lunes, febrero 29, 2016

Pasos para llegar a un dios que sabe bailar

Vilma Tapia Anaya nos presenta su reciente poemario “La hierba es un niño”, una nueva propuesta que a pesar de su alto contenido de sesgo espiritual no se aleja de la línea de alta calidad poética a la que nos tiene acostumbrados.

En este sentido, el trabajo se sostiene como aquella voz que va en busca de lo esencial, esta vez desde una posición definida, el hinduismo de los grupos llamados Hare Krishna. Punto desde el cual nos habla en el poemario que presentamos hoy. Y este espacio poético va a ser construido como un reducto de lo mínimo, y con una actitud de sumisión hacia lo alto, quiero decir hacia Dios. Como la misma poeta nos dice cuando se abre el libro Desde el inicio más humilde de un camino, ofrezco este libro […].

En La hierba es un niño, rótulo del volumen que nos ocupa, y que, como los títulos a los que nos tiene acostumbrados es un verso en sí, la historia que trazan los poemas transita o surca un tránsito. Y se podría decir que ese tránsito es permanente, ya que, en el estilo de la poeta, los textos carecen de punto final. Hay como una necesidad de que la palabra no se detenga, fluya constante para recordarnos que todavía estamos en ese río, el río de las palabras.
Así el trabajo está formado por dos partes. “Pasos” con 24 poemas que se escriben como estableciendo el grado primario o primigenio de ese transcurrir que se quiere mostrar, y “Transparencias ascendentes” con 9 poemas, que se desgranan como quien ha encontrado el inicio de una vereda empinada y está dispuesto a ascenderla.

Entonces, sin apartarse de esa manera poética, digo del fluir, la poeta apenas ingresamos en el texto, en el primer poema, nos habla de ríos de luz de peces encendidos como solaz para los pies desnudos, pues así parece ser la única manera de ingresar al territorio donde la hierba es un niño, mientras el afuera golpea con su granizo prematuro y el huracán azota los refugios, naturalmente refiriéndose a la dura cotidianidad que a todos nos aflige. Es precisamente ese afuera que desde este espacio se puede percibir a través de alguna vista, no con el cuerpo, sino con la mirada. Porque el cuerpo está hecho de palabras, ríos de luz / lágrimas de su cuerpo / de los cuerpos todos / árboles animales y el pan y los caminos.
Esta poderosa introducción dicha desde la intimidad, desde la delicada intimidad donde hay sueños / y presentimientos / brotan a la sombra del primer helecho / y nuestros pies desnudos / deambulan empapados / perplejos ríos de luz, es la manera en que se puede expresar lo inexpresable. Vilma Tapia Anaya nos invita a penetrar el mundo de las epifanías, no necesariamente religiosas, que sí las hay, pero generalmente emergentes de la tierra, de la naturaleza.

Sin embargo, en este caso de obertura, todo ese conjunto: cuerpo, palabras, sueños, presentimientos, luz, termina en una curiosa imagen que ella misma nombra como florecimiento, un florecimiento de sacrificio, estallas en sangre en el entrecejo del amante. Versos que nos recuerdan a San Juan de la Cruz y su amada en el amado transformada. Hijo de aquél hermosísimo poema el Cantar de los Cantares del autor bíblico. Ingresando Vilma Tapia Anaya de esa manera a la tradición de la poesía mística, donde el sacrificio transforma a la anhelante en el ojo clarividente, o tercer ojo del divino amante.
Pero el alcanzar ese sitio de la siguiente grada espiritual, por lo visto exige una serie de pasos, de ahí el nombre de esta primera sección. Refiriéndose a actitudes, trabajos y enseñanzas que moldean al neófito para alcanzar la realización deseada.

Actitudes, tales como el vegetarianismo, en los poemas “La niña” y “Te cubres”, o como la necesidad de mantener el pudor para con la narración de las vidas íntimas, a través del poema “Derrida”, refiriéndose a la película documental del mismo nombre donde se hace un seguimiento intensivo del filósofo argelino Jacques Derrida. Y los trabajos, en este caso muy principal el trabajo de doblegarse como en el poema “Trébol” donde se muestra la imagen de la humildad requerida para hacerse uno con la hierba:
Inclina el viento, ya sin demasiado dolor, vértebra por vértebra, el húmedo tallo del trébol. Su diminuta sombra trae esta paz. Unos minutos. Detenidos.

Este tránsito está signado también, muy caro a Vilma Tapia Anaya, por la enseñanza que dejan en ella las mujeres del pueblo. En el poema “El mundo y el sol han tejido los Q’ero”. Hay humildad ante la grandeza de la montaña nevada, y una potencia que viene del interior, que llora por la clave perdida:

La línea de enfrente es la montaña mayor
en el ocaso sus nevadas cumbres
se elevan
muerden un bocado de cielo
entonces las mujeres cantan
mantienen la mirada baja
se cubren con finos sombreros

lloran la sortija perdida
el templo de llave pequeña
lloran espigas pétalos alegría
dicen que han venido que tienen vivo el corazón

No podemos evitar conmovernos ante la imagen espiritual tan nuestra que el poema revela, recuperándonos acaso del extravío y de la errancia en la que andamos.

No cabe duda entonces que en estos “Pasos” se descubren momentos en los que la poeta practica un acto de consciencia de la recepción de las cosas, haciendo que el universo ingrese como revelación a través de una imagen. En este universo, los otros seres de la naturaleza, las montañas, el viento, la lluvia, los árboles, nos reciben. Son seres cordiales, atentos, no se inmutan con nuestras impertinentes miradas.

O como en el poema “El aguacero”, título que representa esa imagen, en este caso el elemento lluvia, que se hace uno con los habitantes. Hay un ambiente que lo transforma todo en femenino, que lo cubre todo: la lluvia, la niña negra, la felicidad, y así se transforman el goteo y el canto. Y, cómo no, encerrando la figura planteada, la madre, que vigila un poco más lejos.

Todo el territorio de los pasos iniciales parece converger en el poema “Canción post mortem Śrīla Gurudeva”, de características oníricas.  Aquí el cadáver se presenta con una descripción extraordinaria:

Tu cuerpo
el peso de la muerte
en tu cuerpo

En los músculos y los huesos desanimados
de tus piernas
en la casta languidez de tus brazos

Ella, representante de la que se inicia, espera, dormida y preñada como esperando dar a luz. Esta mujer en cinta se despierta gracias a la proximidad del cadáver. Traían el cadáver hasta el lecho de la durmiente.

Nada se puede ante la muerte pues: imploré que tus ojos alejándose / me miraran. Una acción, la del mirar que es inútil porque se le pide a un cadáver.

Arrodillada
me expuse

Entonces asistí a los que cargaban contigo
les supliqué que te depositaran en mi lecho

En esta piedra

Sorprendentemente la que se inicia pide que se deposite el cadáver en el lecho de la parturienta. Mismo que es una piedra.

Esta imagen onírica nos revela y nos oculta, queriendo decir con ello que el lector se encuentra ante múltiples lecturas. Una de ellas nos dice que la parturienta está preparada para dar a luz, y que requiere de auxilio; pero en lugar del auxilio de la partera solicita el cadáver del amado, que no representa precisamente socorro en el trabajo de parto.

¿Representa el cadáver a la muerte mística que nos despierta? ¿Está la preñada necesitada de la muerte, extraño amante, para dar a luz? ¿Es la piedra el antiguo símbolo del sexo, como fue el PTR, PATAR, o Pedro, entre los gnósticos? ¿Discurren en estas imágenes oníricas líneas esotéricas que no sabemos o no queremos leer?

Acaso aquí sucede que la poesía mística se transforma en aquella llave del templo que las mujeres del poema “El mundo y el sol han tejido los Q’ero” lloraban perdida. Dejamos al lector el acertijo.

Este testimonio preparatorio parece estar concluido, y todo él nos refiere a una intimidad que no la deja partir, mientras la poeta exclama:

¿Lloras
mi señor?

¿Es que acaso estoy demorándome mucho?

La segunda parte denominada “Transparencias ascendentes” nos deposita en el espacio espiritual en sí, decidido por la poeta.

Un lugar, éste, el de las transparencias ascendentes, al que se llega luego de transitados los pasos, y donde se debe conseguir, en primera instancia, la limpieza y la pobreza arropada de cantos, la comunicación con los árboles, donde el árbol en Vilma Tapia Anaya es metáfora del cuerpo, pero un cuerpo alma como se lee en “Transparencia IV”, y la declaración del amor a Dios:

Transparencia III

Los muchachos nos preguntaban
de quién estábamos enamoradas
Con la sonrisa diáfana
humedecida por el vino del rubí
y de la rosa
mi amiga dijo:
de Dios

Se trata sin duda, del camino elegido, en este caso Hare Krishna, como se confiesa en el poema “A la hora de la oración”

Este camino que se pretende iniciático se nos muestra en el poema “Así la naturaleza” en la imagen del iniciado como un feto todavía unido a la naturaleza a través del cordón umbilical:

Nadie mordió el cordón umbilical: diamante… a veces bello
[…]
Sin embargo sin embargo en volcánicas huidas
Estallamos
y de nosotros florecen todos los caminitos
al cielo

Finalmente, y no se puede agregar nada a esta declaración teofánica, en el poema que da título al libro “La hierba es un niño”, la poeta nos muestra como el camino se reduce a lo mínimo, a la hierba, que es un niño. Es el Dios que sabe bailar. Los indigentes allí / intuimos la fragancia de sus rizos negros / Cuidamos el paso.

Acaso una metáfora nos pueda aproximar al profundo sentido de este secreto libro, la metáfora de quien cuida la humildad del prado íntimo, y obedece al viento que le enseña a encorvar la columna vertebral para recibir a ese dios que va ingresar con los pies descalzos. Un dios que sabe bailar, a quien nosotros mismos representamos para cuidar el paso, y no dañar la hierba (la hierba, imagen que nos revela) porque es un niño.
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