jueves, enero 04, 2007

Avatares del cerdo


Todo principio de año parece limpio como un cerdo recién faenado, y ante sus carnes rojas nuestro cuerpo se estremece con la idea de que el mundo es nuestro; mundo, que no es otra cosa que el tiempo.

Hay bendiciones, sin duda; aunque en el traspatio persisten las cotidianidades con deseos de estropearlo todo: inestabilidad laboral, incomprensión emocional, inseguridad del alma. ¿Qué pecado he cometido?, se pregunta aturdido el comensal. Mientras las piezas del cerdo se distribuyen cuidadosamente para ser embadurnadas en las salsas, unas dulces, otras ácidas, sabiamente amargas, las más estilizadas.

No hay que preocuparse, dice el disk jockey, ya vendrán tiempos peores. Y sentiremos pasar el carnaval. Las fiestas santas. La misma cantaleta de los vientos fríos del sur de todos los julios, con tu abrigo y las ganas afincadas en querer exterminar toda botella de singani que se te cruce al frente, invadidos ya por el olor del cerdo soasado, picando las narices, azuzando nuestros deseos. Todo se irá con los vientos de agosto.

En septiembre querremos zamparnos las presas, pero siempre devoramos con prisa, como si fuera a faltar. Así los placeres son incompletos, haciendo un vacío en el estómago. Muchos bailamos esa fiesta que no es la nuestra, sin importarnos que sea de ese modo.

Los meses de octubre y noviembre nos revelan que el cerdo se ha echado a perder, a causa de la humedad y la insidia, y no lo salva ni holloween con sus calabazas y varitas mágicas –un día yo me metí con una bruja, prefiero no contar las consecuencias.

Así que ya es diciembre y el pobre animal está podrido. Lo echamos a la basura y preparamos la fiesta para faenar uno nuevo. Eso sí, hermosa y complemente fresco.
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