sábado, febrero 18, 2006

Pantanal

En la calle castiga el sol del verano. El Pantanal es un lagarto más grande que la tarde, pero su presencia no está hecha de aguas verdosas, ni de escondidos bosques secos, su presencia es una tijera de polvo indolente que se adhiere a todos los rincones. En los lugares descuidados nadie puede tener deseos de ingresar. Aquí caminar no es un verbo, es un adjetivo hecho para calificar la manera de no ir, la manera de quedarse. Incluso es preferible encuevarse en este hotel de clase media donde el desagrado es el mayor factor, y esperar la invasión de los insectos para encerrarse en la habitación con aire acondicionado. Mirar a través de los vidrios, tras la sombra de los arbustos, las luces del pueblo, una de ellas roja, una de ellas con una Magdalena extranjera dispuesta a sonreír; pero nosotros cerramos las cortinas y dejamos que la oscuridad sea la única compañía, aturdida naturalmente por el ruido de cigarras implacables, perennes, monótonas, tardías.
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