martes, mayo 30, 2006

Verdad, juego y belleza (*)

Las ventanillas del autobús han sido abiertas en medio de la ya evidente agitación y desasosiego de los corazones, entonces el ambiente pesado y duro de la noche se disipa; en su lugar, ingresan bocanadas de aire cálido y húmedo. Uno siente que es el aroma del hogar, del retorno a casa; invadido, claro está, por el poderoso aliento de la selva. La mujer de mi costado viene de las montañas, habla en una lengua que no entiendo pero cuyo sonido me es familiar, suena como una cascada de voces llena de colores y trenzas. Su piel es ligeramente áspera: sé que desconoce la libertad de la desnudez, acaso del embeleso cotidiano del agua fresca. Pero alguien quiere forzar el cuenco de la lluvia: cubierto el cuerpo de dinamita, su madre amenaza estallar en mil pedazos en la antesala del Congreso de la República. No hay verdad en ese acto, apenas una mezcla de martirio y desesperación, una obsesión que nadie sabe de dónde viene. Una obsesión sin palabras, sin lengua. La mujer y otros de su estirpe van hacer un coro de esto en su idioma, fragmentando la historia, sin construir poemas. Y eso no lo es todo, la sociedad tiene su deterioro en cada rama; como en un hilo, en esta otra urbe, nadie justifica el grito desaforado del joven aturdido por la droga, enlodado en el canal del 2do Anillo de la ciudad, su desgarre está ligado con la más elemental soledad. Soy Jesús, dice, alucinado. En mi cabeza, como abeja que zumba, retornan aquellas líneas de Franz Tamayo, nuestro poeta que disfrazó su alma andina en la rigidez clásica del griego: Si el monstruo es en terror prodigio y pasmo, la belleza es también prodigio y monstruo.[1]

Afuera, tras la carretera, los tajibos florecen de vez en cuando como lágrimas del monte, y algunas garzas cruzan al vuelo, indiferentes de la mañana que se estampa definitivamente con un sol como sello rojo en el horizonte.

Al salir del ómnibus, aturdido, me sumerjo en la metrópoli para acudir a la cita. Recuerdo que el viaje tenía un propósito, el propósito del encuentro. Es la amada, me digo, que espera en un parque de la ciudad con su cortísima falda y una maletita de tela. Pero aún es muy temprano, así que hago pascana en el Mercado Nuevo, establecimiento inaugurado en 1949, atiborrado de vendedoras matutinas. Pan de arroz, tujuré, jugos al hielo, café de Buena Vista, sírvase desayuno, joven. Me decido por una ensalada de frutas abundante, en plato hondo, sumergida en un baño de zumo de naranjas. La vista agradece primero el kiwi de pulpa verde, color esmeralda, la anaranjada fruta de la pasión, la guayaba con boca de sexo, dulce ananá de rosa rubia, papaya de carne hermosa, higos y manzanas, frescura del día. Abierta nuestra alma a sus hermosas nos sumergimos en sus sabores. Y pensamos en los labios y el ombligo que nos aman, también un poco de la piel que muestran sus piernas en el verano, cuando ella coloca un poco desaliñada los adorados pies desnudos sobre la mesa del segundo piso del café teatro mientras alguien toca un poco de jazz entre las mesas del salón, que se extiende por la planta baja sobre un embaldosado mágico de cerámicas color tierra. Morir así a quién le importa, me digo, recordando su imagen junto a la mía en el espejo del hotel de entonces.

El hotel tiene una piscina al centro como haciendo un esfuerzo en medio de la pequeña pobreza. Ella sube triunfante las gradas de la cama, y enciende la liturgia del amor haciendo olvidar el sonido de todas las lenguas que desconozco. Bellum gerere cum aliquo[2].

Albricias: doy inicio al juego. La patria de los besos. El camino de los te quieros. Un poema, pido, un poema; pero ya la agonía está en su fase final y nadie podrá salvar esta necesidad que tengo de su alma, de devorar su alma como un fuego necesario a la hora de la muerte para que ilumine todos los minutos que son uno solo. Entonces estallan en un gigantesco bramido: la mujer con la dinamita, las voces de las otras mujeres de colores, la imagen del santo Jesús desaforado en medio de cantos y rezos de los modernos templarios, inundando los canales de drenaje, roto al fin el poema por el frío y la alta temperatura de los ríos del Amazonas para saber que su nombre (¿cuál es tu nombre, descalza?) está inscrito en todas las paredes, que la belleza está hecha de repetirlo. Y lo busco, lo busco con mi boca sedienta de pronunciarlo, espada en mano, dispuesto a la entrega, una muerte sin fin.

Pero nada de esto se repite. Ella no acudió a la cita. Pronto sabré que la ilusión era parte del viento. Se ha ido a las Españas, me dicen, emigró para buscar mejores tiempos. Y la imagino compartiendo los días con otro hombre, haciendo los hijos para otras tierras, limpiando el culo blanco de los madrileños viejos. Comprendo el desamparo, esta vez el desamparo del cuerpo. En el horizonte, el humo que produce las quemas de agosto consume el bosque, y un infierno de silencios se levanta con la tarde. De repente, todo se ha clausurado y ha dejado de tener sentido la palabra cielo, pues el poema en un puño se cierra con la noche, ahora definitiva y total como los muertos.
[1] Franz Tamayo, Scopas
[2] Cicerón

(*) Vuelo poético leído la noche del lunes 29 de mayo durante el encuentro entre poetas argentinos, chilenos y bolivianos denominado "Arte Poética e Integración" que sucede en Santa Cruz de la Sierra. La sesión fue compartida con Roberto Alifano, amanuense de Jorge Luis Borges, con el tema título de este post: "Verdad, juego y belleza".

miércoles, mayo 24, 2006

Sueño e inminencia

Pastorcillo de tierra adentro iba en busca de un poco de agua para una lagartija que encontré casi muerta y, según mi criterio de ovejero, con mucha sed. Abandoné así el rebaño y me remonté por ariscas fronteras, pero este territorio me era desconocido, tan apartado iba y tan impulsado por mi piedad. En los espinales lastimé mi piel, la ropa que me cubría cayó en jirones, y tuve dolorosas heridas en los pies, pero nada me detenía; ni aun el vértigo mortal de la orilla de los abruptos despeñaderos que allí sucedían.

Así, molido y acezando, llegué hasta una charca de agua detenida. La voz en aquel lugar se perdía como abandonada, y así nadie podría negar que un amenazador silencio se enseñoreaba de sus escondrijos. El líquido encontrado tenía sabor a yeso. Y ahora era yo el que sentía sed. Había dejado de tener importancia el rebaño, y el recuerdo de la lagartija era como un mal sueño.

De esa manera ocurrió la noche, que es como un manto de frío, oscuro y vertiginoso, y supe del abandono. Hubiera podido regresar en aquel momento, pero no quise. Mi voluntad me mantenía amarrado a esta aventura de paredes húmedas; hasta que llegaste –sentí una lluvia y un fragor- mágica, descalza, presentida; y ante mi dormitar líquida e inminente, señora de cada arrecife, como los mares. Ahí fue cuando te vi, tejiendo y destejiendo. Entonces desperté.

viernes, mayo 19, 2006

In utero

El Chaco es la semilla del desierto del sur.
La poesía es la semilla del silencio.

Vas creciendo entre la oscura tierra
bajo el sol de sangre
enraizado

y los ojos no nacen
se quedan
secos
buscan la luz de la guerra.


martes, mayo 16, 2006

Sinestesia


Música en base a la partitura que se muestra. Autor: Ricardo Luna
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Ada Esquirol Ríos, bella diseñadora boliviana que vive en Burdeos, Francia, presentará el 20 de junio de este año su tesis de comunicación visual, titulada “Sinestesia”.

Según Ada “el proyecto intenta demostrar, tal vez contra la corriente, que la música se puede ver. Tomando como punto de partida la percepción de cada uno.”, de manera que ha distribuido cuatro partituras gráficas (En el mundo de la música –dice Ada Esquirol-, existen las llamadas partituras gráficas, es decir formas gráficas que no son las notas convencionales pero que cumplen la misma función que una partitura tradicional. Alguna vez en nuestras vidas hemos escrito música, tal vez era simplemente un sonido, pero sin saber escribir las notas hemos intentado hacerlo a nuestra manera. Ada Esquirol escogió la tipografía Didot para tener una línea conductora.). Estas partituras fueron entregadas a distintos músicos que las interpretaron a su manera, desarrollando sendas composiciones, apropiándoselas. Creada de esa manera la música, ésta fue enviada, a su vez, a varios escritores, que debían crear textos inspirados en esa música. Los textos retornaron a Ada, que cerrará el círculo con la elaboración de ilustraciones que dibujarán las historias escritas con símbolos similares a los de las partituras de un principio.

A mí me tocó una de aquellas partituras y su correspondiente composición musical. El resultado fue el texto que copio a continuación.

Oraje

La habitación es enorme y vacía. Sobre la cama de una plaza descansa el revolver preparado. Nada detiene el dolor. El dolor es como una escena de otro mundo, pero permanece adentro de mí; ya no como aguja, sino como la ruptura de un sonido, el mismo sonido que hacía mi sombra al encontrarte. Todavía resuena en mí la luz de tus ojos –constantemente líquidos-, color del topacio dorado. Todavía en mí, maldita.

Tus labios vuelven, tus labios como el verano incendiándolo todo para caer en tu espantoso invierno, apagándolo todo. Puedo sentir cómo creía ver entre tu piel y la mía la danza del amor, cómo hacía cabriolas buscando en las cavernas de nuestras horas la saliva vital y el aliento feroz de las almas en pena.

Ahora, ninguna memoria tiene sentido. Calla. Es momento del silencio: el apagón espera, mi cuerpo espera, el golpe final del martillo.

miércoles, mayo 10, 2006

Y aúpa a la soledad...

Tropezarse con el sufrimiento que causa la soledad se ha hecho algo cotidiano para este Torumano, enredado en su laberinto, desde donde mira las casas y las calles donde transitan sus amigos y parientes, cariacontecido, mientras respira su condición dual de instinto y poesía.

Hay algo que me ha enseñado el laberinto: se llama miedo. Alimentado por el miedo, el hombre se arrincona temblando ante la soledad porque siente ese curso delgado e inasible… De ese modo, perplejo, me atrevo a decir que la soledad es el estado natural del hombre; esta vez haciendo caso, y no con desacierto, a Jeanne Marie Laskas, columnista del Washington Post Magazine, cuando afirma que “quizá la mayor equivocación acerca de la soledad es que cada cual va por el mundo creyendo ser el único que la padece.”

Si esto es así, podríamos afirmar que la pregunta clave sobre el tema es ¿Cuánto de soledad tenemos cuándo? Y a la cual, podríamos respondernos como Jaime Saenz en el poema La Noche: “pero, cuando no hay ni un alma, es la propia soledad quien te echa de menos / -y es como si no estuvieras, o como si te hubieras ido, en busca de alguien a quien echar de menos.” O, inocente y misterioso, penetrar como Antonio Porchia: “A veces de noche, enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad”.

De acuerdo. Si ese es el cuando, la cantidad de soledad tendrá que ver con la alegría, que no es otra cosa que el alejamiento de uno mismo. Si tengo suficiente alegría que me arranque de mi ensimismamiento no recordaré que la soledad me es inherente y huiré con mis alas al paraíso de saberme otros. A eso llamamos amor. Todo esto en la esfera de la razón. Solamente que es de los hombres conocido que la razón permanece nublada por el instinto. ¿Qué dirá el instinto? El instinto tiene un cero por linterna. No dice, no cuestiona, sigue una voz primigenia que lo lleva a tomar, si puede, el motivo del deseo, y entonces sentirá con el olfato que está saciado.

En otra habitación, la poesía, severa y rigurosa, nos contará que en realidad hace tanta soledad que las palabras se suicidan (Pizarnik).

Pero Torumano se rebela, dice que su soledad no nace ni de la razón, ni del instinto, y aunque tiene a la poesía por cómplice, dejar ver que su soledad está hecha de un nombre (¿Cuál es tu nombre, descalza?) que está inscrito en todas las paredes, que la belleza reside en repetirlo. Y lo busco, dice el encerrado, lo busco con mi boca sedienta de pronunciarlo, espada en mano, dispuesto a la entrega, una muerte sin fin.

miércoles, mayo 03, 2006

El sentido del paraíso

Cuando todo se acabe ya no habrá importado qué sabor hubiera tenido tu boca, si me hubieras querido o me hubieras odiado. Un humo con olor a carbones viejos vendrá en lugar de tu ombligo. Ya ves, mujer, cuando todo se clausure, no tendrá ningún sentido la palabra cielo.
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