miércoles, marzo 22, 2006

La celeste aldea de los sij

Debo a la escultora Carolina Sanjinés la descripción de una remota aldea de la India, de religión sij –no se preocupen yo tampoco sé a qué se refiere, pero ella dice que los devotos de esa secta usan como distintivo un turbante azul. El pueblo se dibuja como en un sueño en medio del desierto, y si uno se aproxima, se ven transitar por la carretera de tierra enormes camellos, sobre los que se bambolean cadenciosamente los viajeros, que se alejan en fila al mismo tiempo que la línea del ferrocarril. Aquí las casas y los edificios han sido pintados totalmente de celeste, en diversos tonos como si se tratara de una música monocromática –muchos pueblos de la India se reconocen por sus colores. Está construido alrededor de un oasis donde el verde ha retoñado en palmeras y arbustos prodigiosos apretados a la orilla de su laguna. El agua ocupa el espacio de una hectárea, pero sus reflejos son dorados gracias a que en su centro emerge un imponente templo asombrosamente forrado con una placa de oro de un centímetro de espesor. La prohibición exige que ningún extranjero pueda penetrar en él. El oasis ocupa la geografía de una depresión de manera que alrededor lleva construidas gradas para alcanzar al pueblo. Las gradas están atestadas de gente, generalmente niños mendigos y hambrientos. Carolina, como quién quiere contar un pecado, narró que al oírla reír alegremente, un niño sij que balbuceaba algo de inglés comentó que jamás había oído reír de esa manera, ya que el regocijo había abandonado sus vidas. “Quiero que cuando regreses a tu país y vuelvas a reír –dijo el pequeño- te acuerdes siempre de mí”.
Carolina calla, ha concluido su narración. Se hace un silencio entre los que la escuchamos sentados alrededor de una de las mesas hechas de fuerte y hermosa madera tropical, que la propietaria del Irish Pub, nuestra cafetería, ha estacionado en la acera del Tercer Anillo de la ciudad. Yo la miro deseando penetrar sus ojos verdes, acaso esperando oír su risa como campanas de navidad, pero sé que está impedida, de repente se ha bloqueado su corazón con las demandas de aquel pequeño sij indigente, también sé que cuando cierra los ojos piensa en la India y ya no necesita ninguna risa para acordarse de ese niño con ojos de pobre, sentado en una de las graderías de la aldea sij.
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