lunes, septiembre 30, 2024

Jaimes Freyre: agua poética para Borges

 


El gran aporte de la obra de Jorge Luis Borges es aquel que está simbolizado en el primer arcano del tarot, le bateleur, es decir, el hechicero capaz de acercarnos con magia a la literatura universal; ejercidas estas artes –las del mago- a través de un lenguaje preciso que gracias a la erudición y sus juegos ficcionales mantiene un fino y ecléctico humor, pero principalmente un tono moderno que nos hace sentir que la tenemos al alcance de la mano, como un regalo que se entrega con renovado brío.

 No sería entonces irreflexivo afirmar que su obra impele a regresar al camino que siempre le tocó a la literatura, el camino de la sabiduría. Pues Borges es, ante todo, el gran traductor de una vasta constelación de espacios literarios, elegidos con gran intuición estética, árbol que podemos llamar la lectura borgesiana, lleno de frutos, y ramas y hojas capaces de dar sombra, pero esencialmente de savia renovadora de nuestra mirada sobre la biblioteca. Acercándonos a cada anaquel de ella con verdadero amor, como hace el maestro, como haría aquel Magister Ludi, tan alto a Herman Hesse. Así que, es tal la preponderancia de Borges en el contexto, que su voz se ha transformado en vía y camino de la palabra escrita, tanto que es imposible pensar el futuro de las letras de occidente sin la perspectiva llamada Borges. A través de ella hemos podido regresar a las fuentes de la más deliciosa retórica. Su prosa se pasea con magistral pintura de delectación, ironía y conjetura por todas las épocas, para tocar en lengua castellana las llaves que hacen a las espléndidas puertas de la literatura de todos los tiempos.

 Aunque todavía hay muchos misterios que recorrer en torno a este poeta, y esta vez, considero justo y adecuado intentar develar uno relacionado con Ricardo Jaimes Freyre; aquel, menos famoso que importante, poeta boliviano. Será mi afán el de demostrar que al menos tres espacios les son comunes; queriendo resaltar el hecho de que Jaimes Freyre, siendo de una generación anterior, y fundador del modernismo, es precursor de Borges en aquellos asuntos.

 Diré, inicialmente, que no sería aventurado conjeturar que Borges quedó fuertemente conmovido por el libro Castalia Bárbara de Ricardo Jaimes Freyre. Pues, los poemas que constituyen parte fundamental de ese trabajo, tuvieron la originalidad de ser los primeros poemas escritos en castellano donde se desgrana la mitología escandinava, sintiendo ese aire que nos transporta al choque de los escudos y las lanzas con largo fragor siniestro[1], tan oneroso al poeta argentino. Surge, además, como dato y como albur, que la primera edición fue publicada en Buenos Aires el año del nacimiento de Borges, es decir, en 1899.

 No es desconocido que Jorge Luis Borges se había sumergido con no disimulada pasión en los versos escritos en sajón antiguo y en lenguas germánicas, discurriendo eruditas conferencias sobre el tema como profesor del Curso de Literatura Inglesa en Buenos Aires, donde el Beowulf, Finnsburh, la Balada de Maldon, Oda de Brunanburh, y otros son tratados con gran magisterio. Así que,  nos resulta difícil pensar que no haya caminado por las páginas de ese hermoso libro, especialmente cuando tanto gustaba repetir el poema que lo abre, a pesar que no tiene que ver con el tema de que tratan las líneas de Castalia Bárbara, como más tarde vamos a tener la oportunidad de comprobar. Es también apropiado resaltar que Borges parecía dudar de que alguien pudiera interesarse por esa extraña cultura que a él tanto lo llamaba, como ponen de manifiesto sus palabras en el prólogo a Historia de la Eternidad "El improbable y acaso inexistente lector a quien le interesen las kenningar puede interrogar el brevario Antiguas Literaturas Germanas que publiqué en México en 1951"[2]. Ese desinterés, nos dice Fernando Molina en su ensayo Jorge Luis Borges en tiempos escandinavos, parece auténtico, pues ni el artículo ni el libro sirvieron para paliar el radical desconocimiento de las antiguas literaturas nórdicas de que hacían gala los historiadores literarios españoles (y creo que latinoamericanos)[3].

 En una larga entrevista con María Esther Vázquez, Jorge Luis Borges explica que llegó al mundo de lo escandinavo por el camino de lo anglosajón. Sin embargo, tiene que haberse gestado, al menos en semilla, con la lectura de Catalia Bárbara, y su -hermosa ventana a la mitología escandinava- retahíla: El camino de los cisnes, La muerte del héroe, Los Elfos, Los cuervos, el Walhalla, Aeternum Vale, poemas sobre los que Borges guarda un extraordinario silencio, limitándose a repetir aquél que sirve de pórtico. Sin embargo; en su prólogo a Seis poemas escandinavos, se pregunta “¿Qué secretos caminos me condujeron al amor de lo escandinavo?”. Mientras que en el mismo texto afirma “No soy, por lo demás, el primer intruso de lengua hispana que ha explorado esas latitudes. Nadie puede olvidar la Castalia Bárbara, de Jaimes Freyre”. Asimismo, es curioso advertir que Jorge Luis Borges nació el mismo año de publicación de Castalia Bárbara, 1899, y con prólogo de Leopoldo Lugones[4].

 Por otra parte, nadie ignora que Borges tuvo especial deslumbramiento por Dante Alighieri, con quien mantenía encontrados sentimientos, y al cual, a pesar de profesarle clara admiración, sometió a ciertas irreverentes parodias, como las reflejadas en el famoso cuento El Aleph. Tema éste, el dantiano, en el que, además de la religión compartida, mantiene un cauce comunicante que en esta ocasión vamos a develar. Se trata de la idea que generó el bello ensayo que reflexiona sobre la escena que protagonizan Paolo y Francesca en el infierno, llamado El encuentro en un sueño, publicado dentro de Nueve ensayos dantescos, tema que descubrimos también en un libro de Ricardo Jaimes Freyre llamado Anadiomena[5], donde encontramos el siguiente texto:

 Tortura Celeste

Dice Francesca: -¡Oh Dante! ¿Por qué tu genio quiso

crear este tormento digno del Paraíso?

 Borges, al finalizar su ensayo escribe: “… pienso en dos amantes que el Alighieri soñó en el huracán del segundo círculo y que son emblemas oscuros, aunque él no entendiera o no lo quisiera, de esa dicha que no logró. Pienso en Francesca y Paolo, unidos para siempre en su Infierno. (‘Questi, che mai da me non fia diviso…’ Con espantoso amor, con ansiedad, con admiración, con envidia.”[6]

 ¿No es admirable la común intuición? ¿Leyó Borges a Jaimes Freyre y guardó en su alma esa bellísima lectura del Dante, que fue macerando con el tiempo, como probablemente sucede con muchas de nuestras reflexiones? Podemos conjeturar que sí.

 La enorme consideración que Borges dedica a la música está directamente relacionada con la idea que sostiene Shopenhauer sobre la misma. “Sin mundo, sin caudal común de memorias evocables por el lenguaje, no habría, ciertamente, literatura, pero la música prescinde del mundo, podría haber música y no mundo. La música es la voluntad, la pasión.”, nos dice Borges en “Historia del tango” [7] Aplicado esto a lo que en esencia interesaba a Borges, a la música verbal, diremos que la música vendría a ser el extremo vital de la poesía. La música como voluntad poética. Sin embargo, es relevante anotar que la música verbal tiene otro ritmo y otros modos distintos a los de la música tonal. Primero que su función no es matemática, es –digámoslo así- referencial, yo siento que suena en el pentagrama de la memoria; no del tiempo, creando el pentagrama en el espacio y la cifra de la palabra, no del tiempo, riguroso y fatal de la secuencia tonal.

 Son las conferencias pronunciadas en Harvard en 1967 y 1968, bajo el título Arte poética, y en los que Borges se define con relación a la música verbal. Nos afirma que todo el arte aspira a la condición de la música, y eso es porque todo artista debería aspirar a devolver al lenguaje su cualidad de "mágico", donde las palabras resonaran con un poder tal que resistiera cualquier intento de definición de la poesía, de la palabra misma. Nos habla de la música en la poesía como un fruto de la fusión entre forma y contenido: "Muchas veces he sospechado que el significado es un valor añadido del verso. Sé a ciencia cierta que sentimos la belleza de un poema antes incluso de que empecemos a comprender su significado". A continuación pone el ejemplo de que él disfrutaba con los sonetos de Shakespeare sin preocuparse sobre lo que querían decir.  En esta línea, es por demás interesante recordar la lectura al auditorio de un soneto, "Spinoza", en español, demostrando así su teoría: "El que muchos de ustedes no sepan español hace de él un soneto mejor. Tal y como he dicho, el significado no es lo importante, lo que importa es la musicalidad, un modo determinado de decir las cosas"[8].

 Es válido también recuperar de esas conferencias sus afirmaciones cuando nos habla de la traducción. El traductor, en consecuencia, no está siempre puesto frente a la alternativa de elegir entre conservar en su versión el sentido del poema o, más bien, su ritmo y musicalidad. Hay casos en los que este peculiar uso de la palabra le abre la posibilidad de recomponer el poema, de recrearlo fielmente, aunque no practique la traducción literal del mismo. La fidelidad de la traducción tiene que ver con el respeto por la emoción que el poema produce. Borges ofrece varios ejemplos de versos en inglés y uno, que cito en seguida, en castellano. Explica primero: “Me gustaría citar unos cuantos versos. Si no los entienden, pueden ustedes consolarse pensando que yo tampoco los entiendo, y que no tienen sentido. Bellamente, de un modo absolutamente delicioso, carecen de sentido; no pretendían decir nada. […]

 

Peregrina paloma imaginaria

que enardeces los últimos amores

alma de luz, de música y de flores

peregrina paloma imaginaria.

 

Siendo Ricardo Jaimes Freyre principal cultor de la música verbal, pues en su Leyes de la versificación castellana,  nos advierte sobre el verso libre: Y tiene una condición que le es propia, que le impide ser un simple híbrido de prosa y verso: la posibilidad de crear sus unidades de acuerdo con las ideas; unidades según las imágenes, según las figuras, según la lógica; la posibilidad de que cada pensamiento tenga su forma de desenvolverse, como el río forma su cauce, según la feliz expresión de Verhaeren[9]. No es extraordinario pensar que esta definición, esta Ars Poetica, sería herencia de Ricardo Jaimes Freyre. Poeta éste cuya poesía es ajena a los juegos verbales, y por el contrario, a través de la metáfora transporta conceptos cuya profundidad es consecuencia de sus impenitentes lecturas de literatura del medioevo, especialmente del Dante.

 Finalmente, para poner un signo de admiración doble, encontramos una extraordinaria entrevista citada en un artículo de periódico en la que Borges admite la influencia de Jaimes Freyre: “En el caso especial de Jaimes Freyre -Pregunta Dante Escobar ya avanzada la entrevista en su libro Las Obsesiones de Borges-  ¿Sentía usted alguna influencia en su poesía?”, Borges contesta: “Quizás -responde Borges- muchas de mis primeras experiencias poéticas tienen influencia de Jaimes Freyre; era un preciosista. En su poesía, -y no lo digo porque usted sea boliviano-, la página es parte del lenguaje en la comunicación íntima poeta-lector.”, y, más adelante, continúa “No me cabe duda de que en mi libro Fervor de Buenos Aires hay versos con notable influencia de Jaimes Freyre y Lugones.”[10].

Todo esto, dirán ustedes, y no sin razón, no ha tenido que ser foráneo al genio de Borges. Sino muy profundo, tanto que llega a usar este poema como enseñanza de lo que él mismo preconiza como poesía, es decir, la música, poema cuyo sentido se refiere precisamente a eso, es decir a la poesía. ¿Qué mejor tributo se puede rendir en la óptica de Borges a un poema cuyo sentido es la propia poesía, que sin decir nada a la manera de la música lo dice todo? Los sones están dados y el entresijo develado. Quién puede dudar entonces que Ricardo Jaimes Freyre sirviera de fuente del patio secreto, donde la obra fluye y entrega agua poética y sal –a la sombra de la música modernista- para la sed inagotable y prolífica del más grande escritor hispanoamericano del siglo xx.

 

Gary Daher

 

 



[1] El Walhalla, Castalia Bárbara. Ricardo Jaimes Freire.

[2] Historia de la Eternidad, Jorge Luis Borges, Emecé, 1953.

[3] Jorge Luis Borges en tiempos escandinavos, Fernando Molina, revista digital La hoja latinoamericana, julio-agosto 1998

[4] Souza. Mauricio. Ricardo Jaimes Freyre: Obra Poética y Narrativa. La Paz: Plural editores. 2005. Impreso.

[5] Poesías Completas, Ricardo Jaimes Freyre, Ministerio de Educación y Bellas Artes, Biblioteca de autores bolivianos, 1957

[6] Nueve ensayos dantescos. Espasa-Calpe, 1982

[7] Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego. Alianza, 1990.

[8] This Craft of Verse. The Charles Eliot Norton Lectures 1967-1968, Presidente and Fellows of Harvard Collage, 2000

[9] Poesías Completas, Ricardo Jaimes Freyre, Ministerio de Educación y Bellas Artes, Biblioteca de autores bolivianos, 1957

[10] Artículo escrito por Martín Zelaya el11 de junio de 2016 en el periódico Página Siete de La Paz. “Borges y Bolivia, un libro y un poeta perdido”.

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