miércoles, marzo 29, 2006

Ardides de la soledad

Todos los lugares tienen muertos, pero los míos son tan míos. Vedlos a través del oscuro espejo, quietos como una secuencia, repetitivos, expertos en silencio. Mis muertos tienen dientes, de vez en cuando dejan huellas; pero esperad, también después ellos desaparecen, ausentes.

martes, marzo 28, 2006

La bicicleta

La semana pasada, el Centro Patiño alojó a más de ciento cincuenta personas en un foro de fomento a la lectura, acaso apremiado por el contexto que brinda un estudio de la UPSA donde se revela que en Santa Cruz de la sierra más del 60% de la población lee menos de una hora diaria. Naturalmente, esto provocó intensos discursos con propuestas y demandas para que la situación se transforme, de manera que en la medida de lo posible la gente de todas las edades se ponga a leer (todavía no se ha decidido claramente qué) por todos los rincones. Enemigos de la lectura vendrían a ser, entonces, además de algún funcionario público deslenguado, -que habría declarado que él no lee ningún libro desde 1992, y que las lecturas de libros son la causa del retraso de Bolivia-, los elementos tecnológicos que distraen a los potenciales compradores de libros de su actividad, tales las películas en DVD, la televisión, el Internet, y toda la colección de videojuegos que arrebata a una juventud supuestamente menos intelectual que la de las pasadas generaciones. Me parece que la pieza que reproducimos a continuación puede darnos nueva luz sobre el asunto. Se trata de un fragmento extraído de un artículo publicado en 1960 y que es recogido por el libro Imagen y Posibilidad de José Lezama Lima. El texto fue copiado con cariño en manuscrito por Paola Pereira –a quien todos conocen por La Pirata, de donde a su vez este alférez de blog lo ha subido a la red.

(…)

Algunos libreros sobresaltados habían afirmado que la radio y la televisión mataban la apetencia lectorera. Ya en el siglo pasado, el librero Choiseul decía: “La bicicleta mata la lectura”. Nada podrá desviar al hombre hecho para la lectura. Esa es una constante, una clase, la de los lectores, que nada podrá extraerles las barbas de las escrituras. Existe el mundo de la bicicleta, existe el mundo de los lectores, y al utilizarse la ley de los equilibrios, lo único que podrá suceder es que se lea en esa misma paleontología, la bicicleta.

José Lezama Lima

miércoles, marzo 22, 2006

La celeste aldea de los sij

Debo a la escultora Carolina Sanjinés la descripción de una remota aldea de la India, de religión sij –no se preocupen yo tampoco sé a qué se refiere, pero ella dice que los devotos de esa secta usan como distintivo un turbante azul. El pueblo se dibuja como en un sueño en medio del desierto, y si uno se aproxima, se ven transitar por la carretera de tierra enormes camellos, sobre los que se bambolean cadenciosamente los viajeros, que se alejan en fila al mismo tiempo que la línea del ferrocarril. Aquí las casas y los edificios han sido pintados totalmente de celeste, en diversos tonos como si se tratara de una música monocromática –muchos pueblos de la India se reconocen por sus colores. Está construido alrededor de un oasis donde el verde ha retoñado en palmeras y arbustos prodigiosos apretados a la orilla de su laguna. El agua ocupa el espacio de una hectárea, pero sus reflejos son dorados gracias a que en su centro emerge un imponente templo asombrosamente forrado con una placa de oro de un centímetro de espesor. La prohibición exige que ningún extranjero pueda penetrar en él. El oasis ocupa la geografía de una depresión de manera que alrededor lleva construidas gradas para alcanzar al pueblo. Las gradas están atestadas de gente, generalmente niños mendigos y hambrientos. Carolina, como quién quiere contar un pecado, narró que al oírla reír alegremente, un niño sij que balbuceaba algo de inglés comentó que jamás había oído reír de esa manera, ya que el regocijo había abandonado sus vidas. “Quiero que cuando regreses a tu país y vuelvas a reír –dijo el pequeño- te acuerdes siempre de mí”.
Carolina calla, ha concluido su narración. Se hace un silencio entre los que la escuchamos sentados alrededor de una de las mesas hechas de fuerte y hermosa madera tropical, que la propietaria del Irish Pub, nuestra cafetería, ha estacionado en la acera del Tercer Anillo de la ciudad. Yo la miro deseando penetrar sus ojos verdes, acaso esperando oír su risa como campanas de navidad, pero sé que está impedida, de repente se ha bloqueado su corazón con las demandas de aquel pequeño sij indigente, también sé que cuando cierra los ojos piensa en la India y ya no necesita ninguna risa para acordarse de ese niño con ojos de pobre, sentado en una de las graderías de la aldea sij.

viernes, marzo 17, 2006

Patitos de goma

El curso no es demasiado pequeño. Adentro los niños juegan con globos. Una pizarra reza “Feliz día papito”, y los padres, desperdigados en los pupitres, esperan. Yo, que soy impaciente, quiero irme, me irrita estar entre gente extraña, detesto aún más tener que comer de manera incómoda en estas pequeñas mesas de madera donde apenas se cabe. Los pequeños corren de un lado a otro, la maestra los amonesta, nadie escucha. Entonces quiero recuperar las imágenes de mi infancia. Puede que cuando niño no hubiese tenido conciencia de cómo me sentía en la escuela, siempre obedeciendo sin chistar, siempre un niño bueno. Dolorosa memoria esa, ya que un niño bueno -como en una pesadilla llena de patitos de goma, diabólicos y agresivos- es un niño infeliz.

viernes, marzo 10, 2006

Oruga Interior

Hoy presento en el Centro Simón I. Patiño de Santa Cruz de la Sierra el libro Oruga Interior, finalista del Premio Nacional de Poesía "Yolanda Bedregal" de 2004, y publicado por Plural editores en enero de este año. Copio a continuación el poema Poética, del cual deriva su nombre:


Poética

Sólo

hay

una

muda

luna

como una oruga en mi interior.


.

viernes, marzo 03, 2006

La dama de Casa Canterac

¿De qué manera los relámpagos, los reflejos, los deslumbramientos están interrelacionados con las miradas? Y luego vibran en todo el espacio en que se supone ocupan los cuerpos, cuerpos que no son, si no son de la noche. Recuerdo sus manos, hermosas manos hechas para la oración, para el recogimiento y también para el amor.

Mirábamos desde el balcón. Abajo el hombre cantaba canciones a lo David Gilmour. Y me parece que fue cuando entonó High Hopes que yo la miré, y supe que allí aguardaba un gran resplandor, como el resplandor de los abismos, hechos para caer en vértigo, en picada, pero apenas por unos breves momentos antes que detonemos contra el fondo. Ella acaso también lo intuía. Las maravillas envuelven de vez en cuando a los hombres.

Luego estuvo el aliento de los vinos y el coro de las risas.

Nada resuelve el instante de la fascinación mejor que un beso. Irresoluta nos venció la madrugada.
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