miércoles, febrero 08, 2006

De los secretos

Hay una desnudez que no es del cuerpo, sino de los actos, de la evidencia de los actos. Esa desnudez tiene dardos, olores e impurezas. La desnudez –despojarse, inerme ante los otros- es forzar el mecanismo con un engranaje demasiado pulido pero asincrónico que rueda y altera el reloj de la amistad, la máquina de zurcir que llaman amor y la rueca de la alegría que teje el hilo de unión de la familia.

Si nos desnudamos en los actos habrá un silencio de viento y caeremos del campanario. Así, rota el ave muere desnuda.

¿De qué hablamos? Inquirirá el afilado lector, urgido de precisión. Y ya me apresuro a dar un ejemplo.

Entonces, qué si en el entreacto de los vinos sucede aquella desnudez y revelamos un secreto que era muy íntimo, una declaración que debía morir con nosotros. Qué si entonces te despiertas al día siguiente, qué si te parece que la infidencia no fue tal sino la pesadilla del alcohol, qué si el secreto verdaderamente quedó en secreto, pero ahora dudas, y miras con sospecha cualquier movimiento, cualquier referencia por lejana que fuese al escondido, aparentemente a salvo, secreto vital.
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