Verdad, juego y belleza (*)

Afuera, tras la carretera, los tajibos florecen de vez en cuando como lágrimas del monte, y algunas garzas cruzan al vuelo, indiferentes de la mañana que se estampa definitivamente con un sol como sello rojo en el horizonte.
Al salir del ómnibus, aturdido, me sumerjo en la metrópoli para acudir a la cita. Recuerdo que el viaje tenía un propósito, el propósito del encuentro. Es la amada, me digo, que espera en un parque de la ciudad con su cortísima falda y una maletita de tela. Pero aún es muy temprano, así que hago pascana en el Mercado Nuevo, establecimiento inaugurado en 1949, atiborrado de vendedoras matutinas. Pan de arroz, tujuré, jugos al hielo, café de Buena Vista, sírvase desayuno, joven. Me decido por una ensalada de frutas abundante, en plato hondo, sumergida en un baño de zumo de naranjas. La vista agradece primero el kiwi de pulpa verde, color esmeralda, la anaranjada fruta de la pasión, la guayaba con boca de sexo, dulce ananá de rosa rubia, papaya de carne hermosa, higos y manzanas, frescura del día. Abierta nuestra alma a sus hermosas nos sumergimos en sus sabores. Y pensamos en los labios y el ombligo que nos aman, también un poco de la piel que muestran sus piernas en el verano, cuando ella coloca un poco desaliñada los adorados pies desnudos sobre la mesa del segundo piso del café teatro mientras alguien toca un poco de jazz entre las mesas del salón, que se extiende por la planta baja sobre un embaldosado mágico de cerámicas color tierra. Morir así a quién le importa, me digo, recordando su imagen junto a la mía en el espejo del hotel de entonces.
El hotel tiene una piscina al centro como haciendo un esfuerzo en medio de la pequeña pobreza. Ella sube triunfante las gradas de la cama, y enciende la liturgia del amor haciendo olvidar el sonido de todas las lenguas que desconozco. Bellum gerere cum aliquo[2].
Albricias: doy inicio al juego. La patria de los besos. El camino de los te quieros. Un poema, pido, un poema; pero ya la agonía está en su fase final y nadie podrá salvar esta necesidad que tengo de su alma, de devorar su alma como un fuego necesario a la hora de la muerte para que ilumine todos los minutos que son uno solo. Entonces estallan en un gigantesco bramido: la mujer con la dinamita, las voces de las otras mujeres de colores, la imagen del santo Jesús desaforado en medio de cantos y rezos de los modernos templarios, inundando los canales de drenaje, roto al fin el poema por el frío y la alta temperatura de los ríos del Amazonas para saber que su nombre (¿cuál es tu nombre, descalza?) está inscrito en todas las paredes, que la belleza está hecha de repetirlo. Y lo busco, lo busco con mi boca sedienta de pronunciarlo, espada en mano, dispuesto a la entrega, una muerte sin fin.
Pero nada de esto se repite. Ella no acudió a la cita. Pronto sabré que la ilusión era parte del viento. Se ha ido a las Españas, me dicen, emigró para buscar mejores tiempos. Y la imagino compartiendo los días con otro hombre, haciendo los hijos para otras tierras, limpiando el culo blanco de los madrileños viejos. Comprendo el desamparo, esta vez el desamparo del cuerpo. En el horizonte, el humo que produce las quemas de agosto consume el bosque, y un infierno de silencios se levanta con la tarde. De repente, todo se ha clausurado y ha dejado de tener sentido la palabra cielo, pues el poema en un puño se cierra con la noche, ahora definitiva y total como los muertos.
[1] Franz Tamayo, Scopas
[2] Cicerón
(*) Vuelo poético leído la noche del lunes 29 de mayo durante el encuentro entre poetas argentinos, chilenos y bolivianos denominado "Arte Poética e Integración" que sucede en Santa Cruz de la Sierra. La sesión fue compartida con Roberto Alifano, amanuense de Jorge Luis Borges, con el tema título de este post: "Verdad, juego y belleza".