Asombro desde el ático
Oscar Barbery Suárez vuelve a
publicar poesía después de un silencio de 18 años. Esta buena noticia nos
regresa al disfrute de un género de poesía muy poco cultivado en nuestro país,
una poesía con contenido de humor, producto acaso de la necesidad de mostrar a
través de la poesía el entusiasmo vital con el que inunda todos los espacios de
su sentir y su mirar, recuperando inclusive aquellos aspectos que podemos
considerar tenebrosos o desgraciados pintándolos desde el verbo cotidiano, que
incorpora la expresión estupefacta del hombre ante la tecnología, y la sombra
de la urbe, mucho más negra, en este caso, porque es la ciudad de noche, donde
reina impenitente la luna, que se contempla y se admira desde el ático.
Suele reconocerse que es a partir de
Poemas y antipoemas, del chileno Nicanor Parra, que se desautomatizan y
desacralizan entidades hasta entonces “sagradas” para la poesía: la más
importante de ellas el sujeto lírico, que abandona el ariete de la solemnidad a
que se vio encadenado durante siglos para asumir una actitud dialógica más
desenfadada.
Sin embargo, son varios los poetas
que transitan estos territorios, aunque siempre se consideró una excepción o
una curiosidad hasta que llegó Parra. Recordemos el extraordinario soneto
Diálogo entre Babieca y Rocinante, escrito por Miguel de Cervantes Saavedra en
su prólogo al Quijote de la Mancha, y otros, como Nicolás Guillén, el español José
Moreno Villa, aquellos poemas de Pablo Neruda que buscó también expresar su
hálito vital, que fue parte de su vida.
El uso de la antipoesía en Neruda
pone de manifiesto, por ende, que «la risa forma parte de las respuestas
fundamentales del hombre enfrentado a su situación existencial», según lo
afirma el historiador Georges Minois en su estudio antropológico. Esta risa al
borde del abismo trata desesperadamente de ocultar el vértigo de la nada
absoluta. De este modo, abraza definitivamente los atributos de un humor que
puede considerarse (post)moderno.
En este punto, es muy interesante
mencionar obras capaces de turbar con el verbo del decir cotidiano en poetas
reconocidos como adustos e inclusive trágicos como es el caso de Alejandra
Pizarnik y su obra póstuma La bucanera de Pernambuco o Hilda la Polígrafa,
donde esa tranquila unidad del signo lingüístico, como la llama Derridá, que se
rompe no es el único motivo para inquietarse.
Todo esto para intentar aproximarnos
a la poesía de Oscar Barbery, que nos muestra un universo dicho y expuesto por
un hombre que no se encuentra convencido de que las cosas son como se piensan.
Existe pues una incongruencia en el universo y que debe ser mostrada. Esa
incongruencia nos lleva al discurso de ruptura, ruptura del lenguaje con frases
cuyo contenido puede parecernos en principio jocoso; pero donde lo más
interesante es que el propósito no es hacer reír, sino mostrarnos que el
universo ocurre y existe sin que tengamos una noción real de cómo es.
Pero intentemos mostrar lo que
estamos sugiriendo. El libro que nos ocupa, llamado “Luna Ático” está dividido
en cuatro partes: Ahora que ya es nunca, Luna Ático, Bocacalle y Cancionero. De
alguna manera los modos poéticos de Barbery Suárez.
Abriré la lectura de este libro por la parte
final, que muy naturalmente ha sido titulada
con el nombre de Cancionero. Y aquí, habrá que hacer una separación, entre lo
que se habla desde la poesía para ver, para sentir en imágenes, y lo que se
escribe para la canción, es decir para oír, porque Cancionero, cuarta parte de
este libro, pertenece a un género que se aviene muy bien a lo que se canta.
Estamos ante un autor polifacético,
qué duda cabe. Narrador, dramaturgo,
poeta y en este punto que nos ocupa, letrista de canciones, sin ningún reparo,
aceptando que el creador de la palabra no tiene por qué limitarse en uno u otro
género, sino que si es capaz, puede y debe ingresar en otros géneros. Vale
declarar que Oscar Barbery Suárez, ingresa y sale de los diferentes géneros
aquí citados, como Pedro por su casa, viviendo una especie de felicidad de la
palabra, si esto es posible, establecido como quiere estar cuando quiere estar.
Todos sabemos que la cultura libresca
es de por sí minoritaria y hemos observado, durante el siglo XX, que el poema
se enclaustró entre las páginas de las bibliotecas, renunciando a su
transmisión oral. El poema escrito para ver, no para oír, es reciente. Desde la
invención de la escritura, es cierto, existe el lector silencioso de poemas.
En cambio la costumbre del poema para
oír se pierde en los recovecos del pasado. Y hasta el siglo XIX la poesía
ocupaba el tiempo de los ocios latinoamericanos. Escribe Carlos Monsiváis: “Una
herencia (una definición) del XIX: la religión de la Poesía. Durante más de un
largo siglo latinoamericano la poesía es, masivamente, instrumento de uso
cotidiano, prueba irrefutable de la calidad cultural (el alcance social) de una
velada hogareña, de modo principal, el mayor acervo ideológico para medirse con
el amor, la adversidad, la vida interior. Los analfabetos retienen piadosa y
cuantiosamente los versos y los ‘absolutamente ajenos a las Musas’ suelen vivir
bajo el influjo de poemas y Actitudes Poéticas que casi de seguro jamás hayan
oído comentar. (...) En el XIX la poesía y la enseñanza de la historia patria
son los dos ordenamientos sustanciales de la experiencia, el sufrimiento, la
desazón, la turbiedad del ánimo, la desesperanza, la alegría que se refleja en
sí misma”.
¿Qué sucedió durante todo el siglo
XX? Rafael Cadenas señala: “La poesía moderna tiende a convertirse en un corpus
hermético. Se hace para un círculo de iniciados; por los poetas para los
poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son
mandarines que se susurran secretos al oído”. Con el cambio de siglo, pues, la
poesía perdió su papel de formadora de la sensibilidad latinoamericana.
Hoy, en la aurora del siglo XXI,
amanecemos a un nuevo día, donde la poesía vuelve a recuperar el espacio de las
calles a través de las canciones que la gente repite y donde el poeta se hace
anónimo. Nos acordamos de los nombres de los cantantes famosos, y en su gran
mayoría desconocemos el nombre del que compuso la letra. Aquí la poesía se
universaliza.
Oscar Barbery Suárez nos regresa a
ese espacio, pero como tiene que ser en este siglo, sin ignorar la poesía que
conmueve con las grandes preguntas, y traslada imágenes, como se podrá leer en
los poemas de las otras tres partes, nos entrega en esta sección letras de
canciones, haciéndose cada una melodía en semilla, que después la tierra, el
cuidado y el arte de los músicos fructificará en una canción para entregarla al
público.
Pero el estilo de Barbery en este
cancionero ya no se limita, y se desgrana en humor para cantar lo que se canta
mientras se sonríe, como se sonríe en esta ciudad cuyo espíritu no ha perdido
las hadas de la selva. Entonces toda la oscuridad de las boca calles y de la
noche urbana, como se podrá transitar en los poemas de las tres primeras
partes, se difumina y nos alumbra la fiesta.
Chacarera
del mosquito
te
desangra tajo a tajo
mientras
vos ponés trabajo
él
te clava su piquito.
Dice en un estribillo. Mientras en
otra canción nos cuenta la vida del animal racional que sale a rondar a la
ciudad. Busca, escudriña y caza, sin poder jamás saciar su deseo.
Tal
cual un animal
Voy
a acechar sin prisa
Con
mastercad y visa
Cotidianos fetiches
En la selva de afiches
Del patio amurallado
de un gran supermercado
Y las canciones son desde siempre
también cantigas de amor, y qué es lo que denominamos amor sino también una queja,
como se queja cualquier vecino, vecino de esta ciudad, quien, mientras toma una
copa de vino, le cuenta a su compadre sus cuitas de amores.
De
qué me sirven mis versos
de
qué mis ansias
y
la ternura en las cuerdas de mi guitarra
si
cuando voy a ofrecerme
todo
se enreda
pues
ella quiere vestirse
con
oro y seda.
Y haciendo uso del donaire criollo,
en otra estrofa nos dice:
De
qué me sirve ser lindo
como
paraba,
si
todo lo que yo tengo
para
ella es nada.
Al final no es más que una canción,
pero toda canción tiene una intimidad que se socializa, que se abre para todos
cuando se canta, con la ventaja del anonimato, porque el que canta no es
responsable de lo que canta, va pecando, y revelando sus más oscuros secretos.
Oigamos:
Es
una canción
como
una alondra
que
está enjaulada
enamorada
de
un corazón
su
sombra.
El cancionero tiene mucho más, y
quien ha escuchado sus canciones sabe las hermosas melodías que vienen con ellas
cuando las interpreta María Elena Busso, según la melodía y arreglos de Luis
Fernández de Córdova.
Hasta aquí el cancionero y la palabra
hecha para la siega del oído, pero Luna Ático es mucho más que un cancionero,
es un poemario. Y la geografía de sus páginas va a develar en las tres primeras
partes el oficio de un poeta original e interesante, muy ligado al decir
cotidiano de Santa Cruz.
En la primera parte, Ahora que ya es
nunca, se han incluido varios poemas de su primer libro ABC: Guía de Costas,
que como podrá comprobar el lector tienen el mismo tono, y que conforman la
mayoría de la primera parte.
Parece que el poeta necesita que
comprendamos que todo descansa en grandes preguntas sobre temas fundamentales
sobre el hombre, el amor, la muerte, la poesía, el tiempo.
Aquí el lector quedará encantado con
las maneras en que el lenguaje de Barbery Suárez realiza las preguntas. Si se
trata del amor, por ejemplo, nos encontramos de repente con la respiración del
enamorado, un enamorado que no deja de observar el entorno, de intentar
comprobar y convencerse a sí mismo de ciertas certezas.
Mi esperanza
pregunta:
¿por qué no?
si el día la noche el sol la luna
si la resurrección de la caña
si el viernes en los calendarios
si el colectivo circunvalando los anillos
si la primavera en los anuarios
si las navidades y los años nuevos
si el péndulo
si el minutero en las doce
si el caballito de la calesita
si el círculo vicioso
si el bumerán
¿Por qué no, ella regresando?
O aquel otro de la
muerte, donde se expresan otros sentimientos que se comparan con la muerte. La
muerte muerte, la que nos toca:
¡Tendrá tan poco de la muerte aquella muerte!
Más muerte que esa muerte tiene el miedo
el dolor
el odio
la ira
el hambre
el rabioso reflejo de la angustia
la muerte de los otros en tu estómago
el amor perdido
el amor encontrado
el desamor tumbando monumentos.
Pero también se detiene el poeta en
averiguar de dónde nace la poesía. De manera que afirma que la poesía ha sido “inventada”
por la nostalgia. Copio un fragmento cuyos elementos de la cotidianidad, tan de
aquella condición humana, y que precisamente por eso provocan humor, quitan
justamente solemnidad a aquella idea de la nostalgia, siempre ligada a la
seriedad y a la tristeza.
Pero escuché el momento del invento.
Sonó a un amor quebrado por la daga
que le rompió las costillas a Julieta.
Siseó como el áspid
que mató a Cleopatra.
Resopló como Otelo estrangulando a Desdémona.
Al ronquido de Sansón, cuando Dalila.
Al llanto de Narciso salpicándole el reflejo.
A jadeo de Salomón tras la virginidad de Saba.
A Eurídice suspirando
por la canción de Orfeo.
Al morirse de Páramo por Susana San Juan.
El amor mío con su gigantez de grillo delirante
sumósese a esa orquesta
en donde un amor es todos los amores.
Porque el autor apela a la
imaginación para dar vida a los personajes históricos o dramáticos.
Como ya adelanté, en esta primera
parte, el lector podrá encontrar una selección, realizada por el propio autor
de poemas extraídos de su libro “ABC: Guía de costas”. Copio una muestra para
el apetito, en este caso uno que nos enrostra el cuestionamiento de vivir
expuestos a la mecánica de la modernidad:
Mi
perro
comer
dormir
ladrar
y
otras cosas
que
no vienen a cuento.
Qué
sabrá de la vida el pobre
del
hágase la luz
botón
y
hágase la música
botón
y
hágase la tele
y
teléfono
botón
del movimiento en casa.
No
cree que sea un perro
el
perro de la tele.
Y
¡qué soledad!
no
encontrará un solo perro
suscrito
a la Internet.
Mi
perro,
qué
sabrá de la vida el pobre.
Entonces
a
él tampoco puedo preguntarle.
(De Guía de Costas)
A esta altura, el lector que hasta
hoy no ha leído al poeta Oscar Barbery Suárez, habrá ingresado en su atmósfera,
y su hálito poético, acaso preparado para continuar con el banquete.
Borges, hablando de las metáforas,
nos cuenta que el poeta argentino Lugones, allá por el año 1909, escribió que
creía que los poetas usaban siempre las mismas metáforas, y que iba a acometer
el descubrimiento de nuevas metáforas de la luna. y, de hecho, inventó varios
centenares. También dijo, en el prólogo de un libro llamado Lunario
sentimental, que toda palabra es una metáfora muerta. Esta afirmación es, desde
luego, una metáfora, nos dice.
Oscar Barbery Suárez en la segunda
parte de su poemario, que precisamente da nombre a todo el libor, Luna Ático,
nos recibe con un poema que desgrana metáforas a la luna. Pero Barbery en este
poema no se limita a ejercitar metáforas, sino que el poema en sí mismo es una
metáfora de la espera. La luna se erige aquí en objeto de escarnio, pero
también en reminiscencia, en daño, y una multiplicidad de procesos psicológicos
del yo poético que espera, aunque finalmente nos revela que la luna también es
algo así como agua, débil quizás, mínima ante el adivinado sol de quien se
espera, pero aljibe de luz al fin, para aliviar la espera.
Luna
vasta
y bastante
como
botón de muestra.
El
ojo cíclope.
Hueco
iluminado del embudo negro.
Cicatriz
de un disparo
en
piel petroleada.
Mira
telescópica.
Escarapela
prendida sobre todo.
Cráneo
en la bandera del corsario.
Clítoris
de una dama oscura.
Reflector
busca reos.
Escupitajo
de Dios, por eso brilla.
Burbuja
presa.
Ampolla
de una sombra.
Ojal
del luto
pezón
reloj
barquito
ombligo.
Aljibe
para extraer la luz
mientras
te espero.
Los poemas corren de manera que el
objeto luna se multiplica, en metáfora, en testigo, en juez, en destino, y
finalmente, en el otro. Veamos.
Luna
que nos miras
¿sólo
eso somos?
¿gusanos
comiéndose una manzana?
Y este otro…
Alguien
echó a la suerte esta moneda
que
la telaraña de la noche atrapa.
Soy
un mendigo con la mano larga
y
la luna no cae.
Como se puede advertir, la poesía de
Oscar Barbery Suárez, impregnada de la cuestión del ser. Un ser que transcurre
estupefacto ante la modernidad, ante los avatares de la vida, con un dejo de
ironía, intenta resolver en humor para aliviarse de la carga profunda que las
preguntas fundamentales que se hace dejan: ¿Hay esperanza?¿Qué es el tiempo?,
¿La luna? ¿El amor? ¿Qué es la muerte?, y así aliviar la desesperanza, la duda,
la nada.
La tercera parte de este poemario ha
sido denominada Boca Calles, en referencia directa a la ciudad. Aunque la
ciudad que aquí circula, valga la metáfora, es Santa Cruz de la Sierra. Todas
las demás, solamente son referencia, nombres que confirma la presencia de la
ciudad que para Oscar Barbery es la omnipresente, nocturna, araña, monstruo
devorador.
Soy
la ciudad
me
he bebido el río
he
devorado árboles
cubro
con mi manto espejado las montañas
pretendo
tener la dimensión de los océanos
mis
venas están con miel pavimentadas
soy
como un gigantesco cazamoscas:
me
he comido a mis padres.
Dice en el poema “Soy la Ciudad”,
extraído de ABC: Guía de costas. Una ciudad con dientes que masculla todo, como
en el poema 12:
La
noche tiene tantos, pero tantos dientes
dientes
para reír
dientes
para morder
dientes
para comer.
pero advertimos que la ciudad es la
boca de la noche, que es quien nos devora:
La
inventiva del hombre creó esta dentadura
y
la noche ingrata nos mastica y nos traga.
En esta ciudad donde los automóviles
son las cuentas de un rosario/ que aprieta
esa garganta: /cuentas para decir plegarias que maldicen, /rosario para el rezo
de los estrangulados.
Y
nosotros
ñus
manada
indiferencia
vegetal contaminando antílopes
con
ojos de rumiante nuestras almas.
Para Barbery la ciudad es la telaraña
donde se amanece convertido en mosca.
En Boca Calles, el lector se desplaza
del humor optimista a un espacio de desazón y angustia. El hombre ante la
ciudad, que es parte de la noche, ese monstruo hembra inalcanzable.
El lector siente que está en
presencia de un trashumante de la vida, pero vida que emerge de la noche. Los
hechos aquí no se relatan, sino se describen los obstáculos que son propios de
la noche, la impotencia de su posesión y el horror de su presencia omnívora.
Podríamos decir que Oscar Barbery hiende una manera de describir el espacio de
la ciudad y la noche no en el sentido de la anécdota, sino en el sentido de su
presencia, a la manera de Piranesi, una prisión surrealista y caótica.
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