lunes, enero 24, 2011
domingo, enero 16, 2011
Purgatorio I

di sé, Virgilio dolcissimo patre,
Virgilio a cui per mia salute die'mi;
né quantunque perdeo l'antica matre,
valse a le guance nette di rugiada,
che, lagrimando, non tornasser atre.
Dante
La Comedia, Purgatorio, Canto XXX
La Comedia, Purgatorio, Canto XXX
¿Son el límite del dolor estas paredes blancas? ¿He perdido el camino que el ángel indicó? ¿Era ésta la ruta por la que ascendimos, Dante al frente, Estacio atrás, los pasos lentos como las suaves ondas del tiempo cuando Sexto Propercio, Horacio y yo lanzábamos pedruscos sobre la laguna artificial que nos regaló Cayo Mecenas?
Y esta intolerable angustia por un rostro. El estremecimiento que produce en mí Matilde, es decir, aquel nombre como sonoro gong -¿dónde aprendí esa palabra?- dentro del alma. ¿Qué es esto?
¿Cómo puede suceder que el sol, astro que en su noble obediencia emerge sereno desde el oriente todos los días, se conmocione inexplicable y huya desesperado de sí hecho una tromba que estalla, feroz tormenta, transformándose en noche profunda, enloquecida de luces y nubes intensas, cayendo insensatas en púrpura, amarillo y naranja sobre las formas de las cosas? ¿De dónde viene tanto estupor, esta emoción ya olvidada, el fuego enardeciendo los huesos ausentes, y la sangre que ya no está golpeando un corazón que es de viento, como si fuera ayer entre las olas celestes del mar bajo la silente y clara luna de entonces?
¿Qué me pasa? ¿Qué mueve a este espíritu apenas ayer profundamente resignado a la condena de morar por siempre en los infiernos? ¿Cómo se sembró la esperanza, esa inútil semilla ajena a nuestras almas escarmentadas, en las que su sentencia es morir en tierra infecunda?
Regreso ahora entre la cañada del Purgatorio, sabiendo que mis pasos han perdido el aplomo, que mi cuerpo etéreo de alguna manera ha ganado densidad gracias al deseo. Siento en mis entrañas recobradas como si de repente regresaran a mí las viejas cuitas, las mañanas imaginando tener amor entre mis brazos, celando el contorno de las féminas caderas, la ruta mortal del amado monte de Venus. Siento vértigos que había olvidado. Mientras cercana, en la llanura, la muralla de fuego me amenaza, como si pudiera abrasarme, como si mi cuerpo mortal me acompañara. -¡Ay, Virgilio! –me digo –qué ha sido de ti, qué han hecho de ti, qué Maltilde mata ahora, qué paraíso vislumbrado sueñas, calla al fin que no es tu tiempo, que hay mucha condena en la árida celda destinada.
jueves, enero 06, 2011
Adiós a Francisco Ruiz

El poeta nicaragüense Francisco Ruiz no quiso vivir el once, nos dejó precisamente cuando agonizaba el último día del diez y no terminaba de entrar el año nuevo. Adiós amigo Francisco, como recuerdo, publico la fotografía que nos tomamos en Recife aquel septiembre de 2007 y en tu homenaje copio el poema que aparece en el mismo libro donde estamos juntos, en la memoria poética del III festival de Granada.
POEMA PARA QUEDAR INMUNE
Llevo una reja en mis dedos
una prisión de viento que te habla
tócame y seré libre
llevo dos ojos que se abren
grandes en la noche
y un abismo que separa
a mi cuerpo
de otro cuerpo
Cuatro millones de años
me encerraron
cuenco aire en un costado
y me devuelve al suelo
incluso la libertad aterra
en el último instante
no me reconozco
en una madrugada de traidores
en una hoja oxidada
por el olor de mis muertos
ni en la fría corteza
de los árboles que esperan
será que ya me acostumbré
a que me entierren en los ojos
una amarga tarde
y dos agujeros de cielo
¿Qué más puede herirme?
Francisco Ruiz Udiel (1977-2010)
POEMA PARA QUEDAR INMUNE
Llevo una reja en mis dedos
una prisión de viento que te habla
tócame y seré libre
llevo dos ojos que se abren
grandes en la noche
y un abismo que separa
a mi cuerpo
de otro cuerpo
Cuatro millones de años
me encerraron
cuenco aire en un costado
y me devuelve al suelo
incluso la libertad aterra
en el último instante
no me reconozco
en una madrugada de traidores
en una hoja oxidada
por el olor de mis muertos
ni en la fría corteza
de los árboles que esperan
será que ya me acostumbré
a que me entierren en los ojos
una amarga tarde
y dos agujeros de cielo
¿Qué más puede herirme?
Francisco Ruiz Udiel (1977-2010)
martes, enero 04, 2011
Años once y medio

He visto un caracol que durante bastante tiempo, horas, se traslada penosamente desde el borde del jardín, sale por debajo de la reja, y se acerca hasta unos doce centímetros del granado, todavía arbusto, que crece en el frontis de mi casa. Allí el granado ha florecido, las flores son de un naranja mágico y encendido, y se endiosan con la maravilla de nacer. El caracol, que no ha abandonado su coraza en la espalda, se detiene y queda paralizado, inmóvil, perplejo –diría yo- imposibilitado de alcanzar la belleza.
Dejar la carga que tanto amamos, sin saber que es carga. Regresar a nuestra humilde condición de gusano, y no de arrogante caracol con casa, esa es la misión. ¿Podremos comprenderla?
Entonces, para mirar más ampliamente, recuerdo el haiku de Matsuo Bashō:
Al Fuji subes
lento vas pero subes
caracolito
Luego los años llegan certeros como pedregones, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011…
Quién sabe si en la cima de la montaña espera el anhelado estado de oruga, paso anterior al de mariposa. Libre y bella por veinticuatro horas.