lunes, mayo 31, 2010

Provocación


Los contemporáneos a esta desgañitada era de exabruptos, acaso desde los tiempos de los llamados “poetas malditos” hemos estado considerando, a la hora de hacerlos o en el momento de leerlos, sobre la “pasión” que se debe insuflar al escribir un texto, o sobre la “pasión” que contienen. Existe la necesidad también del golpe de efecto, de aquello que provoca pasión en el lector. En resumen, podemos hablar de la necesidad de la provocación. Habrá entonces que preguntarse sobre si es necesaria esa “pasión”, habrá que preguntarse dónde están los límites.

Los hombres somos animales sicológicos. Cada uno tiene un planeta propio. Si el autor logra tocar fibras esenciales del lector, éste último sentirá la pasión, que no es otra cosa que desatar cuadros y más cuadros que esperaban detrás de la puerta donde lo que se escribió fue la llave. Entonces los procesos se producen en el lector. La gran pregunta es ¿cómo el autor puede provocar tales instancias? Pero más atrevida todavía es la pregunta ¿es necesario realizar tales provocaciones? Lo importante de un texto es la sabiduría que éste conlleva. Parece que en este malhadado siglo la mayoría ha olvidado esa premisa y la han abandonado por el divertimento, la nadería de provocar sin propósito alguno. Otra muy distinta es la del propósito hincado desde un principio, aquel que se impulsa con intención verdaderamente definida, claro que en este caso la responsabilidad es un pesado embalaje, y muchos se verán impedidos de volar hasta por los cielos más bajos.

domingo, mayo 23, 2010

La libertad

La libertad es el bien más preciado, no importa cuántas veces se repita, esta definición sigue siendo incomprendida.




Imagen: "Grita libertad" de Eduardo Blázquez

lunes, mayo 17, 2010

Narciso en Cochabamba

Copio el Texto escrito por Vilma Tapia Anaya sobre Viaje de Narciso:

Una flor de luz en los nuevos poemas de Gary Daher Canedo

“¿Qué te duele, que no vuelas?/ ¡ ¿Qué te duele?!” son los versos de Gary Daher Canedo que resonaron en mí durante noches y que no podré dejar de escuchar. Y, como nos ocurre con alguna poesía, son versos que nos traen de lejos una voz flameante y vigorosa.

Los poemas que constituyen Viaje de Narciso, el nuevo libro de Gary Daher Canedo, son poemas que, desde la tradición hermética a la que se adhieren, acompañan un conocimiento referido al proceso que el alma humana experimenta en los tiempos. Y son, sobretodo, poemas que acompañan una fe. Sin ella, no hubiesen sido posibles. En estos textos se transparenta una fe, una fe en el Padre, una fe en el sendero de recónditas piedras, una fe en la posibilidad que tiene el ser humano de ir por ese sendero como alguien que realiza un “trabajo del sol”, sin deslindar a éste del inconmensurable misterio que supone una tarea así calificada.

Aquí, la imagen de Narciso se corresponde con la versión hermética del mito, o, mejor, se corresponde con esa línea de pensamiento y de investigación que desde tiempos antiguos ha seguido una parte de la humanidad queriendo hallar el contenido esotérico de las palabras y de las cosas, de las mitologías y de las manifestaciones de la naturaleza. El viaje es una metáfora para el recorrido que el alma está llamada a experimentar desde el momento de la creación del universo material y su descenso a él, transcurriendo la larga y misteriosa permanencia en este mundo que, pareciera, no tiene otro fin que el postrimero momento de liberación hacia la reunificación con el Padre. Este momento ha sido nombrado de tantas maneras como doctrinas esotéricas y religiosas existen sobre la tierra; en muchas de ellas ha sido reconocido terminal y para muchos Fieles es la idea que da sentido a todo lo demás, a todo lo que hubo antes. Es la idea de esperanza en el amanecer que sustenta y posibilita el tránsito por debajo del manto de la noche, y es la idea de esperanza en que ese transitar sea en algún momento realizable con la espalda erguida y con alegría.

Con frecuencia ocurre que, por incontables razones, debemos dosificar el flujo de nuestras producciones de subjetividad, debemos aplacar ciertos fuegos. Siendo como soy, tan hermana de Gary en los rincones de este aire escogido, me permitiré evadir lo convencional y responder, en total fidelidad, al momento de mi lectura. Cuando leía los nuevos poemas de Gary, sentí que uno de ellos estallaba ante mí como una flor de luz y hacía que algo de mí reaccionara en una extraña complicidad. Doy gracias por eso, y de un instante de predominio del esoterismo, me voy con ustedes a un territorio exotérico. De la mano, me voy con ustedes, hoy, ahora, para mostrarles lo que vi.

La simbología contenida en la imagen de Narciso nos invita a revisar un concepto central de la gnosis cristiana: el encierro del alma en el cuerpo, en la materia, en la naturaleza. El alma o chispa de luz es nuestra herencia prístina, intocada. El gesto de volcar la mirada -que ha estado largamente distraída en el mundo-, hacia esa herencia, hacia lo profundo, hacia el adentro, es el gesto fundamental y definitorio del sentido del mito narcisista. Es el gesto fundamental y definitorio del sentido de lo humano. En un claro y bello poema que está en las primeras páginas de este libro, Gary Daher Canedo nos muestra esa figura que en la energía del torbellino de agua se trans/figura:

En la superficie del agua miro
subir a un ángel de violenta luz
en él me espero.

Sin embargo, ocurre que los momentos previos a toda transformación son innumerables. Y aun en la orilla de esa agua, aun desempolvando su espejo diamantino, aun en la sobrecogedora intuición de la luz -y quizá, justamente por la sustancia de tal estado, experimentando mayor dolor y desasosiego -, el camino se hace interminable a veces. La condición del alma humana que intuye el paraíso pero no logra acercarse al camino de liberación, que no consigue apropiarse del conocimiento para renacer en él, es un estado de espíritu que, creo, Gary Daher Canedo busca comprender a través de la utilización de un lenguaje que teje metáforas que tienen la acuidad de la pregunta que socava nuestra estancia en este planeta. Al poema que voy a leer a continuación, con permiso del poeta, me acabo de referir. No me encuentro en la posibilidad de descifrar uno a uno los símbolos reunidos en él, quiero transmitirles, nada más, la emoción con la que fui colmada al intuir que éstas son palabras dichas al alma, al alma individual, al alma que ha comenzado a alborotarse porque ha empezado a escuchar la más dulce de las melodías, al alma que principió a abrir sus alas, a extenderlas, a batirlas, intuyendo un vuelo mayor. Al alma que, atrapada en la jaula de la naturaleza y de la materia, ha empezado a conocer el profundo dolor de la separación y, conociéndolo, aún no da el salto. No vuela. Aquí el poema:

“La prueba

Hay dolor
agudo dolor
en la mínima distancia
de tu desatinado volar de mariposa
alborotada búsqueda sin rumbo
multicolor
como un adorno del sueño.

¿Qué te duele
-si es dolor de lo que hablar se alcanza
en tu cuerpo delicado
sin que mueras
translúcida y rasgada
más seda que la seda que tejiste?

¿Es que acaso has olvidado
tu antigua condición de oruga
el cuerpo lento
y la fértil baba?

¿No era por ventura
aquel gusano la fuente de ti misma
nido tibio
la hiladora?

Libre al fin
expuesta
te ves como anhelaste.

Ahora lo sabes
tiempo es que es tu tiempo
reloj de hoja de un solo día.

No adviertes que de ti aguarda
ese único y efímero sol
si abres tus deleznables alas al viento
hermosa.

¿Qué te duele, que no vuelas?
¡Qué te duele!”

Palabras después de las cuales no cabe sino arrodillarse y llorar.

Cochabamba, febrero, 2010

martes, mayo 11, 2010

El círculo del Antepurgatorio


Este 5 de mayo se hizo entrega de los permios que el matutino El Deber otorga anualmente a jovenes entre 14 y 18 años. En esta ocasión el ganador fue Carlos Paniagua, mientras que recibieron menciones Melissa Durán y Carla Sandóval. Como uno de los miembros del jurado fui elegido para tomar la palabra. Publico aquí el texto preparado para dicha ocasión:

Tenía diecinueve años cuando recibí el primer lugar en el premio de categoría cuento convocado por la Asociación de Escritores de Bolivia para promocionar a los jóvenes escritores de la época. En ese entonces quien entregaba los premios, y fungía de presidente de la institución, era Mariano Baptista. Recibir aquel premio significó para mí dos hitos importantes, el primero, el monetario, que para un joven de esa edad es algo así como un peculio, y el segundo, acaso lo más revelador, sentir que se me reconocía como escritor.

¿Qué es muy importante ser reconocido? Lo es. Y nadie está libre de su influjo, aun aquellos quienes en un arranque de soberbia han rechazado los mismos, pues no faltó inclusive aquel que rechazara el premio más importante del planeta, el Premio Nobel. Pues en sí no rechazan el premio que una vez otorgado marca al premiado, sino el valor material del mismo. Como quiera que sea el otorgar un premio, especialmente un premio de literatura, es para los que estamos en este rubro un mojón, una señal, un cuño y un incentivo.

Tanto es así que con esto de la entrega de premios se han suscitado mil y un anécdotas por todas partes. Pero acaso una de las más notorias sea la que protagonizó Miguel de Unamuno en 1905 cuando el Rey de España le otorgó la Cruz de Alfonso XII, que se otorgaba también “a los que se señalen por haber contribuido al fomento de cuanto concierne al engrandecimiento y decisión de las ciencias, de las letras, de las artes y de sus aplicaciones prácticas”.

Para dar gracias a Su Majestad pidió audiencia, se la concedieron y cuando estuvo en la cámara regia dijo con voz huraña y sincera:

-Vengo a presentarme ante Su Majestad porque ha dado la Cruz de Alfonso XII, que me merezco.
-Es extraño –repuso el Rey-, los demás a quienes he dado la Cruz me han asegurado que no se la merecían.
-Y tenían razón –contestó don Miguel.

No es pues una excepción que el hombre galardonado se sienta merecedor, lo excepcional, en este caso, es decirlo.

Pero los premios que hoy se entregan son con mucha probabilidad los primeros que reciben estos jóvenes. Y deben ser tomados como tal, como un incentivo que los impulse, acaso más que a escribir, que de buenas a primeras siempre es exigente y de cuesta dura, a leer que es el lugar que nos corresponde a todos los humanos para interpretar los símbolos y los signos que la creación a dejado por todas partes, aquellos que las culturas han ido elaborando con sus monumentos unos más precarios que otros, y los signos particulares, las letras, que los escritores individualmente van dejando, especialmente aquellas que se encuentran impresas en libros, donde algunos de ellos se constituyen en la fuente de la cual bebemos la sabiduría de la humanidad.

No está pues demás recordar a los grandes: Homero, Virgilio, Dante Alighieri, Shakespeare, Miguel de Cervantes, Quevedo, Montesquieu, Baudelaire, Victor Hugo, Rimbaud, Proust, Dostoievski, Flaubert, Chéjov, Maupassant, Borges, Herman Hesse, Rilke, Margarite Yourcenar, Hemingway, Raymond Carver, Monterroso, García Márquez y Octavio Paz para traer algunos de los que mi memoria convoca. Que vienen de una multitud hermosa, ya de tanta, innombrable.
Vamos pues sin vacilar a beber de estas fuentes una y otra vez, que cuando esto digo es que es importante releer, porque el que vuelve a leer a los grandes encuentra siempre agua nueva y recibe más luz.

Finalmente quiero destacar la política de apoyo cultural del periódico El Deber, pues una institución que apoya a sus escritores, y en este caso loable a los jóvenes escritores, debe ser merecedora de nuestro encomio y nuestro aplauso. Y a los galardonados darles la bienvenida al Círculo del Antepurgatorio, mar que cruzan los escritores, donde todo es fuerzo es pequeño en cuanto se vive atendiendo al mundo sin abandonar el barco de la literatura, aun en los casos en que los vientos aparezcan furiosos, quiero decir como trombas, tormentas, tifones o tornados, días cuando hay que amainar las velas y luchar con todas las fuerzas para no hundirse. Pero a no asustarse que en general un buen navegante sí sabe cómo lidiar con los vientos, y esperar la brisa que sople a nuestro beneficio, sin olvidar lo que indica Séneca que no hay viento favorable para el que no sabe a dónde va. Esto debía señalarse y que se perdone pero es de rigor, aunque hoy a no desanimar que es un día claro y de sol y toda la mar parece en calma y alegría. Felicidades.

martes, mayo 04, 2010

El aparapita nuestro de cada día








¿Por qué uno se acuerda de repente de algunas impresiones irrelevantes, impresiones que no tienen nada de singular?

Probablemente en Trinidad, Beni, fines de 1972, la imagen de mi prima Giovanni cruzando la entrada del jardín de la casa detenida como una fotografía, justo debajo de la palmera. Un rayo de sol invade su hombro derecho. Eso es todo. Esta imagen, dependiendo de las circunstancias en que la evoque traerá su retahíla de reminiscencias, por ejemplo, ahora, de súbito, viene a mi laberíntica memoria –acaso toda memoria lo sea- que detrás de la casa teníamos un gallinero de ponedoras donde mi abuela espera armada de una canasta con paciencia cada huevo, antes de que el ave desquiciada por no sé qué enfermedad de corral se lo devore.

En 1975 metido en un vuelo de avión cruzando probablemente los yungas las nubes hacen una interminable alfombra blanca bajo nuestros ojos. Esa ocultación, el misterio que se guarda tras el velo me hacen imaginar una obra literaria, escribir sobre la colosal construcción de un pueblo de los Andes.

Remoto ya 1957, sentado ante una pequeña mesa en la que almorzábamos los tres hermanos, viendo el universo gigantesco de nuestros padres que transcurre por arriba, pensando quizás en el helicóptero propulsado por una liga que se enrosca y que desaparece entre los arbustos del patio posterior de nuestra casa en Buenos Aires, ahora sé que fue en el barrio de Olivos, que primero se llamó Paraje de Olivos, según registra el acta del Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires el 19 de febrero de 1770, mucho antes de aquel 19 de febrero de 1925, fecha en que naciera mi padre. Y vemos cómo la memoria en este momento hace uso y abuso de las referencias textuales, e históricas, como si se tratara de un entretejido de recuerdos, cuando solo son eso: el contexto aplicado a una impresión aislada.

En 1968 corriendo hacia un vallado hecho de tierra, promontorios que servían para dividir los predios, en medio del campo, acaso en Suticollo, por Sipe Sipe, acomodarme sobre la cerca y sentir la invasión de una nostalgia (todavía no sé con claridad cómo se puede abrigar aquello a los 11 años) que no sé de donde viene, percibir que trasciendo ese momento.

Saltando, acaso en 1965, colgado de una liana, a la poza transparente de agua del río que cruza Roboré. Acto que me trae los infinitos juegos de niños, el cine-heladería Víctor, el pueblo visto desde los enormes paquioces chiquitanos como una estación de tren bellamente poblada.

Y así, una por una puedo ir extrayéndolas como si se tratara de un cajón de presencias, no de fotografías, ni videos, ni aguafuertes, ni dibujos.

¿Qué significan ese cúmulo de impresiones azarosas, inconexas, desperdigadas?

Acaso el aparapita que viste de esos girones es otro, alguien que se va alejando día a día hacia la vejez, hacia la disolución. Éste que escribe y que muere en cada frase lo descubre claramente como a ese don nadie que está hecho de costuras, y que de un día para otro se enterrará en su ropaje de retazos. ¿Quién quedará finalmente? ¿Será aquél que me habita, que no es ninguno de los otros, ni el postillón que brega con el día a día, ni el aparapita bajo el pesado fardo que le han endilgado los años, ni siquiera éste que escribe, sino ese uno, ese imponente? ¿Quién no diera por escuchar su voz?, pero su verbo es de fuego, ¿quién no diera por recibir su guía?, pero su guía está hecha de sueños, ¿quién no diera por mirarlo?, pero su figura provee una luz ante la cual muy pocos están preparados, y vive allí habitando, mientras su silencio abarca las respuestas a esta misma pregunta, permanente, lúcido y vital, a pesar del musgo, del polvo de estrellas, de las múltiples agonías y de toda la humana literatura?


*El Yatiri, oleo sobre lienzo. Arturo Borda, 1918
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