miércoles, abril 30, 2008

La dura doncella

Si no se la trabaja, si no se le toma atención, en el trajín del olvido de sí misma, la casa, que es el alma, queda anquilosada; pues su dueño o dueña la preserva de la manera que les ocurre a las viejas casonas: infinidad de cuartos cerrados con muebles polvorientos, que nadie más usa, retratos de gente que nadie recuerda, alas de la casa que han sido olvidadas, lugares que ocupamos y que nos da bochorno exhibir, lámparas ciegas, ventanas tapiadas, rincones húmedos, basura arrinconada en muchísimos sitios para que parezca que existe algo más o menos decente. Estas habitaciones no queremos mostrarlas a nadie; nos dan vergüenza, pues nos ponen en evidencia. Y no queremos limpiar, y no queremos remozar, deseamos que la casa se quede como está: es una reliquia histórica y no se la debe tocar. Si alguna vez, ingresamos a una esfera diferente, entonces construimos un nuevo alero, este hábitat es relativamente agradable hasta que empieza a deteriorarse por el descuido, la nostalgia nos hace llenarlo de muebles y adornos que dejamos atrás, pero en cuanto transitamos con ese trajín, traemos basura de los cuartos oscuros, luego vamos tapiando las pocas ventanas, ocultando lo que repetitivamente se ha deteriorado, se ha ido llenando de moho, se ha contaminado por todas partes, entonces, barremos lo evidentemente sucio debajo de la alfombra, detrás de las paredes, por si alguien toca, quiere husmear y mira con ojos escudriñadores.

A eso llamamos fealdad. Lo feo no es antónimo de lo que produce la belleza, sino de la conciencia. Y la belleza no es el resultado de lo que produce lo estéticamente bello, la belleza es el fruto de los estados de conciencia. Belleza y conciencia tienen una gran relación.

Sin dejar de anotar que la conciencia es el filo de una espada, no de cualquier espada, sino de aquella rigurosa, la implacable, que pocos quieren cargar porque está destinada a cercenar lo inútil de nuestra monstruosa alma-casa; la espada, esa doncella dura lista para nuestro amor, pero de la cual nos alejamos negligentes y cobardes, sin comprender que esa lejanía es la que produce el dolor que todas las mañanas nos llama al despertar como una extraña angustia que no sabemos definir, depresión, molestia, amartelo, dicen, y que de un respingo nos amarga el día.

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jueves, abril 17, 2008

Biblioteca Familiar

La herencia de la humanidad es su sabiduría, y ésta se halla atesorada en libros. Se hace entonces importante que todas las personas puedan contar con una biblioteca en su casa.
Sin embargo, vale notar que el entorno familiar no es el mismo que el académico, aquí, en la acogedora llama del hogar se ingresa al mundo de lo íntimo, donde se presencia la personalidad de la familia. Así, la biblioteca familiar refleja esta personalidad. En ese contexto será prudente clasificar los libros: aquellos que son para los niños, los de literatura, los destinados a la consulta general, historia, geografía, economía, matemáticas, y otras ciencias, que bien podrían estar recogidas en enciclopedias, además de los útiles y diversos diccionarios y, finalmente, el lugar privilegiado, el de los libros primordiales o fundamentales y, por tanto, imprescindibles, que tienen que ver con lo esencial, esto último, más que por consejo, será el resultado de los años de lectura, y de la personalidad de la familia en particular.
En un hogar, son los niños los que mayor consideración merecen. Es altamente aconsejable que el padre y la madre, o el tutor, estudien con gran cuidado la selección de libros que sus niños leerán, estos libros deberían orientar hacia los valores humanos a través de historias que los interesen y los sensibilicen; por otra parte, sería atinado incluir libros que enseñen la historia de la humanidad y del país, región o patria; sin olvidar que imprescindiblemente los niños deben recibir libros con información y formación espiritual, y, claro, poesía, siempre poesía.
En ese contexto, simplemente a modo enunciativo nombraré:
El principito de Saint Exúpery, Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Caroll, La inteligencia de las flores y La vida de las abejas de Maurice Maeterlinck, Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, El libro de las tierras vírgenes de Rudyard Kippling, La biblia del niño, aquel precioso libro llamado “El hombre que calculaba”, etc.
Nosotros tenemos uno de los poetas más hermosos para el público infantil, se trata de Oscar Alfaro, ese tarijeño que supo hablar en el lenguaje de lo mágico y de lo esencial, que siempre llega a los niños.
En la parte que corresponde a los adultos, se puede recomendar, en lo que a literatura nacional se refiere, las novelas Juan de la Rosa de Nataniel Aguirre, Siringa de Juan B. Coimbra, Aluvión de Fuego de Oscar Cerruto y Felipe Delgado de Jaime Saenz; en el género de cuento Sangre de Mestizos de Augusto Céspedes, Cerco de Penumbras de Oscar Cerruto, Embrujo de Oro de Adolfo Costa du Rels y El otro gallo de Jorge Suárez; y en poesía, la obra completa de Ricardo Jaimes Freire, Franz Tamayo, Gregorio Reynolds, José Eduardo Guerra, Oscar Cerruto, Jaime Saenz y Edmundo Camargo. En cuanto a literatura contemporánea se refiere, la lista puede resultar copiosa, sin embargo, puede el lector guiarse, a través de los premios y menciones de los diversos concursos nacionales de literatura, donde destacan, el Premio Nacional de Novela Alfaguara, que publica esta editorial, el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal, que publica Plural Editores, y el Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo, publicado por varios, actualmente por la editorial Gente Común, sin descuidar que fuera de estas guías existen otros escritores de mucho valor que no participan en concursos, para lo cual, el lector interesado puede seguir los comentarios de las revistas nacionales de literatura, tales La Ramona, La Mariposa Mundial, Signo, Alejandría y otras, así como los suplementos culturales de los diarios, a pesar que en nuestro país son cada vez más escasos y, muchos, descuidados.
En cuanto a literatura universal se refiere, las recomendaciones serían interminables; sin embargo, yo aconsejaría que el lector se provea de la colección de libros de Jorge Luis Borges, que es un gran maestro de lectura, es decir, que a través de sus libros podemos llegar a una gran parte de los autores de la literatura occidental, sin temor a equivocarnos.
Aunque vale la pena recalcar que la biblioteca familiar debe contar con una buena sección de poesía, pues la poesía abre el alma del lector y lo lleva a la trascendencia, que es de lo que aquí se trata. Y si el objetivo es iniciarse, armar el primer esqueleto, no dudaré pues en recomendar la lectura de Fernando Pessoa, C.F. Cavafis, Wislawa Szymborska, Rainer María Rilke, T.S. Eliot, Charles Baudelaire, San Juan de la Cruz, Miguel Hernández y para los que quieran peso mayor, La Comedia (llamada La Divina Comedia) de Dante Alighieri.
En otras áreas del saber humano, sin relación con la literatura, recomendaría contar con La Biblia, Reportajes de la Historia de Editorial Planeta, Imitación de Cristo de Tomas A. Kempis, Tao Te King de Lao Tsé, Biografías de diversos personajes, Catálogos de pinturas. Repitiendo que en una biblioteca familiar no debería faltar alguna enciclopedia, de ser posible La Enciclopedia Británica, y la Summa Artis publicada por Josep Pijoan
Ahora bien, no sirve de nada comprar libros, ni siquiera sirve de nada leerlos, lo que importa es motivar al ser humano a mirar más allá de su cotidianidad, es decir motivarlo a detenerse y reflexionar. Ésta es la única manera en la que podemos lograr que el hombre se inquiete, deje de ser una máquina mecánica destinada a hacer dinero, a buscar un espacio para la parranda, o desgañitarse gritando tratando de desahogar sus decepciones con discursos políticos repetitivos, y se ocupe verdaderamente de trascender, entonces, podemos estar seguros que buscará los libros, aprenderá a seleccionar los que le sirven, a desechar los innecesarios, a analizar los dañinos, a disfrutar los hermosos, y a beber los esenciales.

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jueves, abril 10, 2008

Testamento


La tarde se oscurece llena de mariposas de oro
como una avalancha de hojas arrancadas al verano.
Así recibo fuerte fin a tu lado en el valle alto
ya se oye a mi muerte –crujiendo- llegar en gran caballo.

Nací, Octavio Alas de Canedo, señor de Lobo Rancho
y hasta donde van nuestras miradas son mías las chacras
también las mujeres de grandes y prodigiosos pechos
y los peones que llevan el trigo en sus espaldas de indio
de mí los caseríos, las sendas, los violentos ríos
entre las quebradas, la miel y los enjambres de abejas.

¿Ves cómo son los muchos vientos que arrastran a los hombres?
Nada queda y me queda todo: el mundo se va cerrando.
Abre las ventanas, que entre el alud negro de agua y tiempo
y se lleve mi garganta que cantó por un momento
la navaja de la ausencia, el cruel juego de la palabra
tu piel tan nueva y el reír y las voces de los muertos.

En los nombres que me precedieron, títulos muy nobles
lee Jaime, Franz, Edmundo, José Eduardo, Oscar y Ricardo
Arturo Borda, ávido por los ácidos de La Paz
cada uno oculto en la capilla de Santa Vera Cruz.

Cuida que éste, aún mi cuerpo, ocupe un lugar entre esa gente
para que las cenizas guarden de mí la inútil seña
de gran fama y tesoros y fuego y memoria y olvidos.

Pues nadie conoce cómo será el golpe de la muerte
y uno camina perdido entre los días, chato o grande
escribiendo el rol de un papel que en sí representa fiero
por ser el mismo aquel que le dijeron, o sea, Octavio
y si no ¿qué o quién puedo ser, mejor que Alas de Canedo?

Morir creyendo que al cortarse el hilo todo es eterno
las agujas y el sonido de la luz contra mis ojos
el martes que te amé en la casa de la calle Argentina
el abrazo de mi padre, las buenas noches de enero
y sin tocar la luna, vida dada como humo ciego.

miércoles, abril 02, 2008

Pez de Piedra


El día jueves, 27 de marzo, en los salones del Centro Simón I. Patiño Santa Cruz, presenté el poemario Pez de Piedra de Paura Rodríguez. Copio aquí lo que dije en esa oportunidad:


Leer es un acto subjetivo, subjetividad que se pronuncia mucho más cuando esa lectura es una lectura de poesía. Se trata de penetrar en el mundo del poeta a través de la escritura, pero este ingreso no tiene más llave que aquella que traemos en la alforja, y cuyas muescas y códigos están hechos del bagaje de nuestras experiencias y lecturas anteriores. Leer, pues, es una aventura en la que el mundo del otro emerge en volúmenes y sombras debido al lenguaje y que luego se pinta con la luz de nuestros colores. Este paisaje emergente será entonces uno osado y nuevo, porque no es precisamente el que fue creado por el escritor, quien hace la propuesta, germinando diferente, enriquecedor y fértil para el lector, a pesar de que éste ha puesto mucho de sí para recrearlo, y eso precisamente es el que lo hace incorporarlo a su cultura, a su ya transformada subjetividad, gracias al texto.
De esta manera es como enfrentamos Pez de Piedra.
El libro se presenta en tamaño media cuartilla, y trae en la tapa la sugestiva imagen de una laguna o arroyo. El agua está cubierta de hojas que flotan sobre su superficie, hojas plateadas, y por sus variadas formas suponen procedentes de árboles de diferentes especies; bajo la superficie, y a nuestro alcance, flota un pez de apariencia antediluviana, el pez tiene colores dorados, a pesar que la cola se hace plateada en armonía con los colores del conjunto. Diremos, además, que la imagen del agua se pierde, y va más allá del libro. Esta portada no es casual y sí se convierte en visión referencial de la lectura, como sugiriendo que los poemas parten de las experiencias de la poeta, en meditación delante de los estanques, de los arroyos, de las lagunas, en fin, delante del agua, y los diversos elementos que la componen en su múltiple escritura.
Pez de piedra está compuesto de poemas sin título, y que los encontramos distribuidos en tres partes.
En la primera parte, o Pez de Piedra Uno, como titula se plantean las preguntas del trabajo poético, preguntas que no se formulan sino como un asombro, como el descubrimiento de lo oculto. Este presentimiento, esta revelación, se produce gracias al afuera. En él se presiente el entresijo del alma, que tiene que ser esencial (los huesos), y el lector se sorprende con un diálogo interior, pues la poeta le habla a la voz poética, mientras su cuerpo se estremece ante ese misterio, que se insinúa gracias a los pequeños detalles, la tarde, el té, la piedra, el agua, los geranios.
En este diálogo interior, descubrimos dos voces, el narrador poético, y el alma poética a quién se le habla. Es decir ocurre un desdoblamiento en dos personas el yo y el tú, revelados en el siguiente fragmento:
“me digo a mí misma estas cosas
que no son siempre las mismas
y son casi siempre el agua.”
Y ese tú es uno que no hace parte de las alegrías básicas y femeninas: “No podré verte esta tarde / cuando transcurra mi sombra entre flores que aman / los niños”. Se diría más bien que el estado es neutral “No hay tristeza ni alegría: / hay un estar extraño que hace conmigo / lo que las migas de pan / cuando estoy lejos de casa.”
Para que el lector tenga cartografía en este universo, diremos que la casa es el punto de referencia, mientras que la voz (es decir, la voz poética, la voz que dice los poemas desde el interior de la poeta) es a la que se le habla, y la que se aleja cuando se está lejos de los huesos, es decir, de lo esencial.
“Sé que estos huesos
Me serán ajenos de pronto
Y me son ajenos ya,
Ahora,
Cuando estoy más lejos de mi voz.”
En la segunda parte, o Pez de Piedra Dos, hace su aparición la conciencia del cuerpo, pero que va más allá de lo femenino, porque se habla de la herida hermética, impenetrable. “En algún rincón de mi cuerpo / hay una herida hermética, / un dolor que se manifiesta como invierno”.
El cuerpo se descubre material: “Mi cuerpo es de madera, / de mental, / de piedra, / de harapos.” A partir de este nuevo elemento, agregado al primero, al afuera, se desarrolla el misterio planteado inicialmente, y se ahonda adentro de la reflexión poética. Hay una inquietud por descifrar las letanías, los secretos que emergen como un anuncio que llega pero que no puede develarse, situación que produce miedo. “No puedo destejer esta lentitud: / mi frente apoyada, / mi mano ausente. / Es el miedo.”
La poeta descubre que si bien el misterio se ha provocado por el afuera, es el cuerpo quien guarda el misterio: “Cierro los ojos / y transito cada tramo de mi cuerpo, / palpando / una infinita oscuridad / que me ahoga.”
Ese desdoblamiento del Pez de Piedra Uno, no puede realizarse sin poesía. “Deseo poesía para mis dedos / para lavarme los pies. / Para desvestirme de mí / y hablarme de lejos.”
La búsqueda de su alma puede ser confundida, mal interpretada por el mundo exterior “Mientras yo te buscaba, / confundieron / nuestros ritos / con las flores dormidas.”
Pues ese espacio se prefiere en un contexto ajeno a la identidad mundana, se procura algo diferente al nombre propio, donde existe un divorcio entre la esencia y el nombre: “Me llamo por mi nombre / y mi nombre pregunta por mí. / Prefiero una lluvia diferente.”
Sin embargo, esta búsqueda poética requiere de ritos y los ritos llenan el poemario, pero son lo que son: poesía: “Para besar las piedras me preparé un siglo. / No hubo lágrimas, / ni risas, / ni palabras.”
Así, desbautizado, el ser poético está perdido en el lenguaje, y se pregunta: “¿Cómo sabré reconocer mi fuego / en medio de tanto murmullo?”, para responderse inmediatamente:
“Vendrán los otros / a jugar con nuestros signos”
Apostando por aquellos que realizan el acto de leer: nosotros, los lectores, y así ocurra el reconocimiento, que se pide vaya más allá del nombre, es decir, que llegue al alma, al misterio que en estos versos se insinúa.
Como hemos visto, el desnudarse del ser poético va más allá de la identidad o de su nombre, pero, a último momento de Pez de Piedra Dos, ese desnudarse se ve afectado por el pasado, pues “Hay días en los que soy un reflejo de agua. / Me descubro atrapando un papel, / rebuscando en la tierra un recuerdo extraviado.”
Trasladada por ese acto de memorias desde el agua a la tierra, buscar en la tierra será entonces salir del estado poético, ingresar en lo material, en lo térreo.
Dejando al lector en la duda de si el caminar, el morir de la identidad, exige también la muerte de la memoria.
En la tercera parte, Pez de piedra Tres, la poeta da el salto para el que nos estuvo preparando, el salto a la meditación profunda, ya sin el ropaje del nombre, ni del cuerpo, ni del pasado: el estado de la meditación por causa del silencio:
“Este es un intento de caer al fondo de la soledad más / pura: / el de no hablar.”
Cuando el ser poético deja de hablar. Observa. Así los días se hacen impecables. “Los días son como un pañuelo bien planchado donde las moscas no se atreven.”
A partir de allí “Hablas sin repetir los miedos,”. Y hay un retorno a la simpleza, el fin del viaje es el comienzo del viaje, enriquecido; un Ítaca recuperada después de la guerra y la experiencia de la andanza.
En este nuevo espacio, la cotidianidad doméstica ha sustituido la necesidad de la erudición. “Es aquel olor a libros. / (a polvo de antes) / el que ya no está, / el que ha desaparecido para siempre.” Y no solamente el ritual cotidiano y doméstico, sino de patios, “Amo los geranios. / las piedras, / la luz temprana que guarda silencios.”
Finalmente, me atreveré a señalar que este libro, no es otra cosa que el desarrollo de un poema fundamental que viaje y regresa constantemente, poema que aparece como colofón del libro:
¿Qué será de estos huesos que ignoro,
que no veo,
que son como mi alma?

¿Qué será del alma que ignoro,
que no veo,
que es como mis huesos?

¿Acaso habrá una forma de llegar al agua,
de romper los muros sin estruendo?

Huye la palabra como un pájaro asustado,
desaparece,
como desaparecen sus huesecillos misteriosos.


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