domingo, agosto 17, 2008

El incontrastable


Mi querido amigo Ramón Rocha Monroy, autor de tantas y variadas historias, todas entrañables, me ha enviado el texto que él mismo está a punto de leer en la reunión de Ganadores del Premio Alfagura de Bolivia, hoy, en el entorno de la Feria del Libro de La Paz. El tono de Ramón es el de siempre, es decir que, a pesar de su insistencia en decir "Yo debía llamarme Heráclito, porque nunca he sido dos veces el mismo Rocha", haciendo alusión a su apellido y al nombre del río que cruza la campiña de Cochabamba, Ramón sigue el mismo Ramón, honesto, claro y cada día más sabio.

La expresión de este texto, en estas circunstancias, podía ser tomada en el sentido político; pero no, en realidad no lo es. Se trata de literariamente mostrar una realidad, la realidad del personaje más extraordinario y vital de la vida republicana. ¿Quién puede negarlo, literariamente hablando? Aquí lo copio para su difusión


DE QUIÉN ES EL PAÍS
Por Ramón Rocha Monroy
Cuando uno dice: El país de Neruda, todos sabemos que se trata de Chile; si decimos: El país de Rubén Darío, hablamos de Nicaragua; si decimos: El país de García Márquez, hablamos de Colombia. Incluso si decimos El país del Quijote, hablamos de España.
La pregunta del millón es de quién siempre es nuestro país; en otras palabras, si en casi dos siglos de vida republicana hemos tenido una personalidad tan nítida que nos sirva de patronímico.
Tengo una anécdota triste sobre el tema: cierta vez hizo una visita oficial a Bolivia el Presidente de México Carlos Salinas de Gortari. Como nada se improvisa en estos casos, leyó un discurso escrito y revisado por la Cancillería de su país que luego fue repartido en folleto. Pues bien, para congraciarse usando una cita boliviana, repitió una sentencia de Franz Tamayo; sólo que cambió sustancialmente el augusto nombre de nuestro poeta y dijo: Fray Tamayo. ¡Le puso hábito de fraile al gran pensador aymara!
Esto nos muestra que quizá todos los bolivianos sepamos quién era Franz Tamayo, aunque sus obras no sean muy leídas y poco editadas; pero en el continente, el gran Tamayo ni siquiera es conocido.
Los poetas y críticos literarios dirían que somos el País de Saenz, pero es poco probable que la gente común del planeta identifique a Bolivia con ese nombre.

Alguna vez lamenté que no nos llamáramos República de Potosí, pues el nombre del Cerro Rico y de la Villa Imperial figura en todos los libros de cuentas de los comerciantes y banqueros de Europa desde el siglo XVII y, por supuesto, en las memorias de las casas reales. No en vano se acuñó por entonces una exclamación generalizada: Vale un Potosí. Quizá seríamos entonces El País de Arzanz, en homenaje al autor de la Historia de la Villa Imperial, pero sin ninguna seguridad de ser reconocidos.
Admitamos, pues, que no hay artista ni literato que sirva para identificarnos. Incluso es posible que veneremos la memoria de Andrés de Santa Cruz o la de Víctor Paz Estenssoro, nuestros presidentes egregios. Pero el mundo tendrá dudas de identificarnos como El País de Santa Cruz o el País de Paz Estenssoro.
Veamos las cosas desde otro ángulo. Carlos Montenegro, acaso el más grande prosista de la literatura boliviana, divide su ensayo "Nacionalismo y Coloniaje" en capítulos que titulan: epopeya, drama, comedia, novela. Como si se refiriera al tiempo que vivimos, Montenegro escribe: "Este retorno a la realidad pone fin a la etapa histórica de la comedia… Nuestra historia adquiere un poder de ilusión realizable, que no es ensueño sino ansia de superación afirmativas, y se desarrolla con el proceso coordinado y angustioso –tal es su humanidad—de un argumento novelesco, sin romper la concordancia cosmológica preestablecida entre el hombre y su medio. La inspiración central de este nuevo acontecer es también idéntica a la de la novela. De suyo, ella es un anhelo de realizaciones existenciales, "la persecución de otra vida" –como Caillois ha llamado al impulso creador de la obra novelesca… Las tendencias del alma popular contemporánea –rebeldía, inconformismo con lo vigente, ansia de imperar en el futuro—son señales de ese sentido vitalista que pugna por autenticarse… La novela, como la historia, es una realización existencial que convierte en posibles los ensueños, arraigándolos en la entraña de lo viviente… Todavía confusa, la aspiración boliviana de nuestro tiempo se muestra resuelta a cumplir ese destino… Una inmensa mayoría del pueblo ha reocupado la vieja posición del sentimiento de la nacionalidad frente a la de la tendencia colonialista, que tampoco ha desaparecido… Jamás tuvo la República otra noción de su existencia que la de la pelea. Por eso vivió con el nombre de patria, más gloriosamente que nunca, en la edad de los guerrilleros, cuando no pasaba un día sin matar y sin morir por la independencia del pueblo nativo."

Pero esa epopeya colectiva tiene un héroe. Un héroe que no nació en pañales de seda ni en clínica privada, sino en una choza de un ayllu de un cantón de una provincia perdida. Un héroe que no tiene abolengo ni apellido de casada, aunque algunos señoritos sonrían con irónica complicidad y lo apelliden De mierda, y algunos desalmados lo apelliden Cabrón y La puta madre que te parió, aunque su madre haya sido tan pobre que ni siquiera pudo permitirse ser otra cosa que una santa. Un héroe que no tiene títulos universitarios ni maestrías en el exterior, que no es PHD ni HDP, que no huele a after shave exclusivo ni a desodorante de galán, que huele más bien a multitudes, a ayllu, a tribu, a tierra, a monte, a sayaña, a pegujal, a cato de coca, a subsuelo, a socavón, a Pachamama. Un héroe que huele a sudor, a ojotas, a tambo, a banda de música; que no tiene grado superior sino de soldado raso, de dragoneante, cuando más, de cabo; que no tiene premios literarios ni probablemente haya escrito nada, aunque es, a todas luces, el héroe de esta novela. Los medios del mundo, los políticos del mundo, los ciudadanos del mundo saben quién es. Ustedes saben quién es.

sábado, agosto 09, 2008

Bitácora de Nueva York


En el año 2003, los días me llevaron a vivir a Nueva York. Después, esta mi historia de cambios incesantes parecían haber atrapado esas vivencias en ese extraño olvido que se forma con las pinturas de la memoria sin memoria de lo que se quiere poner como apenas un mero accidente o aventura intrascendente, cuando ayer, entre las cajas que sirvieron para mi reciente mudanza de domicilio encontré un cuaderno garabateado con algunos apuntes de la época. Copio, entonces, uno de sus fragmentos:

1 de julio

Otra ciudad emerge, la ciudad de la cotidianidad. Tren 7, tren 4, cambio en Gran Central. Mirar el programa del Bus Q45. Viajar, viajar.

Tres palomas sobre el techo del andén en 69 st-Fisk. El convoy pasa con su maquinaria feroz, es un animal que se estremece sobre las líneas oscuras de los trillos. Yo veo cómo dos de ellas levantan vuelo, pero la tercera, indiferente, nuevayorkina, continúa comiendo las pequeñas migajas, como si nada pasara, y nada pasa, sólo el tren. Pero sospecho que entre las voladoras, una, curiosa, levanta vuelo sobre los vagones para saber sobre origen del monstruoso ruido que taladra. Mientras la otra es la que huye sin mayor sentido que el miedo, el horror a lo poderoso, al acero que se mueve con sus dientes redondos, como un titán de los rieles.
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