sábado, agosto 09, 2008

Bitácora de Nueva York


En el año 2003, los días me llevaron a vivir a Nueva York. Después, esta mi historia de cambios incesantes parecían haber atrapado esas vivencias en ese extraño olvido que se forma con las pinturas de la memoria sin memoria de lo que se quiere poner como apenas un mero accidente o aventura intrascendente, cuando ayer, entre las cajas que sirvieron para mi reciente mudanza de domicilio encontré un cuaderno garabateado con algunos apuntes de la época. Copio, entonces, uno de sus fragmentos:

1 de julio

Otra ciudad emerge, la ciudad de la cotidianidad. Tren 7, tren 4, cambio en Gran Central. Mirar el programa del Bus Q45. Viajar, viajar.

Tres palomas sobre el techo del andén en 69 st-Fisk. El convoy pasa con su maquinaria feroz, es un animal que se estremece sobre las líneas oscuras de los trillos. Yo veo cómo dos de ellas levantan vuelo, pero la tercera, indiferente, nuevayorkina, continúa comiendo las pequeñas migajas, como si nada pasara, y nada pasa, sólo el tren. Pero sospecho que entre las voladoras, una, curiosa, levanta vuelo sobre los vagones para saber sobre origen del monstruoso ruido que taladra. Mientras la otra es la que huye sin mayor sentido que el miedo, el horror a lo poderoso, al acero que se mueve con sus dientes redondos, como un titán de los rieles.
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