lunes, mayo 31, 2010

Provocación


Los contemporáneos a esta desgañitada era de exabruptos, acaso desde los tiempos de los llamados “poetas malditos” hemos estado considerando, a la hora de hacerlos o en el momento de leerlos, sobre la “pasión” que se debe insuflar al escribir un texto, o sobre la “pasión” que contienen. Existe la necesidad también del golpe de efecto, de aquello que provoca pasión en el lector. En resumen, podemos hablar de la necesidad de la provocación. Habrá entonces que preguntarse sobre si es necesaria esa “pasión”, habrá que preguntarse dónde están los límites.

Los hombres somos animales sicológicos. Cada uno tiene un planeta propio. Si el autor logra tocar fibras esenciales del lector, éste último sentirá la pasión, que no es otra cosa que desatar cuadros y más cuadros que esperaban detrás de la puerta donde lo que se escribió fue la llave. Entonces los procesos se producen en el lector. La gran pregunta es ¿cómo el autor puede provocar tales instancias? Pero más atrevida todavía es la pregunta ¿es necesario realizar tales provocaciones? Lo importante de un texto es la sabiduría que éste conlleva. Parece que en este malhadado siglo la mayoría ha olvidado esa premisa y la han abandonado por el divertimento, la nadería de provocar sin propósito alguno. Otra muy distinta es la del propósito hincado desde un principio, aquel que se impulsa con intención verdaderamente definida, claro que en este caso la responsabilidad es un pesado embalaje, y muchos se verán impedidos de volar hasta por los cielos más bajos.
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