lunes, marzo 26, 2007

Las entradas de La Ramona

La Ramona, ese impenitente suplemento del periódico Opinión de Cochabamba, cumple 100 números, y ese hecho es toda una hazaña, considerando el país y su larga tradición de inestabilidad, de delgadez, de difícil cotidianidad, mucho más cuando se trata de un tema que todos creen ajeno a sus circunstancias, y en verdad, si tuvieran un poco de detenimiento, de reflexión, de mirada diferente, encontrarían que sí hace a su alma auténtica, a su profundo sentido vital, me refiero a la literatura, oh madre venturosa.

En el pasado, el espacio de La Ramona fue ocupado por el pionero Pabellón del Vacío, con 33 números editados por Vilma Tapia Anaya, Álvaro Antezana y el que escribe esta nota. Aquello, nubes del olvido, eran otros tiempos, curiosamente diferentes y domingueros, ocurrió en el siglo xx, en otra era. Ahora, La Ramona se debate en los albores de este nuevo, feroz, multimediático y de tareas paralelas, siglo de aturdidas voces y ruido a volúmenes insoportables. Y allí se ha quedado, desgranando la palabra para muestra de que el espíritu es un guerrero en toda época y en todo escenario.

Pero si uno se pregunta de dónde deviene tan apropiado nombre, por sentirse local, femenino y revoltoso. Sin duda en diversas partes del mundo La Ramona dice muchas cosas a la gente.

En España, por ejemplo, recuerda una aparentemente frívola canción de los setenta, referida a una mujer muy gorda que se quiere, a pesar de lo rabeliano de su contextura física, y que los españoles cantaron, aparición liberadora en los estertores del gobierno de Franco, en cada fiesta de pueblo, todo totalmente sazonado con las salinas llamadas también “La Ramona” cerca de Calasparra en Murcia, lindando con el río Quípar, y que tiene siglos de existencia.

En México, si uno se traslada al poblado denominado El Triunfo (carretera 1 hacia el sur, a 48 kilómetros de La Paz), lugar que se distinguió por la explotación de minas de oro y plata durante la época colonial, un breve recorrido por las instalaciones mineras, que permanecen casi intactas, nos da una idea de la magnitud de esta operación. La chimenea principal, instalada según el diseño de Gustav Eiffel, bautizada "La Ramona", en honor al santo del día de su inauguración, se erige dominante hasta una altura de 47 m, rodeada por una serie de canales y cámaras por los cuales circulaba el mineral y el cianuro empleado en el proceso de purificación. Esto constituía la denominada "hacienda de beneficio" del metal.

Ramona es una película musical de Loretta Young de 1936 dirigida por Henry King y que en esos años diera lugar a una de las canciones más escuchadas y uno de los grandes éxitos de la Fox, pero también Ramona es el nombre de una ciudad que se encuentra ubicada en San Diego, California, y que inicialmente se llamaba Nuevo; y, claro, Ramona además es la entrañable y vieja camioneta colorada en la que los personajes de cuestión de Fe inician la peregrinación para llevar la imagen de la virgen encargada por el tenebroso “Sapo Estívaris”.

Acerquémonos, sin embargo, a las referencias que siento podrían ser íntimas de La Ramona. Una de sus más hermosas parientes es la Brigada Ramona Parra, un grupo de gente de la Unidad Popular en Chile con la idea de tomar los muros y usarlos como vehículo para expresarse, y surgió principalmente debido a que nadie tenía recursos económicos, entonces el soporte de la calle era mucho más accesible. Las brigadas muralistas chilenas nacieron con una finalidad práctica: hacer publicidad política. No hubo en ellas ni un maestro ni un grupo de artistas. Todo lo que saben lo aprendieron trabajando. Todo lo que han realizado lo hicieron aprendiendo.

Pero todas estas Ramonas aterrizan en La Ramona de Antonio Berni (1905-1981) que en 1962 con las Series de Ramona Montiel y Juanito Laguna, recibe el Gran Premio de Grabado de la Bienal de Venecia. Estos son los personajes que habitarán las escenas de la vida donde Berni descargará su temperamento sediento de sed de justicia. Aparecerán como símbolos del dolor humano, de su condición vital representados entre lo siniestro y la ingenuidad.

Así, Juanito Laguna busca, entre el basural que el mundo deja, pequeñas joyas, mientras La Ramona exhibe esas obscenidades estéticas, esas “fuera de escena” que son los textos, mientras la pesadilla de Ramona es la voracidad de un mundo obsesionado con el consumo rata, en ella están los grabados, casi siempre gofrados, en blanco y negro, se diría, más para su memoria marginal que para su difusión. ¿Cuántos son, pues, los que revisan los suplementos culturales de los periódicos? Mínima cuantía.

Las coincidencias no existen, parece decirnos Jung a través de su principio de sincronicidad. La Ramona y Laguna, nuevamente juntos. Una serie de 100 números, como en una exhibición de cuadros de Antonio Berni, sin Antonio Berni, claro está, y sí con La Zerda y Espinoza. Felicidades, Ramona, tu suerte ya echada nos ha arrojado un quina sena de entrada; si no que lo diga aquel que siempre atento al cubilete grita: lo que se ve se anota, y raya la cancha.

lunes, marzo 19, 2007

Árboles


“La pérdida de vocablos, de palabras que nuestros abuelos utilizaban y que nosotros hemos perdido o simplemente ya no les encontramos uso, el desconocimiento de cientos de nombres de animales, plantas y otros elementos naturales que cada día van desapareciendo del habla cotidiana, todo esto pueda ser otra forma de extinción a la que nos enfrentamos.”,  fragmento de un texto de Miguel Esquirol, recogido de su blog El Forastero, que nos obliga a reflexionar.

Es evidente que la tecnología tiene mucho que ver con este cambio. Adán -desconcertado- se enfrenta a un nuevo universo. Inicialmente se trataba de las máquinas: tocadiscos, automóvil, licuadora, televisor, tenían nombres en nuestro idioma. Luego ya no fue posible castellanizar las nominaciones técnicas, así que dividí, cederom, mouse, email, han ido tomando carta de ciudadanía. Y ahora, en el siglo xxi, el asunto se hace virtual, y las nominaciones se habrían hecho ininteligibles hace apenas veinte años: blogger, postear, anime, linkear, web, nick, mugen, los hombres esquizofrénicamente andan de aquí para allá, enviando mensajes de texto, imágenes, desesperados por intentar registrar su cotidianidad, una cotidianidad que los rebasa. Y sin embargo, el universo continúa su paso diverso, múltiple, maravilloso y ahora anónimo. ¿Quién recuerda los nombres de los árboles? Álamo negro, feijoa, árbol coral, árbol de la lluvia, melaleuca, ahuehuete, pino piñonero, palmera real, canelo, higuera del monte, guayabero, almendro, tajibo, aliso, arce de kawakami, acacia, seafortia, coquitos de brasil, laurel, olmo, sauce llorón, roble carrasqueño, fresno, algarrobo, braquiquito, rosa algodón, árbol del pan, toborochi, nogal amargo, aromo criollo, tabaco moro, castaño de indias, ciprés monterrey, higuera dorada, quebracho, cornejo de bentham, abedul, benjamina, marfil vegetal, zelkova japonesa, nispolero; por nombrar algunos. Casi todos van desapareciendo en la neblina del olvido.

Estos seres sin nombre, por quienes en su majestuosa presencia no podemos menos que temblar de emoción, pueblan nuestros días sin que tengamos mucha conciencia de ello. No crucemos indiferentes, abracémoslos, acariciémoslos en su anónima figura. Y luego, así sea como un juego, o si prefieren como si se tratara de la construcción de un rito, busquemos, investiguemos en la Internet (máquina amoral de los tiempos) para repetir sus nombres entre el follaje; así tal vez podamos quedarnos un poco más cerca de sus hojas, de múltiples formas y tonos de colores, haciendo parte de un libro infinito, cuya numeración se desconoce, pero, retahíla presentida, se sospecha que ordenado y perfecto permanece escrito en el viento.

miércoles, marzo 14, 2007

Guerras del siglo XXI




Y el soldado dijo:

-Al otro lado estaba la muerte y yo apenas quería el sueño, el profundo sueño de los hombres huecos.

lunes, marzo 05, 2007

Carta abierta





CARTA ABIERTA
A LAS AMIGAS Y AMIGOS (CHILENOS/AS) DE LO AJENO

Fobia a la media tinta y al matiz. Todo crudo — ángulos y no curvas, pero pesado, bárbaro...
César Vallejo


Marzo, 2007.
Muy estimables,

quiere el azar de los encuentros que este envío se encamine de entrada bajo el sello de la amistad, amistad en este caso (desmesurada, empero) de y con lo ajeno: toda una escena. De escena hablaremos. Un poco. Y de patrimonio. Meridianamente: de la escena de una sustracción patrimonial, de un robo de padre y señor nuestro; cultural, patrio-patriarcal, histórico. Y de impunidad, era que no, de un olvido por años contenido por las instituciones políticas, culturales como patrimoniales chilenas. No nos referimos esta vez a “la carta robada” (no exactamente) sino al libro y a la lectura, a los miles de libros y manuscritos sustraídos tiempo ha por el Gobierno de Chile desde la Biblioteca Nacional del Perú y que aún yacen, tal secuestro permanente, en manos del Estado chileno.

Durante el año que recién pasó el gobierno de Michelle Bachelet dio pruebas varias de su voluntad de co-operar con su homólogo peruano, aun en materias culturales. La intervención de la presidenta chilena cantando “de memoria” el Himno Nacional peruano en la asunción de mando del presidente Alan García fue para muchos casi una escena fuera de escena (de protocolo) y a la vez una muestra de cuán íntimamente están a veces entretejidas las historias de peruanos/as y chilenos/as, aun desde la cuna (según indicara ella misma, Bachelet se sabe de memoria el himno peruano porque su madre, que había vivido en el Perú, se lo cantaba a menudo de niña). El Ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Foxley, al firmar un enésimo Tratado de Libre Comercio con Perú, declaró en nombre (en representación) de ambos países: “Chile y Perú queremos proyectarnos integrados hacia el resto del mundo”. El Premio Pablo Neruda de Poesía, que otorga el Ministerio de Cultura de Chile a un/a escritor/a latinoamericano/a relevante, lo recibió esta vez el autor de la [Oh] Hada Cibernética! (el ocio del amor y la sapiencia) y de Sextina y otros poemas, el notable poeta limeño Carlos Germán Belli, de manos de la propia presidenta, y, a más abundamiento, la Feria del Libro de Santiago también tuvo como país invitado al Perú el año pasado. Incluso ChilePoesía, que no es un organismo estatal o de gobierno (sino una instancia de “gerencia cultural privada” según puntea su texto constitutivo, donde define como su objetivo primero el “potenciar” la poesía chilena en función de fortalecer “la imagen de país”), coincidencia o no, se habrá alineado en la misma dirección al hacer del Perú el “país” invitado especial para su versión 2007.

Mientras tanto los libros y manuscritos afanados en Lima en esa guerra de expansión territorial que fuera la del Pacífico — que lo diga si no el (también secuestrado) mar boliviano — siguen sin ser devueltos y, hoy como ayer, tras la paletada, nadie dice nada. Nadie se inquiete, empero: no seremos nosotros/as, abajo firmantes, quienes alcemos de golpe la voz en escena (¿pues cómo no sustraernos hoy a la escena?). Oigamos de entrada al rector de la Universidad de Chile que, muy a su pesar, dice, le tocó en su momento clasificar tal alucinógena quitada. En Mis viajes. Memoria de un exiliado (ed. póstuma, 1978), Ignacio Domeyko lamenta que un decreto gubernamental le encomendara clasificar el botín arrebatado a la Biblioteca de Lima. Califica tal misión como “la más desagradable y antipática” que le hubiera tocado pues le recordaba “lo que habían hecho los rusos” con bibliotecas y colecciones de la Universidad de Vilna [entonces Polonia, su patria natal; hoy ciudad lituana]. Calando bien la metida de pata en curso, el Rector de la Universidad de Chile dejó un minucioso inventario de los objetos ex/traídos, y exigió que fuera publicado por el Gobierno de Aníbal Pinto, “para que se viera el poco provecho que aportó al país ese robo y cuánto contribuirá para excitar animosidades entre dos naciones hermanas”.

Entre el lunes 22 y el miércoles 24 de agosto de 1881, en efecto, el Diario Oficial de Chile publicó — con el título de Lista de libros traídos de Perú — el informe enviado por Domeyko al ministro de Educación de la época, con el detalle de los libros y objetos de ciencia sustraídos de Lima. Lo más valioso era según él “los más de 10 mil volúmenes”, entre ellos varios incunables de inicios del Virreinato. ¿Puede haber mayor descaro que certificar en el “Diario Oficial” de un país el patrimonio (ajeno) sus/traído? ¿O es que el robo es parte de la cultura? (Sí, sí, cómo no, decir antropológico; no y más bien no, decir del Arte y de su Crítica; entretanto, un aviso en un supermercado de Suecia, hastiado del ‘robo hormiga’ de tanto chileno patiperro y/o exiliado, se habrá adelantado acaso a tales disquicisiones: “Si ve a un chileno robando, déjelo — dizque en sueco —; es parte de su cultura”). ¿No son por demás los países supuestamente más “civilizados” o “cultos” los más amigos de lo ajeno — una visita al Louvre, al Prado o al British Museum no bastaría? (El mismo Domeyko pareciera inclinarse por esta hipótesis, pues en el libro antecitado señala que vio “con gran tristeza que, siguiendo el ejemplo de nuestras guerras y depredaciones europeas, el gobierno chileno ordenó trasladar de Lima a Santiago la Biblioteca Nacional” peruana). En cualquier caso: robos hay y robos, apropiaciones ilegítimas y de otra laya (como acaso la misma palabra robo, tomada por el romance castellano del antiguo alto alemán roubon, R.A.E dixit). Entre Neruda “robándole” algunos versículos a Tagore (como buen colector de Rimbaud que fuera) y el saqueo de la Biblioteca Nacional de Lima por el ejército de ocupación chileno en la Guerra del Pacífico hay más de un abismo. ¿O no?

Este “crimen de lesa civilización” como lo llamara en su momento Manuel de Odriozola, erudito peruano a cargo de la Biblioteca saqueada, no cabe pues sino interrumpirlo a la brevedad — ni ha de permanecer sin más impune. ¿Pues qué le cabe a un Gobierno, a un Ministerio de Educación y/o de Cultura y a una Dirección Nacional de Archivos, Biblioteca y Museos por caso, si de facto o por omisión avalan, o persisten en avalar, tal más que centenario cultural secuestro? ¿Y qué les cabe si no orientan de algún modo su cometido por una promesa de justicia también en el “mundo” de la cultura? Su propia “esencia” en tanto instituciones se vería de raíz a su vez sustraída. (Con motivo de un reciente robo de una escultura del Museo Histórico Nacional, la Directora de Archivos, Bibliotecas y Museos de Chile habrá sido más que explícita: junto con reprobar y condenar el robo, subrayó que tal tipo de operación es ilegítima porque “atenta contra el libre goce del arte y del patrimonio a que tenemos derecho los chilenos”. Como si el libre goce (estético como patrimonial) fuera prescribible en derecho, antes que experiencias pre-contractuales singulares, regalos o acaecimientos. En cualquier caso: límite crítico del robo como práctica u operación legítima en una política del archivo y de la memoria de un Estado de derecho democrático).

Hace un par de años el entonces Ministro de Educación de Chile, Sergio Bitar, dio a entender que se había creado una comisión para evaluar el estado y cantidad de libros plagiados, en vistas a devolverlos al Perú. ¿Qué hay de tal comisión? ¿Existe — aún? ¿No fuera hora de darle (un poco de) urgencia a la responsabilidad no sólo de devolver lo sustraído sino también de “reparar” en parte lo irreparable? ¿El robo de la Biblioteca de Lima como sinécdoque de esa guerra expropiatoria que lo hiciera posible? (Ricardo Palma, el célebre autor de las Tradiciones Peruanas, encargado de reconstruir la Biblioteca de Lima tras el paso de los amigos chilenos de lo ajeno, en su informe al Ministro de Justicia del Perú del 12 de noviembre de 1883 es más que elocuente: “Biblioteca no existe; pues de los cincuenta seis mil volúmenes que ella contuvo sólo he encontrado setecientos treinta y ocho...”). Y si no hay restitución (íntegra, plenamente equivalente) posible ni nunca la hubo — no sólo porque mucho de lo sustraído se encuentra probablemente para siempre destruido o privatizado (algunos volúmenes con el sello de la Biblioteca de Nacional del Perú se vendieron en el comercio de Santiago, según atestigua Domeyko) sino también porque nadie podría evaluar lo que dicha sustracción y/o falta habrá implicado para lectores/as del Perú durante más de un siglo, ni, viceversa, como capitalización cultural (patrimonial) de Chile —; esto es, si nadie puede retrotraer el reloj al siglo XIX pues la máquina del tiempo como la maquinaria bélica no logra suturar sus discontinuidades ni reparar íntegramente sus desperfectos, posible sí es responder (y, mayormente, las instituciones públicas herederas de aquellas instituciones republicanas del siglo XIX) de y a la escena de saqueo por décadas en Chile obliterada. ¡Manos a la obra!

La obra pudiera llamarse por caso Los pagos (de Chile), El otro robo o simplemente Libros de vuelto en el jirón Arica. O aun algo más revuelto y/o chalaco que aún no acaba de nombrarse.

La escena se abre y se cierra sobre la cubierta del Huáscar, “museo flotante” y botín de guerra — del Pacífico.

Alguien entra y comienza a hablar en nombre de Chile (estamos aún en la representación [nacional]; “política” chilena, “teatro” chileno o “poesía” chilena, da igual), y si hablo en nombre de Chile, dice, respondo, prometo responder, también, de su sustracción, la de Chile. Del secuestro permanente de Chile en Chile. De los saqueos y expropiaciones de Chile. De los pagos y libros apropiados. De los corpus destruidos, privatizados y/o desaparecidos. Y responde, promesa incalculable, y da detalles. Y aun convoca a instituciones y personas que pudieran haber datos relevantes a que los entreguen. ¡Carajo! [Con perdón, no [nos] pidas perdón en este trance, seas quién seas, co-lector/a en la cubierta del Huáscar: disculpar/se sin más aquí sería acaso el mejor camino para olvidar tranquilamente, agravando de paso el crimen de lesa cultura; otra cosa fuera la responsabilidad, el teatro crudo de la responsabilidad — cruauté: antes que crueldad, traduciendo-transformando a Antonin Artaud: lo crudo, sólo más tarde claro y/o distinto (Krudes, später, im Fahren / deutlich, al decir de Paul Celan), lo aún no culturalmente cocinado; “la vida” misma, si se quiere, esto es, antes bien, aquello anterior a la separación (cultural) entre muerte y vida — lo que se da, lo que ocurre)]. Quien habla devuelve (vomita) un cuerpo ajeno en el propio cuerpo, lengua y habla; lo hace una y otra vez en la cubierta descubierta. ¡Ya está! ¿Qué? ¡En el Callao! (No tan rápido: luego acaso se precipiten las demandas como las indemnizaciones por daños y perjuicios, el juicio en su finitud infinito, el duelo interminable de la Armada de Chile y del nacionalismo recalcitrante, etc.). Alguien en la cubierta ya recubierta de vómitos como de frases, promete otro robo, un robo al cuadrado y/o impagable (por incobrable), tal aventura de un robo de una sola ventura; en La Punta alguien se tira al agua. (Queda abierto aquí si se trata de un pasaje a otra escena o si entramos en un intermedio o momentánea interrupción de la relación o si estamos ante el provisorio imprevisible fin de la obra, su, al decir de A. Artaud, mise en scène).* 


¡Y no! ¡No! ¡No! ¡Qué ardid, ni paramento!
Congoja, sí, con sí firme y frenético,
coriáceo, rapaz, quiere y no quiere, cielo y pájaro;
congoja, sí, con toda la bragueta.
Contienda entre dos llantos, robo de una sola ventura,
vía indolora en que padezco en chanclos
de la velocidad de andar a ciegas.
C. V.


Carlos Estela (en Lima), Vilma Tapia Anaya (en Cochabamba), Soledad Fariña (en Santiago), Carlos López Degregori (en Lima), Andés Ajens (en Concepción/Santiago), Wilson Bueno (en Curitiba), Roberto Echavarren (en Montevideo), Jorge Campero (en La Paz), José Kozer (en La Habana/Hallandale), Soledad Quiroga (en La Paz), Mariela Dreyfus (en Lima/New York), Edmundo Paz Soldán (en Cochabamba/New York), Pedro Granados (en Lima), Carlos Henrickson (en Valparaíso), Cé Mendizabal (en La Paz), Olga Grau (en Santiago), Reynaldo Jiménez (en Lima/Buenos Aires), Renato Sandoval (en Lima), Edgar Saavedra (en Lima/Cajamarca), Miguel Vicuña (en Santiago), Jussara Salazar (en Curitiba/Recife), Lupe Cajías (en La Paz), Cynthia Rimsky (en Santiago), Miguel Coletti (en el Callao), Alfredo Fressia (en Montevideo/São Paulo), Román Antopolsky (en Buenos Aires), David Bustos (en Santiago), Roger Santiváñez (en Piura/New Jersey), Silvio Mattoni (en Córdoba), Iván Trujillo (en Santiago), Zacarías Alavi (en La Paz), Luis Bravo (en Montevideo), Alberto Allard (en Santiago), Pedro Favaron (en Lima/Huanchaco), Eduardo Duarte (en Andacollo/Barcelona), Chus Pato (en Lalín), Vicky Aillón (en La Paz), Loreto Pizarro (en Santiago), Benjamín Chávez (en La Paz), Susy Delgado (en Asunción), Claudio Daniel (en São Paulo), Juan Carlos Ramiro Quiroga (en El Alto/La Paz), Horacio Herrera (en Buenos Aires), Raúl Castillo (en Ovalle), Sergio de Matteo (en Santa Rosa de la Pampa), Marcelo Mendoza (en Santiago), Marcelo Villena (en La Paz/París), Gary Daher Canedo (en Santa Cruz de la Sierra), Eduardo Espina (en Montevideo/Texas), Pedro Araya (en Valdivia/París), María Teresa Andruetto (en Córdoba), Fernando T. Barrientos (en Tarija/La Paz), Guillermo Daghero (Córdoba), Alejandro Banda (en Valparaíso), Luis Martínez Solorza (en Santiago), Humberto Giannini (en Santiago).


* ¿La puesta en escena ha de seguir siendo con todo tan austera? ¿O algo más tropical ya se anuncia con ella — sin por ello ser enteramente bullanguera? ¿O bullanguera sí, pero en el Callao antes que en el Palacio Torre Tagle o en la alcaldía de Lima, su puesta en escena? ¿Cómo pues calibrar esta vez la puesta en escena (si, como A. Artaud dice poco más o menos, la mise en scène es todo, o casi todo en su crudeza, el punto no fuera sólo tropical, retórico)? ¿Tal vez en la inauguración de algo así como un desCentro intercultural indoafrolatinoamericano en Valparaíso, Iquique o aun en el jirón Arica del Callao — tal im/posible regalo no sólo al Perú sino a todos es[t]os expoliados pagos, los de Chile incluidos? ¿Pues cómo una política (cultural) y aun una obra o un poema como tal pudieran desentenderse sin más de sus tan propios como ajenos pagos y querencias? ¿O es que una obra en que aún alguien hable en nombre de un pago, que represente o aún busque representar a su pago, pero que a la vez pretenda ser seguir siendo responsable (consigo como con alter), más temprano que tarde desemboca en las tan viejas como nuevas orillas de lo ir/representable? ¿Adiós “teatro chileno”, adiós “poesía chilena” (o “peruana” o “boliviana” o “colla” o “camba” o “mataca”, para el caso) como adiós a la gestión de la “imagen de país”, dice usted? Tal vez. Adiós — en suspenso — o al carajo. Pues: una cultura que no se confunda ya con el robo sólo se diera en la interrupción de toda representación cultural-patrimonial que la pre-acredite como íntegramente propia (todo patrimonio cultural supone tal entrelazadura; en palabras de Walter Benjamin: no hay documento de cultura que no lo sea también de la barbarie) esto es, también, en la suspensión de toda re-potenciación del patrimonio acumulado como suspensión del capital cultural tan justa como injustamente apropiado — ¿es posible? ¿Im/posible? Una cultura tal, si se da (ya que podría justamente no darse si se trata de una genuina cultura y no una simple maquinaria programada o programable), se diera en la promesa de una i[nte]rrupción (cultural) venidera, ni sólo pasada ni enteramente presente, tan cruda como aún no aculturada o apropiada, imprevisible. Y/o tal vez: la puesta en escena, excediendo esta vez imagen y figuración, im/pre-visible, apuesta hoy a la apuesta, prométese tal apuesta en escena: ni robada ni desaparecida, nomás depuesta — amitiés, les jeux sont faits.




jueves, marzo 01, 2007

El mejor párrafo inicial

El suplemento de cultura La Era del semanario La Época, a cargo de Ricardo Bajo está realizando una encuesta, a cuántos escritores, periodistas, criticos, y otros lectores haya, para buscar, “ a través de una votación lo más masiva posible, los diez mejores inicios de la prosa boliviana. Se han hecho encuestas sobre el mejor poema, el mejor poeta, la mejor novela pero no, el mejor comienzo de un relato en la literatura boliviana. Como relato se entiende cuento, novela, ensayo, es decir prosa. Y se entiende inicio como un párrafo, tres, cuatro cinco frases iniciales, lo que se entiende comúnmente como inicio de un relato."

Los resultados de la encuesta, "Los diez mejores inicios de la prosa boliviana", se publicarán en el suplemento de cultura La Era del semanario La Época. Mientras que el email donde se pueden enviar las votaciones es jericoara@yahoo.com

Confieso que, en general, no encontré párrafos iniciales que me impactaran dentro de la literatura boliviana -o sea, a priori, podríamos pensar que no sabemos empezar muy bien, acaso nuestro mejor momento sea el nudo, el meollo, porque tal y como se ven las cosas tampoco sabemos terminar bellamente. Sin embargo, sí, encontré dos joyitas.

La primera, porque no quiero dejar de nombrarla, está en un libro que no sé si podremos clasificar como prosa (pues, ¿qué se puede llamar de prosa en estos días?, parece que no nos queda más que nombrar casi todo. Se trata de Coda al Diccionario de Jorge Patiño Sarcinelli, primer aparte que para su ilustración transcribo abajo. Este textito viene luego del título de la primera letra, la "A"con la empieza su Diccionario de acepciones poco frecuentes o rara. Observemos la guapa reiteración de las palabras que comienzan con la vocal 'a' y las hermosas imágenes que suscitan el texto, claro homenaje a la palabra escrita:

"Algunas arañas no sangran. Si por algún azar se adhieren a una arista de acero afilado o si el amor de un ángel les arranca una antena, se arrastran una alargada huella de aceite azul añil que los abates usan para adivinar."

2. Pero el párrafo notable, y en él va mi voto, corresponde a un cuento, y ya podrá el sagaz lector observar que encierra un teatro mágico, espantoso como perfilando el drama boliviano, la vida misma, el teatro de la guerra, se trata de El Pozo de Augusto Céspedes, por consecuencia también, acaso el mayor cuento de la literatura boliviana, y se encuentra recopilado en un libro que se llama Sangre de Mestizos. Aquí, como bien lo merece, copio aquel valioso párrafo inicial:



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15 de enero de 1933

Verano sin agua. En esta zona del Chaco, al norte de Platanillos casi no llueve, y lo poco que llovió se ha evaporado. Al norte, al sur, a la derecha o a la izquierda, por donde se mire o se ande en la transparencia casi inmaterial del bosque de leños plomizos, esqueletos sin sepultura, condenados a permanecer de pie en la arena exangüe, no hay una gota de agua, lo que no impide que vivan aquí los hombres en guerra. Vivimos, raquíticos, miserables, prematuramente envejecidos los árboles, con más ramas que hojas, y los hombres, con más sed que odio.
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