lunes, agosto 27, 2007

Cartas a un joven poeta


Raine María Rilke (1875 – 1926) ha sido el poeta de la soledad. Quiero decir con esto que su ruta poética ha estado determinada por esa búsqueda. En soledad, según este poeta, sucederían, entonces, los más importantes desarrollos del ser. Cara manera, sin duda.

Ante este señalamiento, merece detenerse en dos poetas que habrían tomado la ruta de la soledad como trabajo interior. Es por una parte el caso de Jaime Saenz, quien afirma, en el poema La Noche, que hay que recogerse al espacio del cuerpo, “[…] en el espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto, puedes pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente, […]” . Esto podría señalar una coincidencia con la búsqueda rilkiana, sin embargo, es oportuna una precisión, más adelante, en el mismo poema, Saenz dice: “En todo caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo, se reducen a tu cuerpo; / y quien lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.” ¡Dos cuerpos! Situación que abre la posibilidad de que a pesar de estar separados de las multitudes podemos estar acompañados. Asunto sin duda caro a Antonio Porchia, quien cuando se despedía de las personas decía: “Acompáñate” [1], en clara alusión a la compañía que podría existir dentro del cuerpo, o sea el cuerpo del cuerpo. Dicho en otras palabras del alma. ¡Qué hay pues más aterrador que el desalmado, qué más triste que un cuerpo deshabitado!

Muy interesantes pues las enseñanzas de estos poetas, vivir en soledad sería vivir acompañado. Y que mejor que estar acompañado cuando me acerco a los demás, qué mejor que, si al acercar mi soledad, sea una soledad acompañada (la maravilla de la iluminación interior), rica en profundidades y no en desesperaciones. Y no por eso hay que dejar de visitar el Tártaro interior (del que el mismo Porchia nos dice "A veces de noche, enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad"). Alguien que ha visitado los abismos, acompañado, es el caso de Dante Aligheri –maestro venerado- que supo cruzar los infiernos, acaso reflejo de los propios, en compañía.

Esto para referirme a las actividades humanas. Todos tenemos una profesión, arte u oficio que nos sirve para ganarnos la vida. Y que en algunos casos hace de tortura del artista o poeta. He querido copiar, pues, dos de los últimos párrafos de “Cartas a un joven poeta” de Rilke, que hablan de este asunto, y que acaso sean de utilidad para algún lector necesitado:

[…]

El arte mismo no es más que una forma de vivir, y puede uno prepararse para él viviendo de cualquier manera, sin saberlo.

En toda realidad se está más cerca del arte de lo que están las profesiones irreales, seudoartísticas, las cuales, dándonos la ilusión de hallarnos cerca, prácticamente niegan la existencia de todo arte y lo dañan, como por ejemplo lo hacen el periodismo en pleno, y casi toda la crítica y las tres cuartas partes de lo que se llama y quiere llamarse literatura.

Raine María Rilke
Carta a Kappus (militar de profesión)
París, día siguiente a la Navidad, 1908


Y para concluir, deseo compartir con ustedes tres poemas de este poeta extraordinario:

Soledad

La soledad es como esas lluvias
que, subiendo del mar, avanzan por la noche.
De las llanuras va, lejanas y perdidas,
al cielo que siempre la contiene.
Y del cielo cae sobre la ciudad.

La soledad llueve en horas indecisas:
cuando, hacia el amanecer, se vuelven nuevas las calles,
cuando los cuerpos agotados de desprecios
se separan, tristes e insaciados,
y los hombres que se odian
deben acostarse en la misma cama:
entonces la soledad deriva al hilo de los ríos…


Cara al cielo

Siempre –aun cuando conozcamos el amor y su paisaje
y el pequeño cementerio, con sus nombres quejumbrosos
y el mudo abismo donde terminan los otros: -
siempre seguimos viniendo de dos en dos
a yacer bajo los viejos árboles
entre las flores y cara al cielo.


Epitafio

Compuesto por Rilke
para su propia tumba.

Rosa, ¡oh pura contradicción! voluptuosidad de no ser
el sueño de nadie bajo tantos párpados.

Traducción: A. Hurtado Giol

[1] Una imagen imborrable aportada por Roberto Juarroz: "Sólo a él le he escuchado la singular frase con que siempre nos despedía: Traten de estar bien. Era casi un pedido, algo así como una apelación infinitamente tierna y delicada: un llamado a nuestra posibilidad de ser a pesar de todo. Era como si nos recomendase: Hagan también lo posible, aunque persigan lo imposible. Y a veces agregaba una exhortación conmovedora, que sintetizaba de algún modo su mejor deseo y una recóndita nostalgia: Acompáñense".

Antonio Porchia: el secreto compartido de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo
con la colaboración de Ángel Ros puede ser leído en
Escritores secretos


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martes, agosto 14, 2007

Viejo poeta


Ma poi ch' i' fui al pie d'un colle giunto,

la dove terminava quella valle

che m' avea di paura il cor compunto

Dante, Infierno I

En 1995 publicamos, junto a Juan Carlos Ramiro Quiroga y Ariel Pérez Rosas, un señero libro, al menos para nosotros, llamado Errores compartidos. Dicho libro contiene la cronología de un ejercicio poético que durante aproximadamente un año sostuvimos estos tres, también trae una antología de los versos que esa intensa práctica produjo. Con éste son doce años, mucha agua ha corrido bajo el puente, pero nuestra amistad permanece y, lo que es maravilloso, el ejercicio poético no nos ha abandonado.
Traigo como memoria un poema de mi autoría, publicado en dicha oportunidad, que bajo el título de Viejo Poeta abría, sin saberlo, más que el camino por la agreste llanura de la literatura, uno por la escarpada espalda de la colina que, al rincón del valle, pocos se atreven a subir: la colina del espíritu, que no es otra cosa que el reconocer la oscuridad que nos agobia y el trabajo ineludible de la lucha contra uno mismo. Así me lo mostró siempre Dante, maestro sapiente y versadísimo en los asuntos de aquel sendero.
Sin embargo, al día siguiente de haberlo publicado en este blog, comprendo que el poema debe ser modificado. Hay demasiadas intuiciones evolucionadas como para dejarlo como estaba hace doce años. Así que, fidelidad prima, entrego la nueva versión.

El verbo que todo origina
y todo lo apaga
un día estará escrito sobre el báculo

entonces
seremos semejantes a las aguas

que moran como gesto del poema
abierto
en el centro del mar rojo:

una enorme h
erida azul
uniendo las dos orillas del desierto.

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martes, agosto 07, 2007

El jardín de los pájaros

Cruzas el patio y te preguntas quién eres. Respondes con tu nombre, situación que no te deja muy satisfecho, pero que has aprendido a aceptar. Pasas muy próximo de los árboles de la huerta; entonces, descubres que desde el frondoso mango del centro nacen trinos que se multiplican en el aire. Estás al tanto, porque así dice tu cultura, que son pájaros escondidos, y no otra cosa, los que trinan; unos animalillos con plumas, alas delicadas, pico, y de caminar a saltos, mientras no vuelan de la rama al césped. No se sabe qué es lo que cantan estas aves invisibles. Podrían ser verbos misteriosos, podrían estar construyendo jardines en algún planeta de la galaxia, jardines inmaculados, acaso inundados de flores, y arroyos y cascadas de agua y mujeres y hombres, también cantores, preparando el paraíso para tu viaje. Nadie lo sabe, no. Luego sales a la calle y salvas la avenida, vertiginoso llegará el autobús, y regresarás a tu infierno necesario, con tanta gente desconocida, cercana, apiñada y distraída, apurada por llegar, nadie sabe a dónde. De repente, observas que al lado de la ventana del conductor han colocado una bandera de colores alegres, los mismos colores básicos que reflejan las luces de todo arco iris, como bendición de la tierra. ¡Es la fiesta de Bolivia –dices súbitamente! Y desfilan por tu visión los innumerables dolores, los afanes, los discursos, las mentiras, el hambre, las pancartas, el miedo, los conflictos, los diferentes tipos de piel con que están hechas las billeteras de muchísimos tamaños, la mayoría vacías e imaginarias y, tal un tropel, detrás vienen los marchistas, los soldados, las mujeres ataviadas con hermosas polleras y trenzas, los hombres de gorros de lana y poncho austero, los de traje oscuro, los futbolistas, los mineros con cascos amarillos, los maestros de escuela, y las jóvenes gestantes, también veo a tu padre, a tu madre y a tus hermanos y, como si en cada giro salieran del fondo de la caja de cambios, niños ocupando los espacios con sus risas hechas cascadas de agua. Cada uno adentro, aquí, parados junto a los asientos, gracias a la mente. Pero adviertes que todos estamos idos, como si el destino se resumiera a salir en las distintas paradas que hace el microbús de marras. Entonces, a través de la turba que se aprieta, consigues ver, del otro lado del viaje, en el campo abierto, una enorme bandera flameando al viento, llevada por las manos de los amados difuntos, nuestros abuelos, todos unidos en un pacto de sangre redimida por la guerra y por los sueños. Así que, epifanía inmediata, lo comprendes todo.
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