El jardín de los pájaros
Cruzas el patio y te preguntas quién eres. Respondes con tu nombre, situación que no te deja muy satisfecho, pero que has aprendido a aceptar. Pasas muy próximo de los árboles de la huerta; entonces, descubres que desde el frondoso mango del centro nacen trinos que se multiplican en el aire. Estás al tanto, porque así dice tu cultura, que son pájaros escondidos, y no otra cosa, los que trinan; unos animalillos con plumas, alas delicadas, pico, y de caminar a saltos, mientras no vuelan de la rama al césped. No se sabe qué es lo que cantan estas aves invisibles. Podrían ser verbos misteriosos, podrían estar construyendo jardines en algún planeta de la galaxia, jardines inmaculados, acaso inundados de flores, y arroyos y cascadas de agua y mujeres y hombres, también cantores, preparando el paraíso para tu viaje. Nadie lo sabe, no. Luego sales a la calle y salvas la avenida, vertiginoso llegará el autobús, y regresarás a tu infierno necesario, con tanta gente desconocida, cercana, apiñada y distraída, apurada por llegar, nadie sabe a dónde. De repente, observas que al lado de la ventana del conductor han colocado una bandera de colores alegres, los mismos colores básicos que reflejan las luces de todo arco iris, como bendición de la tierra. ¡Es la fiesta de Bolivia –dices súbitamente! Y desfilan por tu visión los innumerables dolores, los afanes, los discursos, las mentiras, el hambre, las pancartas, el miedo, los conflictos, los diferentes tipos de piel con que están hechas las billeteras de muchísimos tamaños, la mayoría vacías e imaginarias y, tal un tropel, detrás vienen los marchistas, los soldados, las mujeres ataviadas con hermosas polleras y trenzas, los hombres de gorros de lana y poncho austero, los de traje oscuro, los futbolistas, los mineros con cascos amarillos, los maestros de escuela, y las jóvenes gestantes, también veo a tu padre, a tu madre y a tus hermanos y, como si en cada giro salieran del fondo de la caja de cambios, niños ocupando los espacios con sus risas hechas cascadas de agua. Cada uno adentro, aquí, parados junto a los asientos, gracias a la mente. Pero adviertes que todos estamos idos, como si el destino se resumiera a salir en las distintas paradas que hace el microbús de marras. Entonces, a través de la turba que se aprieta, consigues ver, del otro lado del viaje, en el campo abierto, una enorme bandera flameando al viento, llevada por las manos de los amados difuntos, nuestros abuelos, todos unidos en un pacto de sangre redimida por la guerra y por los sueños. Así que, epifanía inmediata, lo comprendes todo.
Etiqueta: Bolivia
1 Comments:
Qué hermosa epifanía he visto en esa última imagen, no podrías imaginar cuán hermosa. Un abrazo, Gary. Me voy llena de Paz.
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