viernes, mayo 26, 2023

Elegía por Chico muriendo

 Publicamos el poema del poeta Manoel Herzog, "Elegía por Chico muriendo" traducido por Gary Daher:


ELEGÍA POR CHICO MURIENDO

Manoel Herzog

Chico se está muriendo, sus piernas ya no marchan

colgado, el cangrejo tiene ocho

y todavía se comió las dos de mi amigo.

ya no come, solo piel y huesos,

la muerte se apodero de su cuerpo

y su espíritu, ese es sólo muerte.

Chico se está muriendo, sus piernas ya no marchan,

su familia desapareció, apenas yo como amigo,

que Chico era un tipo muy raro

igual que yo, por eso somos amigos.

Chico se está muriendo, sus piernas ya no sienten,

estaba así desde hace veinte días

cuando me fui de viaje, pensé, no lo veré

a Chico cuando vuelva, pero está ahí.

Chico se está muriendo, que triste es, pienso,

ver ir a un amigo, y es como nosotros

que nos estamos yendo, me estoy haciendo viejo

enterrar a un hermano ya es un hecho pedestre.

pero no puedo llorar, no sé, creo

que realmente me convertí en un cínico insensible

y, pienso, hombre, Chico está jodido

o, pienso así, que bueno que no se trata de mí.

no sé cómo reaccionar ante el hecho,

no sé, realmente no sé, ¿por qué no lloro?

ni siquiera estoy triste, furioso, no siento nada.

a veces pienso así, si fuera un hijo,

o mi madre, mi padre, no sé, me desesperaba,

agarré un odio a Dios, Ese canalla

que se lleva a los míos lejos, por despecho.

pero cuando veo a Chico me gusta dios

creo que es sabio, hace lo correcto,

Chico tiene, quizás, que pasar por esto.

y aun cuando Él toma a los míos

no diré que lloro, de los que arriba

nombré, solo mi padre es el que ya se fue al pantanal.

y mi abuelo también, que ese fue un padre.

y ni siquiera así le agarré odio a Dios

cuando los llevó de aquí al gran pantanal

y ni siquiera lloré así, ni aun en el entierro,

me quedaba así como soy ahora,

cínico-duro-frío frente a los hechos.

El enfermero de Chico entonces me mira

le pregunto si aún le queda un cigarrillo

me dice que no, pero que, si quiero, lo compra.

Te doy diez reales, tráeme una cajetilla,

una bomba muy dañina, para ver si me muero

del mismo cáncer de pulmón que Chico.

me trae, le ofrezco uno, lo rechaza,

"estos son fuertes, no me gustan"

pero este es el que quiero, te mata, te despacha.

Enciendo uno y se lo ofrezco a Chico.

que ríe, ya no quiere, que ahora se marea

las que teníamos para fumar ya se fueron,

hemos pasado años buscando la punta de una colilla

colectivo de trabajadores pobres

de casqueros que se van hacia la fábrica de acero

y largan el pucho, subiéndose al ómnibus.

Así que fumo solo, solo por ira,

pidiéndole a Dios que no me dé un cáncer menor,

pero Dios, no me hace nada en el pulmón,

mándame, sádico, otra urticaria,

solo una gastritis feroz es la que me ataca

y me dan ganas hasta de vomitar

para que mi garganta deje de arder

Dios no me manda un cáncer, como lo hizo con Chico,

Dios es un canalla, escribe en renglones torcidos.

Yo, viendo la sabiduría de Dios,

y viendo la dulce muerte rondando el cuarto,

y al ver a este enfermero impermeable,

entro en una comunión con el todo

y la presencia de Dios me invade y siento

que puedo ser el Salvador del mundo.

Entonces reúno toda la reserva de energía,

de fe, de sensatez, de fuerza, de sexo,

y decreto al amigo moribundo:

"Lázaro-Chico, anda, levántate y anda".

y la Gran Nada se ríe de mi fe.

y un poeta francés susurra dulcemente:

"c'estpaspossible, frère, ne marchentpas."

Chico se está muriendo, sus piernas ya no marchan,

el enfermero me dice, "De hoy no pasa"

Yo creo que se va, que Chico se apega

se enfada con su hermano, cree que le roba,

pero, Chico, ¿y si roba?, qué puede importar.

pero Chico esta apegado, ella no lo suelta

de cosas, de la conversa, de gatos, de vida,

creo que Chico pasa, sí, pero de hoy.

Lo cierto es que mucho más allá no irá.

y le pido a Dios, si puede, que lo abrevie

pero Dios, canalla, juega al gato y al ratón.

no sé por qué, solo sé que Dios es sabio,

Solo sé que Chico pronto superará esto.

no sé si es para mejor, pero Chico lo superará

las piernas marcharán en el gran pantano.

y yo me quedaré por aquí un poquito más.

yo me quedo aquí, estropeando, temblando y caminado.

 

Tr. Gary Daher


sábado, mayo 06, 2023

Ciudad Íntima

Rubí Panoso interpretando Ciudad Íntima

 En 2002, la Alcaldía Municipal de Santa Cruz de la Sierra publicó un libro denominado Santa Cruz de la Sierra: Ciudad Íntima, que reunía poemas, relatos, cuentos, cuadros y ensayos sobre Santa Cruz. Bellamente, un grupo de teatro resucitó el concepto y a través de un guion lo está poniendo en escena en las Bibliotecas de la Red Municipal. 

Aquí tiene para su lectura, el texto que me corresponde.

CALLE JUNIN

 Existe una calle central con nombre de batalla, una batalla mítica, más ahora en mi imaginación pues se levanta, como probablemente la soñaría Borges al pergeñar su soneto, más pavorosa y llena de misterios de la que realmente fue o como me la contaron en aquella aula rural que miraba a la plaza de Roboré, hermosa, escoltada por gigantes multicolores, allá en la provincia, en el Chiquitos de mi infancia, cuento lleno de exabruptos patrióticos y frases deleznables. Esa Junín, digo la batalla, de lanzas, de soldados, de conjeturado desierto, encarna esta calle que parte de la plaza 24 de Septiembre y que para mí concluye en la avenida Cañoto donde ya espera el parque, el verde, y los fabulosos árboles que florecen totalmente en rojo, amarillo, blanco, majestuosos. Yo sé que muy poco tiene que ver esa victoria o esa derrota con el caminar bajo sus aleros, con la memoria del olor todavía fresco de tu cabello, porque el cuerpo que lucha su guerra santa contra el enemigo y conoce su piel y las geografías de su entrega, es el mismo que recibe la estocada cuando el amor combate contra nuestro corazón. Y no voy a nombrarte, aunque igual que esta calle, eres una herida en el pecho mío, en el rostro ansiado de la ciudad, y que es el camino por donde se desangra la luna (nadie conoce ese misterio) y se posa en tu hombro como si tus pasos regresaran y ambos seríamos los huérfanos de una historia inolvidable.

Así se muestra la calle Junín entre estos pasillos soportados por horcones, duros centinelas de madera añeja. Ya nadie los ve en los barrios, ausentes y olvidados, y menos en las villas donde las cabañas se levantan en medio de las calles erizadas de hierbas y arbustos desiguales. Estas maderas de fuerte quebracho que fueron los soldados de la ciudad. La ciudad que ha olvidado que la tal batalla de un lado y de otro enfrentaba a hombres armados –tú y yo también quién lo diría- ignorantes del desenlace, sin saber el porvenir, plagado de cercos de palmas en medio de la lluvia. Pero por donde quiera que se vaya las formas de la ciudad son la figura de la amada. La esfinge de la ciudad –ese oscuro laberinto de anillos y calles sin nombre- es también el cuerpo necesario para aparecer y desaparecer. Ese amor que se confunde y que es el grito de celo de esta Santa Cruz de la Sierra.

En esta misma Junín está el correo, allí donde nacen y mueren las cartas que un día te hicieron y te resucitaron. Cartas que hablaban de la seducción de las uvas maduras, de lo necesario que es vivir descalzo, como si su memoria regresara a las arenas cálidas de la infancia, cruzando, pantalón arremangado, los arroyos que se formaban después de las lluvias y tú eras apenas un presentimiento, un alma que recorría la fragancia y el garbo de las mujeres cruceñas, buscando un vientre para nacer. Y cuántas veces, yo también, ya alejado de toda esa tormenta, transito hoy por sus aceras, mientras otras cruceñas modernas, dueñas de su territorio, claramente reconocibles por su manera de andar y por su forma de mirar, van penetrando mi imaginario haciendo un coro de ángeles terrenos, virtud de la carne y del alma como en un paraíso adelantado.

Y todas las tardes que te amé en la casa de esta misma calle Junín, fieles a nuestra Carta Magna para amarnos sobre todas las cosas; quiero decir sobre las sábanas, enredados en el suelo contra el montón de ropa olorosa y recién lavada, temblando los dedos, avecillas ajenas tiritando entre las manos, entregados.

Por estas mismas paredes que nos vieron regresar ya profunda la noche, la oscuridad como una aliada, y la tenue luz de las estrellas derramada apenas por el borde de las ramas un poco desnudas de los cupesíes, miro pasar el silencioso transformarse de las casonas que se van haciendo tiendas de lujo, de las viejas ventanas de palo, de las pitajayas que crecían sobre antiguas tejas de barro. Si hasta el arrabalero comedor “La media vuelta”, lugar de inmigrantes, ha desaparecido, la calle Junín ya es otra calle, también lo es esta ciudad, que día a día se abre y cierra como una amante desquiciada. ¿Dónde estás, oh transformada? No lo comprendo.

Esta ha sido la batalla ganada a los años, perdida al destino, esta imagen que en mí esta grabada, calle Junín, ya no tan solitaria, ninguna como tú, aunque también fueron manifiestas las otras, donde los que estamos nos perdimos y nos encontramos. Así, quiero creer, la ciudad, un día llena de agua y de barro, otro día llena de tiempo, guardará un patiecito, acaso en esta misma Junín, un lugar bajo el tajibo, niña maga, los labios temblando, la sonrisa tentadora, allá, en el dos mil y tantos, ya libres de los vientos, allá, sigiloso, hundirme definitivamente entre tus brazos.

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