jueves, marzo 27, 2008

Ceguera permanente

En 1854, Franklin Pierce, presidente de los Estados Unidos en el periodo que fue de 1853 a 1857, trató de comprar las tierras de una tribu piel roja. El jefe Seattle (1786-1866), lider de los Suquamish y Duwamish, habría respondido a Pierce con un discurso de al menos media hora. El Wikipedia nos ilustra las circunstancias de este hecho.

Este discurso fue mencionado por el Dr. Henry A. Smith en el Seattle Sunday Star en 1887. Es comúnmente conocida como Respuesta del Jefe Seattle debido a que era un discurso que contestaba al Gobernador Territorial Isaac I. Stevens. Aunque no hay duda de que el Jefe Seattle dio la charla, se pone en duda la exactitud del relato de Smith. Y aun más lo son los posteriores relatos que derivan del de Smith. (Speidel, 1978, 169-70)

Pese a que se sabe que Smith acudió a escuchar la alocución, este no hablaba el idioma Lushootseed del Jefe Seattle, y hay cierta incertidumbre acerca de qué cantidad fue acaso traducido incluso al Chinook en ese momento. Según la National Archives and Records Administration (Administración Nacional de Archivos y Registros), "La ausencia de toda evidencia contemporánea...crea dudas acerca de la precisión de la capacidad de reproducción del Dr. Smith en 1887, unos treinta y dos años después del presunto episodio. Por ello es imposible...ni confirmar ni desmentir la validez de este...mensaje." Ciertamente, la retórica que engalona la versión de Smith es suya y no del Jefe Seattle. Muchos de los conceptos y las palabras presentes en la versión de Smith sería difíciles de expresar en Chinook, y parece claro que la interpretación de Smith posiblemente captura el estilo de Seattle, más que sus contenidos específicos. Aunque el contenido del discurso está en duda, testigos contemporáneos están de acuerdo en que tuvo aproximadamente media hora de duración, y que, durante todo el tiempo, el Jefe Seattle, un hombre alto, tenía una mano en la pequeñísima cabeza del Gobernador Stevens.

William Arrowsmith editó una segunda versión del discurso en lenguaje contemporáneo en los años 1960. La charla volvió a ser famosa otra vez cuando una tercera versión comenzó a circular por la década de 1980. Joseph Campbell, con Bill Moyers (1988, pp. 32-34) citó el discurso del Jefe Seattle. La versión más reciente guarda poco parecido a la antigua. Es fruto del trabajo de Ted Perry, un guionista para la película de 1972 sobre ecología llamada Home. Esta versión trata al Jefe Seattle como un visionario ecologista anticipado a su tiempo, hablando sobre el conocimiento de su gente en el funcionamiento de la naturaleza. Esto condujo a que se convirtiese en un modelo a seguir del movimiento ecologista (justificadamente o no). Una interpretación acortada de la tercera versión también está circulando.

Hayan sido esas las palabras exactas del Jefe Seattle, o no, su grandeza es innegable. Copio el documento para su necesaria difusión:

¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. la savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por esto consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros,

El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados: Si les vendemos la tierra, deben recordar que es sagrada, y a la vez enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestra gente. El murmullo al caer el agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.

Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos, y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño, que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y una vez conquistarda sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Les secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás sólo un desierto. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos.

Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar nuestros oídos. Y después de todo. ¿Para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada; como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fuéran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual. Porque lo que suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace así mismo

Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece, lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El, y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirán, quizá antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.
Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral? Destruído. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.

El texto del jefe Seattle ha sido extraído de la Carpeta Informativa del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

lunes, marzo 17, 2008

Reconocimiento a Patricio Latapiat

El pasado jueves, 13 de marzo, se cumplió un acto de reconocimiento a Patricio Latapiat, consul de Chile, en los salones de la Universidad NUR de esta ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Fui invitado a participar del evento, pero las fuerzas que controlan los días han evitado que así sea. Sin embargo, existiendo este medio, no quiero dejar la oportunidad de copiar el texto que tenía preparado para esa ocasión, así como los poemas elegidos:

Reconocimiento a Patricio Latapiat

Conocí a Patricio Latapiat a principios del 2004, en una hermosa reunión de tres: Patricio Latapiat, Cónsul de Chile; junto a nuestro dilecto amigo, ahora gran promotor cultural, Oscar Gutiérrez y el que aquí habla. Allí, albergados por la amable comodidad de la terraza del café Saint Honoré, en la clásica avenida Monseñor Rivero, se prefiguró el homenaje que se haría al centenario del nacimiento de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, Pablo Neruda. Homenaje cuya cúspide se consolidó en esta Casa Superior de Estudios, ya cálido y ardorosamente grabado en nuestra memoria.
A partir de allí, distinguí y seguí a Patricio por los laberintos de un abrazo monumental, el ir y venir de escritores, artistas, obras y mensajes culturales que han acercado en gran manera a los pueblos del quehacer cultural de Bolivia y de Chile; en este caso, centrado en ésta nuestra atareada ciudad aunque siempre pintada de flores y de verde, pariendo ahora un sin número de trabajos culturales, como corresponde a una metrópolis en evidente emergencia.
No es pues casual este acto, si no el justo reconocimiento a una labor penetrante y bien intencionada, demostrando que las mejores embajadas son aquellas que acercan entre los hombres a lo mejor que estos tienen para mirarse a los ojos y reconocerse pares, quiero decir, la cultura, el arte.
Muchas gracias Patricio, muchas gracias Chile, deseamos que los próximos embajadores tengan el mismo esfuerzo y las mismas ganas de aliviar la distancia que inopinadamente nos separa.
Hoy, se me ha pedido que lea un par de poemas. Y me parece pertinente escoger precisamente al chileno Pablo Neruda y al boliviano Oscar Cerruto, grandes poetas de nuestra patria sudamericana, aún en ciernes, todavía en germen secreto, pero de futuro cierto, como la soñaron estos vates.

Tango del Viudo
Pablo Neruda

OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome del trópico de los coolíes corringhis,
de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.



La mano en el teclado
(y la otra en los dientes mordida)


..............................Texto para una cantata
................................................en memoria
............................... de Humberto Viscarra


Que pronto he quedado solo,
como un ciego en la tiniebla,
solo,
como esperando a nadie
(que no llega).

¿Pero acaso no estuve
siempre solo en la vida
vanamente esperando esa palabra
que ignoro?

Ni siquiera la lluvia
me hace aquí compañía.
El frío sí
el de siempre,
el frío y la costumbre
fácil de la tristeza.

Parado al borde de mí mismo
a la espera
de una señal, una máscara
(que no llegan)
sabiendo
que el tiempo corre ahora
debajo del tiempo.

Y no hay otra presencia
que las calladas estrellas.

¿Por qué no invitar a la Muerte
a cenar? Buenas noches, señora.
¿Fatigada?
Arduo trabajo el suyo.
¿Le sirvo un poco de cielo?
¿Champaña, rosas,
luz lunar?

Comprendo que la irriten
las flores.
¿Para qué flores
si, de algún modo,
allí donde usted llega
provoca tumultos
de pesados aromas
que su implacable
helada mano
casi en seguida
pudre?

Tal vez pueda ofrecerle
mi corazón, señora,
o mi alma, si la vida,
la horrible vida
algo ha dejado.

No pedí nada
quise muy poco,
les di mi vida
y eso era poco.

Pero también pude ver
que no toda soberbia
es victoria,
y que en el canto
canta el espíritu
con lengua
más que el bronce.


Sólo quería que caigan
la falsía y la ficción
y entrara el mar,
el ancho mar,
ya libre
de su cansado batallar,
en todo corazón
vejado.

Ah pero el arte es largo, largo,
la vida corta,
¿no es verdad, viejo Machado?,
“y a nadie al final le importa”.

Una copa.
¿La vida es otra cosa
que una copa?
Que siempre está colmada,
que siempre está vacía.
Una copa que ríe,
una copa que llora.

¿No bebe usted, señora
Muerte?
¿No le tienta el demonio?
Una copa
y el mundo,
el pobre, pobre mundo,
idiota mundo idiota,
se borra como un sueño.

Una copa de tedio
o una copa de sueños.

Quería que el sol
para todos se abriera
como un árbol
de prodigio.
Que para mí se cierre
a mí solo me incumbe
y no interesa.

Doble desgracia
haber nacido
bajo este sol
y ser artista.
Una mano posada en el teclado
y la otra en los dientes
mordida.

(Pobre país
o pobre yo,
todos nosotros,
en este inmenso
país tan nuestro
y tan ajeno.)

Por qué no fui árbol,
por qué no nube
o espuma acaso?
Fui hombre
y me olvidaron
y luego me borraron.
¿O yo los ignoré
y así los expulsé
del mundo?

Pobres todos nosotros.

Ahora todo ha callado.
La Muerte cerró la puerta
Y estoy de nuevo solo.

Las plazas y las calles,
la oscura calle sola.
El piano, la mesa,
mis bufandas.

Solo con lo dicho,
lo que dejo dicho
como herencia atareada
y fugaz.

¿O ha sido todo un sueño,
una centella irreal
que la Muerte sostiene entre los dedos,
nada más?


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sábado, marzo 08, 2008

Norte, Norte

¿Quienes son estos que van cavando la grava, deliran bajo una extraña fiebre interior que dice "Norte, Norte"; y así toman las palas, golpean la tierra, abren los caminos, y sin más se hunden en su propia senda asesinando miedos, derruyendo ídolos y borrando de una vez las frentes de los golem?


Imagen: "El Juicio Final", 1574. El Bosco


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