miércoles, abril 26, 2006

Giraldillo

Aquí, en la cima de la Giralda, el viento es el señor del vértigo. Sobre la torre, mi cuerpo dorado, fisura escondida, obedece los sucesivos ensayos; así, otra corriente inesperada gira en el tiempo. Y en la ciudad, las anónimas cabezas llegan a los patios, mientras el agua desde las norias escudriña, sin descanso, la generosidad de las albercas y fuentes de las casas. Nada llega hasta el aire. Solitaria -mi cintura está dotada de seducción pero es estéril- vivo el pecado de la veleta, buscando el inescrutable destino del viento.

miércoles, abril 19, 2006

In Nudo

I

Este mi interior tan escondido, donde abundan los miedos. ¿Miedo a qué? Hay miedo a las pérdidas; sin embargo, perdemos, perdemos, día tras día, pedazos de inocencia; y lo poco que queda es tan de otro que ya no se puede tomar en cuenta.

Entonces nos miramos ante el espejo de la conciencia y sólo dura un instante, pues no nos queremos ver. ¿A dónde hemos caído?

II

Me busco con decisión, pero el adentro no se abre. ¿Quién soy yo? ¿Quién éste, que me habita verdaderamente? Mientras la luz de la mañana, de este mi ahora, penetra iluminando parte del piso de machihembre hecho de anchos listones de hermosa madera, y el mundo parece ser la elegía del minuto, adentro, agazapado, atemorizado, espero, espero a que sucedan los días, a que algún milagro rasgue el velo y pueda emerger. Pero ¿Quién irá a emerger? Sospecho su dilatada esencia, nada más, cuando cierro los ojos y él está esperando que lo sienta. Entonces, por un efímero instante, es él quien se hace yo, como corresponde.

III

¿Quién es éste que es capaz de olvidarse de sí mismo y dormir con la única seguridad de que vive? ¿Qué es esta seguridad? ¿Qué es el “yo vivo”? De esta afirmación nos valemos para desplegarnos como zombis, para dormir y soñar y morir como zombis. El amanecer de ese que mora adentro sucede como la luna que alumbra y que no veo, como si no existiese, porque estoy en mi habitación, las ventanas con las persianas bajas, encerrado, protegido del mundo, durmiendo. Mientras la luna ejerce su reinado sobre todas las estrellas y pinta de leve luz el llano e ilumina las paredes que se levantan libres en las avenidas.

Pero el universo de lo oscuro permanece oscuro: los callejones, los jardines del bosque elevado, la selva, el río que transcurre indiferente al abrigo de los molles, y el mar de nuestros sueños atiborrados de puertas que flotan, en medio del naufragio inevitable del “yo quiero”

IV

Si se lo deja por mucho tiempo, ese de adentro se calla. Entonces somos como gatos lamiéndonos la cara, entregados a la necesidad del placer físico que solamente devuelve hastío y deseo. Hastío por cada uno de los actos y deseo por otros prohibidos, o fuera de nuestro alcance. Prohibidos por la sociedad, o vedados por nuestras condiciones de edad, de dinero, de timidez, de impudor. Entonces nos decimos que el de adentro no existe, que fue apenas una ilusión de nuestra juventud, pero él, ahora más desconocido que nunca, está allí dolido, abandonado. Me doy cuenta que soy él, que soy un ser escindido. Me doy cuenta que el amor, el par que he buscado, y aquél que esperaba al final, más allá de la muerte, dispuesto a recogerme, es él. Soy yo mismo. Duele.

V

Veo que otros han llegado a su interior, y allí son carne viva, vagina viva. Ellos se contorsionan con el limón de las cosas como un ostra abierta. Yo no. Yo estoy clausurado. Una roca ha sido colocada en la puerta. Adentro, puede que todo esté impregnado de humor de mortajas, de putrefacción; pero si un día entro y regreso con una flor azul. ¿Entonces qué? A eso llamamos esperanza.

VI

Medito, me busco. Hay alguien que se desliza suavemente, furtivamente. Y con él regresa hasta mí aquel aroma de mis diez años. Edad cuando lo sentía más cerca; era, si intento explicar, como una especie de ilusión de mi futuro. Pero en mi futuro, es decir, hoy, lo único que han crecido son los deseos, la desesperación de la cotidianidad. Hoy, la calidad de terreo de que estoy hecho me anquilosa y me desmorona; mientras ese alguien, no sería otra cosa que el fantasma que deambula, sin darme cuenta, como esperando, entre todas las mentiras del soy así. Y ese alguien no es nadie, es apenas una sensación, una especie de voz del que está adentro, encerrado entre los muros que yo mismo fortifico para negarme.

Tal parece que casi todo lo que hemos hecho –y los actos han sido inconscientes, llevados por ese afán de futuro que la sociedad nos endilga- lo hemos trabajado en contra nuestra. Nuestra infelicidad ha sido construida de tal manera que solamente queda el sótano, donde nos hemos soterrado y desde donde imaginamos caminar, ironizar, leer, sufrir, ser poetas. De tal manera que, un día, si somos capaces de retornar, estaremos desnudos y perdidos en un mundo en ruinas.

martes, abril 11, 2006

Puraduraluvia

El vocabulario castellano, al igual que el de otros idiomas, se ha ido construyendo sobre los cimientos hechos de lenguas todavía más antiguas: el latín, el griego, el árabe como ríos principales. O sea -se dirá- es un árbol: sí, un árbol de hojas mágicas, flores de múltiples fragancias y frutos sorprendentes. Así que como la savia que lo alimenta viene de tales vertientes, la gran mayoría de ellas tiene una amplia prosapia, que los etimologistas ya han sabido definir en su momento. Sin embargo, este árbol, digo, el árbol del idioma, es uno asombroso, tanto que los pájaros se transforman en hojas vivas, y éstas son las palabras nuevas. Estos pájaros a quienes les han crecido manos, son los poetas que las engendran y las paren en una especie de hermafroditismo que, a veces, trae resultados extraordinarios. Nuestro poeta Jaime Saenz ha creado la palabra puraduraluvia, que sería la nominación de una imagen que sentimos onírica y cuya definición está aún por escribirse, pero que intuimos en toda su magnificencia por tratarse de una palabra poética en sí misma. Diría entonces que puraduraluvia es una palabra castellana, de novísima acuñación, es cierto, pero de belleza inigualable, cual núbil que hubiese nacido ya con veinte años y trajera consigo fragancia y sueño, ternura, dolor y clima, todo al mismo tiempo. La más bella palabra castellana que he oído sería entonces esta “puraduraluvia”.
Hay, no obstante, otras palabras de nuestra lengua cuya belleza es como un rayo, tal la palabra "inminencia", cuyo sonido y significación son de notable belleza, tratada en el sentido que acaso le otorgó a ese término el gran Franz Tamayo, cuando la estatua Ekhidna en Scopas dice:
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Si el monstruo es en terror prodigio y pasmo,
la belleza es también prodigio y monstruo.
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Y al fin las palabras bellas son nada más que eso, mientras el espíritu sufre no poder decir lo que dentro bulle.

miércoles, abril 05, 2006

Apuntes sobre los modos y formas de la poesía

1. Todas las obras son fruto del espíritu.

2. No se debe buscar la palabra por la palabra, sino por el camino que nos conduzca a nosotros mismos.

3. En la medida que realizamos ese viaje interior pueden suceder los frutos, llámense poemas (y esto de la manera y forma que convienen al momento de esa ruta), narrativas, ensayos, tratados, pintura al óleo, esculturas, y tantos productos del espíritu. El modo sigue el sino del rayo de cada quien.

4. La intensidad o levedad de los mismos depende de ese camino.

5. Cuando leemos un poema sufrimos el impacto de ese hito en el camino de otro, que nos arrebata o no, dependiendo de la afinidad con ese espíritu. Si aquél espíritu está cercano nos estremeceremos, si no, podemos hasta quedar perplejos, mudos, y tendremos que hacer un poco el camino del otro hasta ser tocados.

6. Los artificios: sonetos, silvas, décimas, y otros rigores formales, son útiles para disciplinar el espíritu; mismo que una vez que esto haya ocurrido puede ir con su llama donde bien le parezca, que es su alto ser el que ahora conduce.

7. La crítica, si no se desarrolla en el reconocimiento de los diálogos poéticos entre la obra de los poetas (que estos suceden inevitablemente entre sus poemas), o los modos generacionales, su labor debería ceñirse en orientar específicamente, quiero decir, uno por uno, cada voz poética, caso contrario se puede convertir en una flor cuyo aroma es difícil de reconocer. Tal el caso nuestro, digo la crítica sobre nuestra generación. Creo que debemos escribir puntualmente sobre cada autor, y también sobre las tendencias, las líneas, las herencias, para reconocernos y entablar los diálogos.

Así, lo que se debe mostrar, dentro de la poesía universal, es la poesía que hallamos alta, la que realmente refleja la luz que necesitamos. Y la única manera de mostrarla es, estremecidos de amor por ella, decir la que nos toca, y cómo.

Los poetas chirles y hebenes, morirán por su propio lazo; los que no, hallarán el camino nuevamente, porque realizan la jornada.

Luego, caminemos según nuestro relámpago, firmes en el rigor, con un ojo puesto en el futuro y el otro en los amados poetas muertos, los grandes de siempre. Las maneras no son relevantes; sino el fuego, o espíritu, o señor poético que nos habita.
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