Isaac o Guajalote
Al parecer, a todos se nos sube la fiebre en diciembre, y al primer minuto del 25 mientras te abrazan y descorchan champaña con gran estrépito, te acuerdas de cuando eras niño, y esperabas con los ojos enormes que surja en el cielo la carroza, se cumplan los regalos, y emerjan entre las cajas los juguetes y no duermas hasta el rayar del alba porque, con el mecano que te dieron, armas mil monstruos que son siempre nuevos juguetes entre tus manos.
Tantos juguetes, unos magníficos, otros malvados, muchos de los cuales en el transcurso del tiempo se te hicieron indiferentes, laborioso mundo de artificios y desengaños en el que te enredaste, año tras año; hasta que una mañana, quién sabe en qué diciembre sembrada, floreció –las aguas se gestan victoriosas y profundas- generosa entre las sábanas la dama, la hermosa, sueño secreto de todo niño: mi navidad permanente. Y los obsequios cotidianos no tienen relación con los deseos, sino con la muerte. Ese transformarse constante. El cuchillo del sacrificio, y celebrar, Isaac o Guajalote, la ciencia de sus brazos.