La dura doncella
Si no se la trabaja, si no se le toma atención, en el trajín del olvido de sí misma, la casa, que es el alma, queda anquilosada; pues su dueño o dueña la preserva de la manera que les ocurre a las viejas casonas: infinidad de cuartos cerrados con muebles polvorientos, que nadie más usa, retratos de gente que nadie recuerda, alas de la casa que han sido olvidadas, lugares que ocupamos y que nos da bochorno exhibir, lámparas ciegas, ventanas tapiadas, rincones húmedos, basura arrinconada en muchísimos sitios para que parezca que existe algo más o menos decente. Estas habitaciones no queremos mostrarlas a nadie; nos dan vergüenza, pues nos ponen en evidencia. Y no queremos limpiar, y no queremos remozar, deseamos que la casa se quede como está: es una reliquia histórica y no se la debe tocar. Si alguna vez, ingresamos a una esfera diferente, entonces construimos un nuevo alero, este hábitat es relativamente agradable hasta que empieza a deteriorarse por el descuido, la nostalgia nos hace llenarlo de muebles y adornos que dejamos atrás, pero en cuanto transitamos con ese trajín, traemos basura de los cuartos oscuros, luego vamos tapiando las pocas ventanas, ocultando lo que repetitivamente se ha deteriorado, se ha ido llenando de moho, se ha contaminado por todas partes, entonces, barremos lo evidentemente sucio debajo de la alfombra, detrás de las paredes, por si alguien toca, quiere husmear y mira con ojos escudriñadores.
A eso llamamos fealdad. Lo feo no es antónimo de lo que produce la belleza, sino de la conciencia. Y la belleza no es el resultado de lo que produce lo estéticamente bello, la belleza es el fruto de los estados de conciencia. Belleza y conciencia tienen una gran relación.
Sin dejar de anotar que la conciencia es el filo de una espada, no de cualquier espada, sino de aquella rigurosa, la implacable, que pocos quieren cargar porque está destinada a cercenar lo inútil de nuestra monstruosa alma-casa; la espada, esa doncella dura lista para nuestro amor, pero de la cual nos alejamos negligentes y cobardes, sin comprender que esa lejanía es la que produce el dolor que todas las mañanas nos llama al despertar como una extraña angustia que no sabemos definir, depresión, molestia, amartelo, dicen, y que de un respingo nos amarga el día.
Etiquetas: belleza, conciencia
A eso llamamos fealdad. Lo feo no es antónimo de lo que produce la belleza, sino de la conciencia. Y la belleza no es el resultado de lo que produce lo estéticamente bello, la belleza es el fruto de los estados de conciencia. Belleza y conciencia tienen una gran relación.
Sin dejar de anotar que la conciencia es el filo de una espada, no de cualquier espada, sino de aquella rigurosa, la implacable, que pocos quieren cargar porque está destinada a cercenar lo inútil de nuestra monstruosa alma-casa; la espada, esa doncella dura lista para nuestro amor, pero de la cual nos alejamos negligentes y cobardes, sin comprender que esa lejanía es la que produce el dolor que todas las mañanas nos llama al despertar como una extraña angustia que no sabemos definir, depresión, molestia, amartelo, dicen, y que de un respingo nos amarga el día.
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