Narciso en Cochabamba
Copio el Texto escrito por Vilma Tapia Anaya sobre Viaje de Narciso:
“¿Qué te duele, que no vuelas?/ ¡ ¿Qué te duele?!” son los versos de Gary Daher Canedo que resonaron en mí durante noches y que no podré dejar de escuchar. Y, como nos ocurre con alguna poesía, son versos que nos traen de lejos una voz flameante y vigorosa.
Los poemas que constituyen Viaje de Narciso, el nuevo libro de Gary Daher Canedo, son poemas que, desde la tradición hermética a la que se adhieren, acompañan un conocimiento referido al proceso que el alma humana experimenta en los tiempos. Y son, sobretodo, poemas que acompañan una fe. Sin ella, no hubiesen sido posibles. En estos textos se transparenta una fe, una fe en el Padre, una fe en el sendero de recónditas piedras, una fe en la posibilidad que tiene el ser humano de ir por ese sendero como alguien que realiza un “trabajo del sol”, sin deslindar a éste del inconmensurable misterio que supone una tarea así calificada.
Aquí, la imagen de Narciso se corresponde con la versión hermética del mito, o, mejor, se corresponde con esa línea de pensamiento y de investigación que desde tiempos antiguos ha seguido una parte de la humanidad queriendo hallar el contenido esotérico de las palabras y de las cosas, de las mitologías y de las manifestaciones de la naturaleza. El viaje es una metáfora para el recorrido que el alma está llamada a experimentar desde el momento de la creación del universo material y su descenso a él, transcurriendo la larga y misteriosa permanencia en este mundo que, pareciera, no tiene otro fin que el postrimero momento de liberación hacia la reunificación con el Padre. Este momento ha sido nombrado de tantas maneras como doctrinas esotéricas y religiosas existen sobre la tierra; en muchas de ellas ha sido reconocido terminal y para muchos Fieles es la idea que da sentido a todo lo demás, a todo lo que hubo antes. Es la idea de esperanza en el amanecer que sustenta y posibilita el tránsito por debajo del manto de la noche, y es la idea de esperanza en que ese transitar sea en algún momento realizable con la espalda erguida y con alegría.
Con frecuencia ocurre que, por incontables razones, debemos dosificar el flujo de nuestras producciones de subjetividad, debemos aplacar ciertos fuegos. Siendo como soy, tan hermana de Gary en los rincones de este aire escogido, me permitiré evadir lo convencional y responder, en total fidelidad, al momento de mi lectura. Cuando leía los nuevos poemas de Gary, sentí que uno de ellos estallaba ante mí como una flor de luz y hacía que algo de mí reaccionara en una extraña complicidad. Doy gracias por eso, y de un instante de predominio del esoterismo, me voy con ustedes a un territorio exotérico. De la mano, me voy con ustedes, hoy, ahora, para mostrarles lo que vi.
La simbología contenida en la imagen de Narciso nos invita a revisar un concepto central de la gnosis cristiana: el encierro del alma en el cuerpo, en la materia, en la naturaleza. El alma o chispa de luz es nuestra herencia prístina, intocada. El gesto de volcar la mirada -que ha estado largamente distraída en el mundo-, hacia esa herencia, hacia lo profundo, hacia el adentro, es el gesto fundamental y definitorio del sentido del mito narcisista. Es el gesto fundamental y definitorio del sentido de lo humano. En un claro y bello poema que está en las primeras páginas de este libro, Gary Daher Canedo nos muestra esa figura que en la energía del torbellino de agua se trans/figura:
En la superficie del agua miro
subir a un ángel de violenta luz
en él me espero.
Sin embargo, ocurre que los momentos previos a toda transformación son innumerables. Y aun en la orilla de esa agua, aun desempolvando su espejo diamantino, aun en la sobrecogedora intuición de la luz -y quizá, justamente por la sustancia de tal estado, experimentando mayor dolor y desasosiego -, el camino se hace interminable a veces. La condición del alma humana que intuye el paraíso pero no logra acercarse al camino de liberación, que no consigue apropiarse del conocimiento para renacer en él, es un estado de espíritu que, creo, Gary Daher Canedo busca comprender a través de la utilización de un lenguaje que teje metáforas que tienen la acuidad de la pregunta que socava nuestra estancia en este planeta. Al poema que voy a leer a continuación, con permiso del poeta, me acabo de referir. No me encuentro en la posibilidad de descifrar uno a uno los símbolos reunidos en él, quiero transmitirles, nada más, la emoción con la que fui colmada al intuir que éstas son palabras dichas al alma, al alma individual, al alma que ha comenzado a alborotarse porque ha empezado a escuchar la más dulce de las melodías, al alma que principió a abrir sus alas, a extenderlas, a batirlas, intuyendo un vuelo mayor. Al alma que, atrapada en la jaula de la naturaleza y de la materia, ha empezado a conocer el profundo dolor de la separación y, conociéndolo, aún no da el salto. No vuela. Aquí el poema:
“La prueba
Hay dolor
agudo dolor
en la mínima distancia
de tu desatinado volar de mariposa
alborotada búsqueda sin rumbo
multicolor
como un adorno del sueño.
¿Qué te duele
-si es dolor de lo que hablar se alcanza
en tu cuerpo delicado
sin que mueras
translúcida y rasgada
más seda que la seda que tejiste?
¿Es que acaso has olvidado
tu antigua condición de oruga
el cuerpo lento
y la fértil baba?
¿No era por ventura
aquel gusano la fuente de ti misma
nido tibio
la hiladora?
Libre al fin
expuesta
te ves como anhelaste.
Ahora lo sabes
tiempo es que es tu tiempo
reloj de hoja de un solo día.
No adviertes que de ti aguarda
ese único y efímero sol
si abres tus deleznables alas al viento
hermosa.
¿Qué te duele, que no vuelas?
¡Qué te duele!”
Palabras después de las cuales no cabe sino arrodillarse y llorar.
Cochabamba, febrero, 2010
Una flor de luz en los nuevos poemas de Gary Daher Canedo
“¿Qué te duele, que no vuelas?/ ¡ ¿Qué te duele?!” son los versos de Gary Daher Canedo que resonaron en mí durante noches y que no podré dejar de escuchar. Y, como nos ocurre con alguna poesía, son versos que nos traen de lejos una voz flameante y vigorosa.
Los poemas que constituyen Viaje de Narciso, el nuevo libro de Gary Daher Canedo, son poemas que, desde la tradición hermética a la que se adhieren, acompañan un conocimiento referido al proceso que el alma humana experimenta en los tiempos. Y son, sobretodo, poemas que acompañan una fe. Sin ella, no hubiesen sido posibles. En estos textos se transparenta una fe, una fe en el Padre, una fe en el sendero de recónditas piedras, una fe en la posibilidad que tiene el ser humano de ir por ese sendero como alguien que realiza un “trabajo del sol”, sin deslindar a éste del inconmensurable misterio que supone una tarea así calificada.
Aquí, la imagen de Narciso se corresponde con la versión hermética del mito, o, mejor, se corresponde con esa línea de pensamiento y de investigación que desde tiempos antiguos ha seguido una parte de la humanidad queriendo hallar el contenido esotérico de las palabras y de las cosas, de las mitologías y de las manifestaciones de la naturaleza. El viaje es una metáfora para el recorrido que el alma está llamada a experimentar desde el momento de la creación del universo material y su descenso a él, transcurriendo la larga y misteriosa permanencia en este mundo que, pareciera, no tiene otro fin que el postrimero momento de liberación hacia la reunificación con el Padre. Este momento ha sido nombrado de tantas maneras como doctrinas esotéricas y religiosas existen sobre la tierra; en muchas de ellas ha sido reconocido terminal y para muchos Fieles es la idea que da sentido a todo lo demás, a todo lo que hubo antes. Es la idea de esperanza en el amanecer que sustenta y posibilita el tránsito por debajo del manto de la noche, y es la idea de esperanza en que ese transitar sea en algún momento realizable con la espalda erguida y con alegría.
Con frecuencia ocurre que, por incontables razones, debemos dosificar el flujo de nuestras producciones de subjetividad, debemos aplacar ciertos fuegos. Siendo como soy, tan hermana de Gary en los rincones de este aire escogido, me permitiré evadir lo convencional y responder, en total fidelidad, al momento de mi lectura. Cuando leía los nuevos poemas de Gary, sentí que uno de ellos estallaba ante mí como una flor de luz y hacía que algo de mí reaccionara en una extraña complicidad. Doy gracias por eso, y de un instante de predominio del esoterismo, me voy con ustedes a un territorio exotérico. De la mano, me voy con ustedes, hoy, ahora, para mostrarles lo que vi.
La simbología contenida en la imagen de Narciso nos invita a revisar un concepto central de la gnosis cristiana: el encierro del alma en el cuerpo, en la materia, en la naturaleza. El alma o chispa de luz es nuestra herencia prístina, intocada. El gesto de volcar la mirada -que ha estado largamente distraída en el mundo-, hacia esa herencia, hacia lo profundo, hacia el adentro, es el gesto fundamental y definitorio del sentido del mito narcisista. Es el gesto fundamental y definitorio del sentido de lo humano. En un claro y bello poema que está en las primeras páginas de este libro, Gary Daher Canedo nos muestra esa figura que en la energía del torbellino de agua se trans/figura:
En la superficie del agua miro
subir a un ángel de violenta luz
en él me espero.
Sin embargo, ocurre que los momentos previos a toda transformación son innumerables. Y aun en la orilla de esa agua, aun desempolvando su espejo diamantino, aun en la sobrecogedora intuición de la luz -y quizá, justamente por la sustancia de tal estado, experimentando mayor dolor y desasosiego -, el camino se hace interminable a veces. La condición del alma humana que intuye el paraíso pero no logra acercarse al camino de liberación, que no consigue apropiarse del conocimiento para renacer en él, es un estado de espíritu que, creo, Gary Daher Canedo busca comprender a través de la utilización de un lenguaje que teje metáforas que tienen la acuidad de la pregunta que socava nuestra estancia en este planeta. Al poema que voy a leer a continuación, con permiso del poeta, me acabo de referir. No me encuentro en la posibilidad de descifrar uno a uno los símbolos reunidos en él, quiero transmitirles, nada más, la emoción con la que fui colmada al intuir que éstas son palabras dichas al alma, al alma individual, al alma que ha comenzado a alborotarse porque ha empezado a escuchar la más dulce de las melodías, al alma que principió a abrir sus alas, a extenderlas, a batirlas, intuyendo un vuelo mayor. Al alma que, atrapada en la jaula de la naturaleza y de la materia, ha empezado a conocer el profundo dolor de la separación y, conociéndolo, aún no da el salto. No vuela. Aquí el poema:
“La prueba
Hay dolor
agudo dolor
en la mínima distancia
de tu desatinado volar de mariposa
alborotada búsqueda sin rumbo
multicolor
como un adorno del sueño.
¿Qué te duele
-si es dolor de lo que hablar se alcanza
en tu cuerpo delicado
sin que mueras
translúcida y rasgada
más seda que la seda que tejiste?
¿Es que acaso has olvidado
tu antigua condición de oruga
el cuerpo lento
y la fértil baba?
¿No era por ventura
aquel gusano la fuente de ti misma
nido tibio
la hiladora?
Libre al fin
expuesta
te ves como anhelaste.
Ahora lo sabes
tiempo es que es tu tiempo
reloj de hoja de un solo día.
No adviertes que de ti aguarda
ese único y efímero sol
si abres tus deleznables alas al viento
hermosa.
¿Qué te duele, que no vuelas?
¡Qué te duele!”
Palabras después de las cuales no cabe sino arrodillarse y llorar.
Cochabamba, febrero, 2010
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