La pesadilla de la conexión
La vida ya no es la misma. Ahora todos vivimos atentos a la
señal del celular. Y si este emite un sonido es porque nos anuncia que hemos
recibido un mensaje. Ese mensaje que todos creemos de vida o muerte, pues no
sabemos quién lo ha emitido.
Se entiende por conexión la recompensa de las relaciones; y
esta, según la psicología, es simplemente la profundidad emocional en que las
personas se relacionan; pero la llamada conexión virtual, es decir, las redes
sociales, es ahora el espacio en el cual se ha instalado la generación del
siglo XXI, para buscar un sistema cómodo, pero ficticio, de conexión.
Pues, en este espacio virtual, las personas pueden mantener
sus ocupaciones y compromisos, mientras están activas en las redes. Desaparece
el temor a acercarse demasiado, mientras que los conflictos se resuelven
eliminando comentarios, o simplemente bloqueando al supuesto agresor. En este
mundo, la empatía se hace fluida porque aquel con quien nos comunicamos es
apenas un fantasma, o, por así decirlo, una imagen muy parcial del verdadero
personaje humano. Y por este mismo motivo, la inseguridad desaparece, ya que la
máscara para todos ha sido multiplicada dramáticamente.
Esta nueva manera de estar en el mundo, al contrario de lo
que se supone, nos puede llevar a la desconexión, al aislamiento, a la muerte
social; mientras todos y cada uno vive su sueño de conexión a través de las
redes sociales, una sociedad fantasmal, donde nadie se toca, no se mira a los
ojos, no se sienten los gestos, no profundizamos las emociones, sino
simplemente las llevamos al plano de la liviandad.
El Facebook, la red social por excelencia, hace parte del día
a día de casi todos los bolivianos, ya que las estadísticas nos dicen que
existen 4.5 millones de registros, de los cuales un poco más de 2 millones
están activos diariamente. Esta tremenda red de comunicación esporádica no se
ha dado jamás.
¿Y que se realiza en las redes? Soy lo que comparto. La gente
tiende a ofrecer una imagen idealizada de sí misma lo que puede terminar
afectando a nuestra propia autoestima. Mientas que, inclusive cuando dos
personas se encuentran, lo hacen a medias pues están siendo interrumpidas por
el universo de las redes sociales que captan su atención en una especie de
hipnosis perturbadora.
Y no es que se diga que esta tecnología no trae beneficios, pues
los tiene, sí, negarlo sería locura; pero es como el hermoso legado de la
mente, quien no gobierna sobre ella, termina amordazado en sus trampas. Un
juguete rabioso como este puede terminar deshaciéndonos.
Dormía la humanidad el sueño de la mecánica cotidiana hasta
que llegó el siglo XXI, y la sentimos roncar a mandíbula batiente la pesadilla
de los días llenos de hambre y de guerras, mientras todos le dan un “like” universal y lo comparten.
¿Queremos despertar?
Urge crear una cultura del manejo de las redes sociales,
fruto de la reflexión y de objetivos humanistas, a fin de implementar campañas
formativas que se desarrollen desde los colegios hasta los medios de
comunicación, para realimentarse desde los hogares, que permitan difundir las
mejores maneras de manejarnos con estas tecnologías. Así tal vez un día nos
sentemos frente a frente, y nadie coloque el celular sobre la mesa como una
amenaza de desconexión.
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