Verdad, juego y belleza (*)
Las ventanillas del autobús han sido abiertas en medio de la ya evidente agitación y desasosiego de los corazones, entonces el ambiente pesado y duro de la noche se disipa; en su lugar, ingresan bocanadas de aire cálido y húmedo. Uno siente que es el aroma del hogar, del retorno a casa; invadido, claro está, por el poderoso aliento de la selva. La mujer de mi costado viene de las montañas, habla en una lengua que no entiendo pero cuyo sonido me es familiar, suena como una cascada de voces llena de colores y trenzas. Su piel es ligeramente áspera: sé que desconoce la libertad de la desnudez, acaso del embeleso cotidiano del agua fresca. Pero alguien quiere forzar el cuenco de la lluvia: cubierto el cuerpo de dinamita, su madre amenaza estallar en mil pedazos en la antesala del Congreso de la República. No hay verdad en ese acto, apenas una mezcla de martirio y desesperación, una obsesión que nadie sabe de dónde viene. Una obsesión sin palabras, sin lengua. La mujer y otros de su estirpe van hacer un coro de esto en su idioma, fragmentando la historia, sin construir poemas. Y eso no lo es todo, la sociedad tiene su deterioro en cada rama; como en un hilo, en esta otra urbe, nadie justifica el grito desaforado del joven aturdido por la droga, enlodado en el canal del 2do Anillo de la ciudad, su desgarre está ligado con la más elemental soledad. Soy Jesús, dice, alucinado. En mi cabeza, como abeja que zumba, retornan aquellas líneas de Franz Tamayo, nuestro poeta que disfrazó su alma andina en la rigidez clásica del griego: Si el monstruo es en terror prodigio y pasmo, la belleza es también prodigio y monstruo.[1]
Afuera, tras la carretera, los tajibos florecen de vez en cuando como lágrimas del monte, y algunas garzas cruzan al vuelo, indiferentes de la mañana que se estampa definitivamente con un sol como sello rojo en el horizonte.
Al salir del ómnibus, aturdido, me sumerjo en la metrópoli para acudir a la cita. Recuerdo que el viaje tenía un propósito, el propósito del encuentro. Es la amada, me digo, que espera en un parque de la ciudad con su cortísima falda y una maletita de tela. Pero aún es muy temprano, así que hago pascana en el Mercado Nuevo, establecimiento inaugurado en 1949, atiborrado de vendedoras matutinas. Pan de arroz, tujuré, jugos al hielo, café de Buena Vista, sírvase desayuno, joven. Me decido por una ensalada de frutas abundante, en plato hondo, sumergida en un baño de zumo de naranjas. La vista agradece primero el kiwi de pulpa verde, color esmeralda, la anaranjada fruta de la pasión, la guayaba con boca de sexo, dulce ananá de rosa rubia, papaya de carne hermosa, higos y manzanas, frescura del día. Abierta nuestra alma a sus hermosas nos sumergimos en sus sabores. Y pensamos en los labios y el ombligo que nos aman, también un poco de la piel que muestran sus piernas en el verano, cuando ella coloca un poco desaliñada los adorados pies desnudos sobre la mesa del segundo piso del café teatro mientras alguien toca un poco de jazz entre las mesas del salón, que se extiende por la planta baja sobre un embaldosado mágico de cerámicas color tierra. Morir así a quién le importa, me digo, recordando su imagen junto a la mía en el espejo del hotel de entonces.
El hotel tiene una piscina al centro como haciendo un esfuerzo en medio de la pequeña pobreza. Ella sube triunfante las gradas de la cama, y enciende la liturgia del amor haciendo olvidar el sonido de todas las lenguas que desconozco. Bellum gerere cum aliquo[2].
Albricias: doy inicio al juego. La patria de los besos. El camino de los te quieros. Un poema, pido, un poema; pero ya la agonía está en su fase final y nadie podrá salvar esta necesidad que tengo de su alma, de devorar su alma como un fuego necesario a la hora de la muerte para que ilumine todos los minutos que son uno solo. Entonces estallan en un gigantesco bramido: la mujer con la dinamita, las voces de las otras mujeres de colores, la imagen del santo Jesús desaforado en medio de cantos y rezos de los modernos templarios, inundando los canales de drenaje, roto al fin el poema por el frío y la alta temperatura de los ríos del Amazonas para saber que su nombre (¿cuál es tu nombre, descalza?) está inscrito en todas las paredes, que la belleza está hecha de repetirlo. Y lo busco, lo busco con mi boca sedienta de pronunciarlo, espada en mano, dispuesto a la entrega, una muerte sin fin.
Pero nada de esto se repite. Ella no acudió a la cita. Pronto sabré que la ilusión era parte del viento. Se ha ido a las Españas, me dicen, emigró para buscar mejores tiempos. Y la imagino compartiendo los días con otro hombre, haciendo los hijos para otras tierras, limpiando el culo blanco de los madrileños viejos. Comprendo el desamparo, esta vez el desamparo del cuerpo. En el horizonte, el humo que produce las quemas de agosto consume el bosque, y un infierno de silencios se levanta con la tarde. De repente, todo se ha clausurado y ha dejado de tener sentido la palabra cielo, pues el poema en un puño se cierra con la noche, ahora definitiva y total como los muertos.
[1] Franz Tamayo, Scopas
[2] Cicerón
(*) Vuelo poético leído la noche del lunes 29 de mayo durante el encuentro entre poetas argentinos, chilenos y bolivianos denominado "Arte Poética e Integración" que sucede en Santa Cruz de la Sierra. La sesión fue compartida con Roberto Alifano, amanuense de Jorge Luis Borges, con el tema título de este post: "Verdad, juego y belleza".
Afuera, tras la carretera, los tajibos florecen de vez en cuando como lágrimas del monte, y algunas garzas cruzan al vuelo, indiferentes de la mañana que se estampa definitivamente con un sol como sello rojo en el horizonte.
Al salir del ómnibus, aturdido, me sumerjo en la metrópoli para acudir a la cita. Recuerdo que el viaje tenía un propósito, el propósito del encuentro. Es la amada, me digo, que espera en un parque de la ciudad con su cortísima falda y una maletita de tela. Pero aún es muy temprano, así que hago pascana en el Mercado Nuevo, establecimiento inaugurado en 1949, atiborrado de vendedoras matutinas. Pan de arroz, tujuré, jugos al hielo, café de Buena Vista, sírvase desayuno, joven. Me decido por una ensalada de frutas abundante, en plato hondo, sumergida en un baño de zumo de naranjas. La vista agradece primero el kiwi de pulpa verde, color esmeralda, la anaranjada fruta de la pasión, la guayaba con boca de sexo, dulce ananá de rosa rubia, papaya de carne hermosa, higos y manzanas, frescura del día. Abierta nuestra alma a sus hermosas nos sumergimos en sus sabores. Y pensamos en los labios y el ombligo que nos aman, también un poco de la piel que muestran sus piernas en el verano, cuando ella coloca un poco desaliñada los adorados pies desnudos sobre la mesa del segundo piso del café teatro mientras alguien toca un poco de jazz entre las mesas del salón, que se extiende por la planta baja sobre un embaldosado mágico de cerámicas color tierra. Morir así a quién le importa, me digo, recordando su imagen junto a la mía en el espejo del hotel de entonces.
El hotel tiene una piscina al centro como haciendo un esfuerzo en medio de la pequeña pobreza. Ella sube triunfante las gradas de la cama, y enciende la liturgia del amor haciendo olvidar el sonido de todas las lenguas que desconozco. Bellum gerere cum aliquo[2].
Albricias: doy inicio al juego. La patria de los besos. El camino de los te quieros. Un poema, pido, un poema; pero ya la agonía está en su fase final y nadie podrá salvar esta necesidad que tengo de su alma, de devorar su alma como un fuego necesario a la hora de la muerte para que ilumine todos los minutos que son uno solo. Entonces estallan en un gigantesco bramido: la mujer con la dinamita, las voces de las otras mujeres de colores, la imagen del santo Jesús desaforado en medio de cantos y rezos de los modernos templarios, inundando los canales de drenaje, roto al fin el poema por el frío y la alta temperatura de los ríos del Amazonas para saber que su nombre (¿cuál es tu nombre, descalza?) está inscrito en todas las paredes, que la belleza está hecha de repetirlo. Y lo busco, lo busco con mi boca sedienta de pronunciarlo, espada en mano, dispuesto a la entrega, una muerte sin fin.
Pero nada de esto se repite. Ella no acudió a la cita. Pronto sabré que la ilusión era parte del viento. Se ha ido a las Españas, me dicen, emigró para buscar mejores tiempos. Y la imagino compartiendo los días con otro hombre, haciendo los hijos para otras tierras, limpiando el culo blanco de los madrileños viejos. Comprendo el desamparo, esta vez el desamparo del cuerpo. En el horizonte, el humo que produce las quemas de agosto consume el bosque, y un infierno de silencios se levanta con la tarde. De repente, todo se ha clausurado y ha dejado de tener sentido la palabra cielo, pues el poema en un puño se cierra con la noche, ahora definitiva y total como los muertos.
[1] Franz Tamayo, Scopas
[2] Cicerón
(*) Vuelo poético leído la noche del lunes 29 de mayo durante el encuentro entre poetas argentinos, chilenos y bolivianos denominado "Arte Poética e Integración" que sucede en Santa Cruz de la Sierra. La sesión fue compartida con Roberto Alifano, amanuense de Jorge Luis Borges, con el tema título de este post: "Verdad, juego y belleza".
3 Comments:
Poseedor del don de las letras, sin duda. ¿Cómo se hace para asistir a esas reuniones?
saludos
jorge angel, el encuentro "Arte Poética e Integración" se lleva a cabo en el Centro Patiño (Independencia y Suárez de Figueroa). Concluirá el día de mañana con la intervención del poeta chileno Eduardo Llanos, a las 11:30.
Como ocurren en general con los temas de la Fundación la entrada es libre.
Las piedras viejas de esta ciudad son demasiado espesas y ya nadie puede oler la tierra preñada y feliz cuando llueve, las pocas veces que llueve. El cielo ha llegado a ser un sucedáneo del cielo, y el rosa palo sobre plata es ahora una marca de abolengo y no los trazos del Pintor de nubes. La urbe ya no es aquella villa, las venas de los inmigrados (antaño desde la periferia y hoy desde ultramar) vuelcan su sangre en la diástole inagotable de la máquina. Madrid nunca se descalza. Me pregunto si tu cita no estará ya harta de lavar uvas pasas (pero amargas) y rumiando el regreso para hincarle el diente a tu anhelo. No dejes que se marchite, por si acaso, o por si la forajida prefiere el salario y te cruzas en la plaza con otras trenzas sin zapatos.
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