In Nudo
I
Este mi interior tan escondido, donde abundan los miedos. ¿Miedo a qué? Hay miedo a las pérdidas; sin embargo, perdemos, perdemos, día tras día, pedazos de inocencia; y lo poco que queda es tan de otro que ya no se puede tomar en cuenta.
Entonces nos miramos ante el espejo de la conciencia y sólo dura un instante, pues no nos queremos ver. ¿A dónde hemos caído?
II
Me busco con decisión, pero el adentro no se abre. ¿Quién soy yo? ¿Quién éste, que me habita verdaderamente? Mientras la luz de la mañana, de este mi ahora, penetra iluminando parte del piso de machihembre hecho de anchos listones de hermosa madera, y el mundo parece ser la elegía del minuto, adentro, agazapado, atemorizado, espero, espero a que sucedan los días, a que algún milagro rasgue el velo y pueda emerger. Pero ¿Quién irá a emerger? Sospecho su dilatada esencia, nada más, cuando cierro los ojos y él está esperando que lo sienta. Entonces, por un efímero instante, es él quien se hace yo, como corresponde.
III
¿Quién es éste que es capaz de olvidarse de sí mismo y dormir con la única seguridad de que vive? ¿Qué es esta seguridad? ¿Qué es el “yo vivo”? De esta afirmación nos valemos para desplegarnos como zombis, para dormir y soñar y morir como zombis. El amanecer de ese que mora adentro sucede como la luna que alumbra y que no veo, como si no existiese, porque estoy en mi habitación, las ventanas con las persianas bajas, encerrado, protegido del mundo, durmiendo. Mientras la luna ejerce su reinado sobre todas las estrellas y pinta de leve luz el llano e ilumina las paredes que se levantan libres en las avenidas.
Pero el universo de lo oscuro permanece oscuro: los callejones, los jardines del bosque elevado, la selva, el río que transcurre indiferente al abrigo de los molles, y el mar de nuestros sueños atiborrados de puertas que flotan, en medio del naufragio inevitable del “yo quiero”
IV
Si se lo deja por mucho tiempo, ese de adentro se calla. Entonces somos como gatos lamiéndonos la cara, entregados a la necesidad del placer físico que solamente devuelve hastío y deseo. Hastío por cada uno de los actos y deseo por otros prohibidos, o fuera de nuestro alcance. Prohibidos por la sociedad, o vedados por nuestras condiciones de edad, de dinero, de timidez, de impudor. Entonces nos decimos que el de adentro no existe, que fue apenas una ilusión de nuestra juventud, pero él, ahora más desconocido que nunca, está allí dolido, abandonado. Me doy cuenta que soy él, que soy un ser escindido. Me doy cuenta que el amor, el par que he buscado, y aquél que esperaba al final, más allá de la muerte, dispuesto a recogerme, es él. Soy yo mismo. Duele.
V
Veo que otros han llegado a su interior, y allí son carne viva, vagina viva. Ellos se contorsionan con el limón de las cosas como un ostra abierta. Yo no. Yo estoy clausurado. Una roca ha sido colocada en la puerta. Adentro, puede que todo esté impregnado de humor de mortajas, de putrefacción; pero si un día entro y regreso con una flor azul. ¿Entonces qué? A eso llamamos esperanza.
VI
Medito, me busco. Hay alguien que se desliza suavemente, furtivamente. Y con él regresa hasta mí aquel aroma de mis diez años. Edad cuando lo sentía más cerca; era, si intento explicar, como una especie de ilusión de mi futuro. Pero en mi futuro, es decir, hoy, lo único que han crecido son los deseos, la desesperación de la cotidianidad. Hoy, la calidad de terreo de que estoy hecho me anquilosa y me desmorona; mientras ese alguien, no sería otra cosa que el fantasma que deambula, sin darme cuenta, como esperando, entre todas las mentiras del soy así. Y ese alguien no es nadie, es apenas una sensación, una especie de voz del que está adentro, encerrado entre los muros que yo mismo fortifico para negarme.
Tal parece que casi todo lo que hemos hecho –y los actos han sido inconscientes, llevados por ese afán de futuro que la sociedad nos endilga- lo hemos trabajado en contra nuestra. Nuestra infelicidad ha sido construida de tal manera que solamente queda el sótano, donde nos hemos soterrado y desde donde imaginamos caminar, ironizar, leer, sufrir, ser poetas. De tal manera que, un día, si somos capaces de retornar, estaremos desnudos y perdidos en un mundo en ruinas.
Este mi interior tan escondido, donde abundan los miedos. ¿Miedo a qué? Hay miedo a las pérdidas; sin embargo, perdemos, perdemos, día tras día, pedazos de inocencia; y lo poco que queda es tan de otro que ya no se puede tomar en cuenta.
Entonces nos miramos ante el espejo de la conciencia y sólo dura un instante, pues no nos queremos ver. ¿A dónde hemos caído?
II
Me busco con decisión, pero el adentro no se abre. ¿Quién soy yo? ¿Quién éste, que me habita verdaderamente? Mientras la luz de la mañana, de este mi ahora, penetra iluminando parte del piso de machihembre hecho de anchos listones de hermosa madera, y el mundo parece ser la elegía del minuto, adentro, agazapado, atemorizado, espero, espero a que sucedan los días, a que algún milagro rasgue el velo y pueda emerger. Pero ¿Quién irá a emerger? Sospecho su dilatada esencia, nada más, cuando cierro los ojos y él está esperando que lo sienta. Entonces, por un efímero instante, es él quien se hace yo, como corresponde.
III
¿Quién es éste que es capaz de olvidarse de sí mismo y dormir con la única seguridad de que vive? ¿Qué es esta seguridad? ¿Qué es el “yo vivo”? De esta afirmación nos valemos para desplegarnos como zombis, para dormir y soñar y morir como zombis. El amanecer de ese que mora adentro sucede como la luna que alumbra y que no veo, como si no existiese, porque estoy en mi habitación, las ventanas con las persianas bajas, encerrado, protegido del mundo, durmiendo. Mientras la luna ejerce su reinado sobre todas las estrellas y pinta de leve luz el llano e ilumina las paredes que se levantan libres en las avenidas.
Pero el universo de lo oscuro permanece oscuro: los callejones, los jardines del bosque elevado, la selva, el río que transcurre indiferente al abrigo de los molles, y el mar de nuestros sueños atiborrados de puertas que flotan, en medio del naufragio inevitable del “yo quiero”
IV
Si se lo deja por mucho tiempo, ese de adentro se calla. Entonces somos como gatos lamiéndonos la cara, entregados a la necesidad del placer físico que solamente devuelve hastío y deseo. Hastío por cada uno de los actos y deseo por otros prohibidos, o fuera de nuestro alcance. Prohibidos por la sociedad, o vedados por nuestras condiciones de edad, de dinero, de timidez, de impudor. Entonces nos decimos que el de adentro no existe, que fue apenas una ilusión de nuestra juventud, pero él, ahora más desconocido que nunca, está allí dolido, abandonado. Me doy cuenta que soy él, que soy un ser escindido. Me doy cuenta que el amor, el par que he buscado, y aquél que esperaba al final, más allá de la muerte, dispuesto a recogerme, es él. Soy yo mismo. Duele.
V
Veo que otros han llegado a su interior, y allí son carne viva, vagina viva. Ellos se contorsionan con el limón de las cosas como un ostra abierta. Yo no. Yo estoy clausurado. Una roca ha sido colocada en la puerta. Adentro, puede que todo esté impregnado de humor de mortajas, de putrefacción; pero si un día entro y regreso con una flor azul. ¿Entonces qué? A eso llamamos esperanza.
VI
Medito, me busco. Hay alguien que se desliza suavemente, furtivamente. Y con él regresa hasta mí aquel aroma de mis diez años. Edad cuando lo sentía más cerca; era, si intento explicar, como una especie de ilusión de mi futuro. Pero en mi futuro, es decir, hoy, lo único que han crecido son los deseos, la desesperación de la cotidianidad. Hoy, la calidad de terreo de que estoy hecho me anquilosa y me desmorona; mientras ese alguien, no sería otra cosa que el fantasma que deambula, sin darme cuenta, como esperando, entre todas las mentiras del soy así. Y ese alguien no es nadie, es apenas una sensación, una especie de voz del que está adentro, encerrado entre los muros que yo mismo fortifico para negarme.
Tal parece que casi todo lo que hemos hecho –y los actos han sido inconscientes, llevados por ese afán de futuro que la sociedad nos endilga- lo hemos trabajado en contra nuestra. Nuestra infelicidad ha sido construida de tal manera que solamente queda el sótano, donde nos hemos soterrado y desde donde imaginamos caminar, ironizar, leer, sufrir, ser poetas. De tal manera que, un día, si somos capaces de retornar, estaremos desnudos y perdidos en un mundo en ruinas.
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