dar un ejemplo.

Entonces, qué si en el entreacto de los vinos sucede aquella desnudez y revelamos un secreto que era muy íntimo, una declaración que debía morir con nosotros. Qué si entonces te despiertas al día siguiente, qué si te parece que la infidencia no fue tal sino la pesadilla del alcohol, qué si el secreto verdaderamente quedó en secreto, pero ahora dudas, y miras con sospecha cualquier movimiento, cualquier referencia por lejana que fuese al escondido, aparentemente a salvo, secreto vital.

martes, febrero 07, 2006

Caracol detenido

Recibo un golpe de acetona en la cara. Impávida, la mujer del asiento delantero se limpia el esmalte de las uñas. Ese aliento tiene la memoria de las enfermerías, de las curaciones de las heridas. Yo miro las mías, no tienen forma de sanar, no puedo quitar la memoria de lo dañado así refriegue mi alma con litros de acetona. La cosa está ahí palpitante. Y uno se pregunta ¿qué es la cosa? ¿Qué es lo que duele? ¿Cómo es la herida? Entonces uno descubre que la herida es la perdida de la capacidad de lo nuevo. Pues, cuando crees que no estás preparado para lo nuevo, cuando consideras que no serás recibido por lo nuevo, el gusano retrae sus antenas y se detiene. Caracol detenido. Caracol maltratado. Caracol lineal y sin futuro. La mujer pide descender del microbús en la siguiente esquina. El olor a acetona se va con ella. Tengo la impresión que no consiguió sacar todo el esmalte, que le faltaba el del pulgar derecho, pues la vi atacar con la otra uña para apurar su limpieza. Descubro que el problema no es curar las heridas, descubro que el asunto es limpiar el esmalte de lo pasado dejando libres los actos para mirar con manos limpias las nuevas obras, los nuevos episodios con toda su belleza y con todo su dolor. ¿Y si todavía hay resabios? Paciencia, ya los terminaremos de quitar en la sala de espera del dentista, antes de su taladro y su terapéutica atormentadora.

lunes, febrero 06, 2006

La mujer de lata

El pozo era profundo, y allí se acurrucó esperando que pase la lluvia. Imaginó una mujer de oro, pero lo único que obtuvo fue una de lata, toda parchada con los anuncios de manteca “El cerdo feliz”. Al paso de las horas, con el agua, la mujer se oxidó. Entonces el hombre decidió salir del pozo. No digo que no le costó, pues la tierra en esos sitios es gredosa. Resbaló durante bastante tiempo y fue necesario cavar, con la estilográfica, pequeños hoyos para usarlos de escalera. Todo esto con gran esfuerzo y ensuciándose de lodo; pero una vez afuera, no hizo otra cosa que correr, correr sin parar sobre la llanura.
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