lunes, marzo 17, 2008

Reconocimiento a Patricio Latapiat

El pasado jueves, 13 de marzo, se cumplió un acto de reconocimiento a Patricio Latapiat, consul de Chile, en los salones de la Universidad NUR de esta ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Fui invitado a participar del evento, pero las fuerzas que controlan los días han evitado que así sea. Sin embargo, existiendo este medio, no quiero dejar la oportunidad de copiar el texto que tenía preparado para esa ocasión, así como los poemas elegidos:

Reconocimiento a Patricio Latapiat

Conocí a Patricio Latapiat a principios del 2004, en una hermosa reunión de tres: Patricio Latapiat, Cónsul de Chile; junto a nuestro dilecto amigo, ahora gran promotor cultural, Oscar Gutiérrez y el que aquí habla. Allí, albergados por la amable comodidad de la terraza del café Saint Honoré, en la clásica avenida Monseñor Rivero, se prefiguró el homenaje que se haría al centenario del nacimiento de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, Pablo Neruda. Homenaje cuya cúspide se consolidó en esta Casa Superior de Estudios, ya cálido y ardorosamente grabado en nuestra memoria.
A partir de allí, distinguí y seguí a Patricio por los laberintos de un abrazo monumental, el ir y venir de escritores, artistas, obras y mensajes culturales que han acercado en gran manera a los pueblos del quehacer cultural de Bolivia y de Chile; en este caso, centrado en ésta nuestra atareada ciudad aunque siempre pintada de flores y de verde, pariendo ahora un sin número de trabajos culturales, como corresponde a una metrópolis en evidente emergencia.
No es pues casual este acto, si no el justo reconocimiento a una labor penetrante y bien intencionada, demostrando que las mejores embajadas son aquellas que acercan entre los hombres a lo mejor que estos tienen para mirarse a los ojos y reconocerse pares, quiero decir, la cultura, el arte.
Muchas gracias Patricio, muchas gracias Chile, deseamos que los próximos embajadores tengan el mismo esfuerzo y las mismas ganas de aliviar la distancia que inopinadamente nos separa.
Hoy, se me ha pedido que lea un par de poemas. Y me parece pertinente escoger precisamente al chileno Pablo Neruda y al boliviano Oscar Cerruto, grandes poetas de nuestra patria sudamericana, aún en ciernes, todavía en germen secreto, pero de futuro cierto, como la soñaron estos vates.

Tango del Viudo
Pablo Neruda

OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome del trópico de los coolíes corringhis,
de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.



La mano en el teclado
(y la otra en los dientes mordida)


..............................Texto para una cantata
................................................en memoria
............................... de Humberto Viscarra


Que pronto he quedado solo,
como un ciego en la tiniebla,
solo,
como esperando a nadie
(que no llega).

¿Pero acaso no estuve
siempre solo en la vida
vanamente esperando esa palabra
que ignoro?

Ni siquiera la lluvia
me hace aquí compañía.
El frío sí
el de siempre,
el frío y la costumbre
fácil de la tristeza.

Parado al borde de mí mismo
a la espera
de una señal, una máscara
(que no llegan)
sabiendo
que el tiempo corre ahora
debajo del tiempo.

Y no hay otra presencia
que las calladas estrellas.

¿Por qué no invitar a la Muerte
a cenar? Buenas noches, señora.
¿Fatigada?
Arduo trabajo el suyo.
¿Le sirvo un poco de cielo?
¿Champaña, rosas,
luz lunar?

Comprendo que la irriten
las flores.
¿Para qué flores
si, de algún modo,
allí donde usted llega
provoca tumultos
de pesados aromas
que su implacable
helada mano
casi en seguida
pudre?

Tal vez pueda ofrecerle
mi corazón, señora,
o mi alma, si la vida,
la horrible vida
algo ha dejado.

No pedí nada
quise muy poco,
les di mi vida
y eso era poco.

Pero también pude ver
que no toda soberbia
es victoria,
y que en el canto
canta el espíritu
con lengua
más que el bronce.


Sólo quería que caigan
la falsía y la ficción
y entrara el mar,
el ancho mar,
ya libre
de su cansado batallar,
en todo corazón
vejado.

Ah pero el arte es largo, largo,
la vida corta,
¿no es verdad, viejo Machado?,
“y a nadie al final le importa”.

Una copa.
¿La vida es otra cosa
que una copa?
Que siempre está colmada,
que siempre está vacía.
Una copa que ríe,
una copa que llora.

¿No bebe usted, señora
Muerte?
¿No le tienta el demonio?
Una copa
y el mundo,
el pobre, pobre mundo,
idiota mundo idiota,
se borra como un sueño.

Una copa de tedio
o una copa de sueños.

Quería que el sol
para todos se abriera
como un árbol
de prodigio.
Que para mí se cierre
a mí solo me incumbe
y no interesa.

Doble desgracia
haber nacido
bajo este sol
y ser artista.
Una mano posada en el teclado
y la otra en los dientes
mordida.

(Pobre país
o pobre yo,
todos nosotros,
en este inmenso
país tan nuestro
y tan ajeno.)

Por qué no fui árbol,
por qué no nube
o espuma acaso?
Fui hombre
y me olvidaron
y luego me borraron.
¿O yo los ignoré
y así los expulsé
del mundo?

Pobres todos nosotros.

Ahora todo ha callado.
La Muerte cerró la puerta
Y estoy de nuevo solo.

Las plazas y las calles,
la oscura calle sola.
El piano, la mesa,
mis bufandas.

Solo con lo dicho,
lo que dejo dicho
como herencia atareada
y fugaz.

¿O ha sido todo un sueño,
una centella irreal
que la Muerte sostiene entre los dedos,
nada más?


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