domingo, enero 22, 2017

La pesadilla de la conexión

La vida ya no es la misma. Ahora todos vivimos atentos a la señal del celular. Y si este emite un sonido es porque nos anuncia que hemos recibido un mensaje. Ese mensaje que todos creemos de vida o muerte, pues no sabemos quién lo ha emitido.
Se entiende por conexión la recompensa de las relaciones; y esta, según la psicología, es simplemente la profundidad emocional en que las personas se relacionan; pero la llamada conexión virtual, es decir, las redes sociales, es ahora el espacio en el cual se ha instalado la generación del siglo XXI, para buscar un sistema cómodo, pero ficticio, de conexión.
Pues, en este espacio virtual, las personas pueden mantener sus ocupaciones y compromisos, mientras están activas en las redes. Desaparece el temor a acercarse demasiado, mientras que los conflictos se resuelven eliminando comentarios, o simplemente bloqueando al supuesto agresor. En este mundo, la empatía se hace fluida porque aquel con quien nos comunicamos es apenas un fantasma, o, por así decirlo, una imagen muy parcial del verdadero personaje humano. Y por este mismo motivo, la inseguridad desaparece, ya que la máscara para todos ha sido multiplicada dramáticamente.
Esta nueva manera de estar en el mundo, al contrario de lo que se supone, nos puede llevar a la desconexión, al aislamiento, a la muerte social; mientras todos y cada uno vive su sueño de conexión a través de las redes sociales, una sociedad fantasmal, donde nadie se toca, no se mira a los ojos, no se sienten los gestos, no profundizamos las emociones, sino simplemente las llevamos al plano de la liviandad.
El Facebook, la red social por excelencia, hace parte del día a día de casi todos los bolivianos, ya que las estadísticas nos dicen que existen 4.5 millones de registros, de los cuales un poco más de 2 millones están activos diariamente. Esta tremenda red de comunicación esporádica no se ha dado jamás.
¿Y que se realiza en las redes? Soy lo que comparto. La gente tiende a ofrecer una imagen idealizada de sí misma lo que puede terminar afectando a nuestra propia autoestima. Mientas que, inclusive cuando dos personas se encuentran, lo hacen a medias pues están siendo interrumpidas por el universo de las redes sociales que captan su atención en una especie de hipnosis perturbadora.
Y no es que se diga que esta tecnología no trae beneficios, pues los tiene, sí, negarlo sería locura; pero es como el hermoso legado de la mente, quien no gobierna sobre ella, termina amordazado en sus trampas. Un juguete rabioso como este puede terminar deshaciéndonos.
Dormía la humanidad el sueño de la mecánica cotidiana hasta que llegó el siglo XXI, y la sentimos roncar a mandíbula batiente la pesadilla de los días llenos de hambre y de guerras, mientras todos le dan un “like” universal y lo comparten.
¿Queremos despertar?
Urge crear una cultura del manejo de las redes sociales, fruto de la reflexión y de objetivos humanistas, a fin de implementar campañas formativas que se desarrollen desde los colegios hasta los medios de comunicación, para realimentarse desde los hogares, que permitan difundir las mejores maneras de manejarnos con estas tecnologías. Así tal vez un día nos sentemos frente a frente, y nadie coloque el celular sobre la mesa como una amenaza de desconexión.

miércoles, enero 11, 2017

Aeropuerto

No sé qué puede hacer un taller de poesía en un aeropuerto. Los vuelos son mecánicos. Un ruido de horror surca los aires y llueve la espera sobre los asientos. Gente atareada, siempre gente atareada. Un sol diáfano no altera sus corazones, nadie entiende el color de la mañana; sólo los relojes: un atolladero de manillas, de números electrónicos. Éste, claro, es un aeropuerto de provincia trae mercachifles apurados con sus canastas y cajas: mercadería de sobrevivencia. En la cafetería una joven da de mamar a su niño, los senos son el alimento de la consciencia. Sí. Basta un pezón lácteo y podríamos llenar el cosmos. La consciencia es la abertura de ángulo que nos pertenece. Aquí es el gran salón, también la palabra. ¡Oh!, he olvidado el taller. La poesía, amedrentada, ha enroscado su cuerpo de agua (ella también guarda sus cuerpos) y se ha escondido adentro, detrás de las dunas, inmersa en la arena interior.
Si se sale del sueño, el viajero se encuentra con los diarios. "Tome las noticias, señor, sea El Informado, El Postmoderno culto. Entérese de la muerte, señor, haga cálculos sobre el dinero de los otros. Sepa de las mentiras. Ingrese a nosotros. Ilusiónese con nuestro objetivo: aparezca también entre los titulares". Y los diarios vienen con sus tamaños tabloide ocultando la cara de los otros. Buscan el horóscopo: "Piscis, la luna le anuncia trabajos forzados, una mujer de ojos profundos será el comienzo del infierno".
Recuerdo los brazos entregados a los perros y la corbata agobiante de Ariel Pérez, mi antiguo compañero del taller que, junto a Juan Carlos Ramiro Quiroga, llamamos “Club del Café o del Ajenjo”, allá el siglo pasado y sus “Errores Compartidos”, de hermosa memoria. Los poemas pueden ser gritos. Ninguno despeja el temor de la muerte. Así veo como ella, esa muerte, se pasea rondando la mirada temerosa de la gente, y todos guardan para sí los más diversos conjuros que la alejen. Yo, al contrario, comienzo por llamarla con voz baja, susurrando. Ella se aproxima. Tiene los ojos limpios. Yo la oigo decir:

Por el pasillo transitan.
llegan
parten
un día a las siete / otro invierno a las diez.

Entonces abre la mano, noto que es una palma sin arrugas, como una hoja en blanco. 
A todo esto, las bocinas anuncian el tránsito de los vuelos y señalan las puertas. Entonces giro y levanto la vista. Al otro lado del salón, también un otro usa una máquina para escribir, pequeña, abierta. Adivino su pantalla y su teclado. Digo:

1. Soy yo mismo. El espejo es enorme.
2. Es un duplicado. Escribimos un mismo poema.
3. Es un periodista: Inventor de noticias.
4. Escribe un informe. Comentarios de negocios.
5. Hace cuadros, tablas, números. Cree en los resultados.
6. No es nadie. Quiere mostrar que escribe.
7. Ese del frente es una mentira necesaria para continuarme (esto nadie lo sabe, sino ¿cómo resistir?)

A mi costado está un grupo de extranjeros. Alemanes quizás. No entiendo lo que dicen. A falta de un traductor me reduzco a oírlos como cortina de fondo. También este texto transcurre ininteligible y es probable que si alguien lo obtiene se limite a leerlo. Entonces sabré que este taller, una experiencia de aeropuerto, habrá encontrado su pasajero, transeúnte fugaz, acaso un cándido poeta, presionado por alcanzar el viaje justo.
Imagen: Mirando al aeropuerto - C. Izara
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