miércoles, junio 03, 2015

Asombro desde el ático

Oscar Barbery Suárez vuelve a publicar poesía después de un silencio de 18 años. Esta buena noticia nos regresa al disfrute de un género de poesía muy poco cultivado en nuestro país, una poesía con contenido de humor, producto acaso de la necesidad de mostrar a través de la poesía el entusiasmo vital con el que inunda todos los espacios de su sentir y su mirar, recuperando inclusive aquellos aspectos que podemos considerar tenebrosos o desgraciados pintándolos desde el verbo cotidiano, que incorpora la expresión estupefacta del hombre ante la tecnología, y la sombra de la urbe, mucho más negra, en este caso, porque es la ciudad de noche, donde reina impenitente la luna, que se contempla y se admira desde el ático.
Suele reconocerse que es a partir de Poemas y antipoemas, del chileno Nicanor Parra, que se desautomatizan y desacralizan entidades hasta entonces “sagradas” para la poesía: la más importante de ellas el sujeto lírico, que abandona el ariete de la solemnidad a que se vio encadenado durante siglos para asumir una actitud dialógica más desenfadada.
Sin embargo, son varios los poetas que transitan estos territorios, aunque siempre se consideró una excepción o una curiosidad hasta que llegó Parra. Recordemos el extraordinario soneto Diálogo entre Babieca y Rocinante, escrito por Miguel de Cervantes Saavedra en su prólogo al Quijote de la Mancha, y otros, como Nicolás Guillén, el español José Moreno Villa, aquellos poemas de Pablo Neruda que buscó también expresar su hálito vital, que fue parte de su vida.
El uso de la antipoesía en Neruda pone de manifiesto, por ende, que «la risa forma parte de las respuestas fundamentales del hombre enfrentado a su situación existencial», según lo afirma el historiador Georges Minois en su estudio antropológico. Esta risa al borde del abismo trata desesperadamente de ocultar el vértigo de la nada absoluta. De este modo, abraza definitivamente los atributos de un humor que puede considerarse (post)moderno.
En este punto, es muy interesante mencionar obras capaces de turbar con el verbo del decir cotidiano en poetas reconocidos como adustos e inclusive trágicos como es el caso de Alejandra Pizarnik y su obra póstuma La bucanera de Pernambuco o Hilda la Polígrafa, donde esa tranquila unidad del signo lingüístico, como la llama Derridá, que se rompe no es el único motivo para inquietarse.
Todo esto para intentar aproximarnos a la poesía de Oscar Barbery, que nos muestra un universo dicho y expuesto por un hombre que no se encuentra convencido de que las cosas son como se piensan. Existe pues una incongruencia en el universo y que debe ser mostrada. Esa incongruencia nos lleva al discurso de ruptura, ruptura del lenguaje con frases cuyo contenido puede parecernos en principio jocoso; pero donde lo más interesante es que el propósito no es hacer reír, sino mostrarnos que el universo ocurre y existe sin que tengamos una noción real de cómo es.
Pero intentemos mostrar lo que estamos sugiriendo. El libro que nos ocupa, llamado “Luna Ático” está dividido en cuatro partes: Ahora que ya es nunca, Luna Ático, Bocacalle y Cancionero. De alguna manera los modos poéticos de Barbery Suárez.
Abriré la lectura de este libro por la parte final, que muy naturalmente ha sido titulada con el nombre de Cancionero. Y aquí, habrá que hacer una separación, entre lo que se habla desde la poesía para ver, para sentir en imágenes, y lo que se escribe para la canción, es decir para oír, porque Cancionero, cuarta parte de este libro, pertenece a un género que se aviene muy bien a lo que se canta.
Estamos ante un autor polifacético, qué duda cabe.  Narrador, dramaturgo, poeta y en este punto que nos ocupa, letrista de canciones, sin ningún reparo, aceptando que el creador de la palabra no tiene por qué limitarse en uno u otro género, sino que si es capaz, puede y debe ingresar en otros géneros. Vale declarar que Oscar Barbery Suárez, ingresa y sale de los diferentes géneros aquí citados, como Pedro por su casa, viviendo una especie de felicidad de la palabra, si esto es posible, establecido como quiere estar cuando quiere estar.
Todos sabemos que la cultura libresca es de por sí minoritaria y hemos observado, durante el siglo XX, que el poema se enclaustró entre las páginas de las bibliotecas, renunciando a su transmisión oral. El poema escrito para ver, no para oír, es reciente. Desde la invención de la escritura, es cierto, existe el lector silencioso de poemas.
En cambio la costumbre del poema para oír se pierde en los recovecos del pasado. Y hasta el siglo XIX la poesía ocupaba el tiempo de los ocios latinoamericanos. Escribe Carlos Monsiváis: “Una herencia (una definición) del XIX: la religión de la Poesía. Durante más de un largo siglo latinoamericano la poesía es, masivamente, instrumento de uso cotidiano, prueba irrefutable de la calidad cultural (el alcance social) de una velada hogareña, de modo principal, el mayor acervo ideológico para medirse con el amor, la adversidad, la vida interior. Los analfabetos retienen piadosa y cuantiosamente los versos y los ‘absolutamente ajenos a las Musas’ suelen vivir bajo el influjo de poemas y Actitudes Poéticas que casi de seguro jamás hayan oído comentar. (...) En el XIX la poesía y la enseñanza de la historia patria son los dos ordenamientos sustanciales de la experiencia, el sufrimiento, la desazón, la turbiedad del ánimo, la desesperanza, la alegría que se refleja en sí misma”.
¿Qué sucedió durante todo el siglo XX? Rafael Cadenas señala: “La poesía moderna tiende a convertirse en un corpus hermético. Se hace para un círculo de iniciados; por los poetas para los poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son mandarines que se susurran secretos al oído”. Con el cambio de siglo, pues, la poesía perdió su papel de formadora de la sensibilidad latinoamericana.
Hoy, en la aurora del siglo XXI, amanecemos a un nuevo día, donde la poesía vuelve a recuperar el espacio de las calles a través de las canciones que la gente repite y donde el poeta se hace anónimo. Nos acordamos de los nombres de los cantantes famosos, y en su gran mayoría desconocemos el nombre del que compuso la letra. Aquí la poesía se universaliza.
Oscar Barbery Suárez nos regresa a ese espacio, pero como tiene que ser en este siglo, sin ignorar la poesía que conmueve con las grandes preguntas, y traslada imágenes, como se podrá leer en los poemas de las otras tres partes, nos entrega en esta sección letras de canciones, haciéndose cada una melodía en semilla, que después la tierra, el cuidado y el arte de los músicos fructificará en una canción para entregarla al público.
Pero el estilo de Barbery en este cancionero ya no se limita, y se desgrana en humor para cantar lo que se canta mientras se sonríe, como se sonríe en esta ciudad cuyo espíritu no ha perdido las hadas de la selva. Entonces toda la oscuridad de las boca calles y de la noche urbana, como se podrá transitar en los poemas de las tres primeras partes, se difumina y nos alumbra la fiesta.
Chacarera del mosquito
te desangra tajo a tajo
mientras vos ponés trabajo
él te clava  su  piquito.

Dice en un estribillo. Mientras en otra canción nos cuenta la vida del animal racional que sale a rondar a la ciudad. Busca, escudriña y caza, sin poder jamás saciar su deseo.

Tal cual un animal
Voy a acechar sin prisa
 Con  mastercad y visa
 Cotidianos fetiches
 En la selva de afiches
Del  patio amurallado
 de un gran supermercado


Y las canciones son desde siempre también cantigas de amor, y qué es lo que denominamos amor sino también una queja, como se queja cualquier vecino, vecino de esta ciudad, quien, mientras toma una copa de vino, le cuenta a su compadre sus cuitas de amores.

De qué me sirven mis versos
de qué mis ansias
y la ternura en las cuerdas de mi guitarra
si cuando voy a ofrecerme
todo se enreda
pues ella quiere vestirse
con oro y seda.

Y haciendo uso del donaire criollo, en otra estrofa nos dice:

De qué me sirve ser lindo
como paraba,
si todo lo que yo tengo
para ella es nada.

Al final no es más que una canción, pero toda canción tiene una intimidad que se socializa, que se abre para todos cuando se canta, con la ventaja del anonimato, porque el que canta no es responsable de lo que canta, va pecando, y revelando sus más oscuros secretos. Oigamos:

Es una canción
como una alondra
que está enjaulada
enamorada
de un corazón
su sombra.

El cancionero tiene mucho más, y quien ha escuchado sus canciones sabe las hermosas melodías que vienen con ellas cuando las interpreta María Elena Busso, según la melodía y arreglos de Luis Fernández de Córdova.
Hasta aquí el cancionero y la palabra hecha para la siega del oído, pero Luna Ático es mucho más que un cancionero, es un poemario. Y la geografía de sus páginas va a develar en las tres primeras partes el oficio de un poeta original e interesante, muy ligado al decir cotidiano de Santa Cruz.
En la primera parte, Ahora que ya es nunca, se han incluido varios poemas de su primer libro ABC: Guía de Costas, que como podrá comprobar el lector tienen el mismo tono, y que conforman la mayoría de la primera parte.
Parece que el poeta necesita que comprendamos que todo descansa en grandes preguntas sobre temas fundamentales sobre el hombre, el amor, la muerte, la poesía, el tiempo.
Aquí el lector quedará encantado con las maneras en que el lenguaje de Barbery Suárez realiza las preguntas. Si se trata del amor, por ejemplo, nos encontramos de repente con la respiración del enamorado, un enamorado que no deja de observar el entorno, de intentar comprobar y convencerse a sí mismo de ciertas certezas.
 Mi esperanza pregunta:
¿por qué no?
si el día la noche el sol la luna
si la resurrección de la caña
si el viernes en los calendarios
si el colectivo circunvalando los anillos
si la primavera en los anuarios
si las navidades y los años nuevos
si el péndulo 
si el minutero en las doce
si el caballito de la calesita
si el círculo vicioso
si el bumerán
¿Por qué no, ella regresando?

O aquel otro de la muerte, donde se expresan otros sentimientos que se comparan con la muerte. La muerte muerte, la que nos toca:

¡Tendrá tan poco de la muerte aquella muerte!
Más muerte que esa muerte tiene el miedo
el dolor
el odio
la ira
el hambre
el rabioso reflejo de la angustia
la muerte de los otros en tu estómago
el amor perdido
el amor encontrado
el desamor tumbando monumentos.

Pero también se detiene el poeta en averiguar de dónde nace la poesía. De manera que afirma que la poesía ha sido “inventada” por la nostalgia. Copio un fragmento cuyos elementos de la cotidianidad, tan de aquella condición humana, y que precisamente por eso provocan humor, quitan justamente solemnidad a aquella idea de la nostalgia, siempre ligada a la seriedad y a la tristeza.

Pero escuché el momento del invento.
Sonó a un amor quebrado por la daga
que le rompió las costillas a Julieta.
Siseó como el áspid  que mató a Cleopatra.
Resopló como Otelo estrangulando a Desdémona.
Al ronquido de Sansón, cuando Dalila.
Al llanto de Narciso salpicándole el reflejo.
A jadeo de Salomón tras la virginidad de Saba.
A Eurídice suspirando  por la  canción de Orfeo.
Al morirse de Páramo por Susana San Juan.
El amor mío con su gigantez de grillo delirante
sumósese a esa orquesta
en donde un amor es todos los amores.

Porque el autor apela a la imaginación para dar vida a los personajes históricos o dramáticos.
Como ya adelanté, en esta primera parte, el lector podrá encontrar una selección, realizada por el propio autor de poemas extraídos de su libro “ABC: Guía de costas”. Copio una muestra para el apetito, en este caso uno que nos enrostra el cuestionamiento de vivir expuestos a la mecánica de la modernidad:

Mi perro
comer
dormir
ladrar
y otras cosas
que no vienen a cuento.

Qué sabrá de la vida el pobre
del hágase la luz
botón
y hágase la música
botón
y hágase la tele
y teléfono
botón del movimiento en casa.

No cree que sea un perro
el perro de la tele.

Y ¡qué soledad!
no encontrará un solo perro
suscrito a la Internet.

Mi perro,
qué sabrá de la vida el pobre.
Entonces
a él tampoco puedo preguntarle.

(De Guía de Costas)

A esta altura, el lector que hasta hoy no ha leído al poeta Oscar Barbery Suárez, habrá ingresado en su atmósfera, y su hálito poético, acaso preparado para continuar con el banquete.
Borges, hablando de las metáforas, nos cuenta que el poeta argentino Lugones, allá por el año 1909, escribió que creía que los poetas usaban siempre las mismas metáforas, y que iba a acometer el descubrimiento de nuevas metáforas de la luna. y, de hecho, inventó varios centenares. También dijo, en el prólogo de un libro llamado Lunario sentimental, que toda palabra es una metáfora muerta. Esta afirmación es, desde luego, una metáfora, nos dice.
Oscar Barbery Suárez en la segunda parte de su poemario, que precisamente da nombre a todo el libor, Luna Ático, nos recibe con un poema que desgrana metáforas a la luna. Pero Barbery en este poema no se limita a ejercitar metáforas, sino que el poema en sí mismo es una metáfora de la espera. La luna se erige aquí en objeto de escarnio, pero también en reminiscencia, en daño, y una multiplicidad de procesos psicológicos del yo poético que espera, aunque finalmente nos revela que la luna también es algo así como agua, débil quizás, mínima ante el adivinado sol de quien se espera, pero aljibe de luz al fin, para aliviar la espera.

Luna
vasta y bastante
como botón de muestra.
El ojo cíclope.
Hueco iluminado del embudo negro.
Cicatriz de un disparo
en piel petroleada.
Mira telescópica.
Escarapela prendida sobre todo.
Cráneo en la bandera del corsario.
Clítoris de una dama oscura.
Reflector busca reos.
Escupitajo de Dios, por eso brilla.
Burbuja presa.
Ampolla de una sombra.
Ojal del luto
pezón
reloj
barquito
ombligo.
Aljibe para extraer la luz
mientras te espero.

Los poemas corren de manera que el objeto luna se multiplica, en metáfora, en testigo, en juez, en destino, y finalmente, en el otro.  Veamos.
Luna que nos miras
¿sólo eso somos?
¿gusanos comiéndose una manzana?

Y este otro…
Alguien echó a la suerte esta moneda
que la telaraña de la noche atrapa.
Soy un mendigo con la mano larga
y la luna no cae.

Como se puede advertir, la poesía de Oscar Barbery Suárez, impregnada de la cuestión del ser. Un ser que transcurre estupefacto ante la modernidad, ante los avatares de la vida, con un dejo de ironía, intenta resolver en humor para aliviarse de la carga profunda que las preguntas fundamentales que se hace dejan: ¿Hay esperanza?¿Qué es el tiempo?, ¿La luna? ¿El amor? ¿Qué es la muerte?, y así aliviar la desesperanza, la duda, la nada.
La tercera parte de este poemario ha sido denominada Boca Calles, en referencia directa a la ciudad. Aunque la ciudad que aquí circula, valga la metáfora, es Santa Cruz de la Sierra. Todas las demás, solamente son referencia, nombres que confirma la presencia de la ciudad que para Oscar Barbery es la omnipresente, nocturna, araña, monstruo devorador.

Soy la ciudad
me he bebido el río
he devorado árboles
cubro con mi manto espejado las montañas
pretendo tener la dimensión de los océanos
mis venas están con miel pavimentadas
soy como un gigantesco cazamoscas:
me he comido a mis padres.

Dice en el poema “Soy la Ciudad”, extraído de ABC: Guía de costas. Una ciudad con dientes que masculla todo, como en el poema 12:
La noche tiene tantos, pero tantos dientes
dientes para reír
dientes para morder
dientes para comer.

pero advertimos que la ciudad es la boca de la noche, que es quien nos devora:

La inventiva del hombre creó esta dentadura
y la noche ingrata nos mastica y nos traga.

En esta ciudad donde los automóviles son las cuentas de un rosario/ que aprieta esa garganta: /cuentas para decir plegarias que maldicen, /rosario para el rezo de los estrangulados.
Y nosotros
ñus
manada
indiferencia vegetal contaminando antílopes
con ojos de rumiante nuestras almas.

Para Barbery la ciudad es la telaraña donde se amanece convertido en mosca.
En Boca Calles, el lector se desplaza del humor optimista a un espacio de desazón y angustia. El hombre ante la ciudad, que es parte de la noche, ese monstruo hembra inalcanzable.
El lector siente que está en presencia de un trashumante de la vida, pero vida que emerge de la noche. Los hechos aquí no se relatan, sino se describen los obstáculos que son propios de la noche, la impotencia de su posesión y el horror de su presencia omnívora. Podríamos decir que Oscar Barbery hiende una manera de describir el espacio de la ciudad y la noche no en el sentido de la anécdota, sino en el sentido de su presencia, a la manera de Piranesi, una prisión surrealista y caótica.
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