El gran aporte de la obra de Jorge Luis Borges es aquel
que está simbolizado en el primer arcano del tarot, le bateleur, es decir, el hechicero
capaz de acercarnos con magia a la literatura universal; ejercidas estas artes –las
del mago- a través de un lenguaje preciso que gracias a la erudición y sus
juegos ficcionales mantiene un fino y ecléctico humor, pero principalmente un
tono moderno que nos hace sentir que la tenemos al alcance de la mano, como un
regalo que se entrega con renovado brío.
No sería entonces irreflexivo afirmar que su obra
impele a regresar al camino que siempre le tocó a la literatura, el camino de
la sabiduría. Pues Borges es, ante todo, el gran traductor de una vasta
constelación de espacios literarios, elegidos con gran intuición estética,
árbol que podemos llamar la lectura borgesiana, lleno de frutos, y ramas y
hojas capaces de dar sombra, pero esencialmente de savia renovadora de nuestra
mirada sobre la biblioteca. Acercándonos a cada anaquel de ella con verdadero
amor, como hace el maestro, como haría aquel Magister Ludi, tan alto a Herman Hesse. Así que, es tal la
preponderancia de Borges en el contexto, que su voz se ha transformado en vía y
camino de la palabra escrita, tanto que es imposible pensar el futuro de las
letras de occidente sin la perspectiva llamada Borges. A través de ella hemos
podido regresar a las fuentes de la más deliciosa retórica. Su prosa se pasea
con magistral pintura de delectación, ironía y conjetura por todas las épocas,
para tocar en lengua castellana las llaves que hacen a las espléndidas puertas
de la literatura de todos los tiempos.
Aunque todavía hay muchos misterios que recorrer en
torno a este poeta, y esta vez, considero justo y adecuado intentar develar uno
relacionado con Ricardo Jaimes Freyre; aquel, menos famoso que importante,
poeta boliviano. Será mi afán el de demostrar que al menos tres espacios les
son comunes; queriendo resaltar el hecho de que Jaimes Freyre, siendo de una
generación anterior, y fundador del modernismo, es precursor de Borges en
aquellos asuntos.
Diré, inicialmente, que no sería aventurado conjeturar
que Borges quedó fuertemente conmovido por el libro Castalia Bárbara de Ricardo
Jaimes Freyre. Pues, los poemas que constituyen parte fundamental de ese
trabajo, tuvieron la originalidad de ser los primeros poemas escritos en
castellano donde se desgrana la mitología escandinava, sintiendo ese aire que
nos transporta al choque de los escudos y
las lanzas con largo fragor siniestro,
tan oneroso al poeta argentino. Surge, además, como dato y como albur, que la
primera edición fue publicada en Buenos Aires el año del nacimiento de Borges,
es decir, en 1899.
No es desconocido que Jorge Luis Borges se había sumergido
con no disimulada pasión en los versos escritos en sajón antiguo y en lenguas
germánicas, discurriendo eruditas conferencias sobre el tema como profesor del
Curso de Literatura Inglesa en Buenos Aires, donde el Beowulf, Finnsburh, la Balada de Maldon, Oda de
Brunanburh, y otros son tratados con gran magisterio. Así que, nos resulta difícil pensar que no haya
caminado por las páginas de ese hermoso libro, especialmente cuando tanto
gustaba repetir el poema que lo abre, a pesar que no tiene que ver con el tema
de que tratan las líneas de Castalia Bárbara, como más tarde vamos a tener la
oportunidad de comprobar. Es también apropiado resaltar que Borges parecía dudar de que alguien pudiera
interesarse por esa extraña cultura que a él tanto lo llamaba, como ponen de
manifiesto sus palabras en el prólogo a Historia de la Eternidad "El improbable y acaso inexistente lector a
quien le interesen las kenningar puede interrogar el brevario Antiguas
Literaturas Germanas que publiqué en México en 1951".
Ese desinterés, nos dice Fernando Molina en su ensayo Jorge Luis Borges en tiempos escandinavos, parece auténtico, pues
ni el artículo ni el libro sirvieron para paliar el radical desconocimiento de
las antiguas literaturas nórdicas de que hacían gala los historiadores
literarios españoles (y creo que latinoamericanos).
En una
larga entrevista con María Esther Vázquez, Jorge Luis Borges explica que llegó
al mundo de lo escandinavo por el camino de lo anglosajón. Sin embargo, tiene
que haberse gestado, al menos en semilla, con la lectura de Catalia Bárbara, y
su -hermosa ventana a la mitología escandinava- retahíla: El camino de los cisnes,
La muerte del héroe, Los Elfos, Los cuervos, el Walhalla, Aeternum Vale, poemas
sobre los que Borges guarda un extraordinario silencio, limitándose a repetir
aquél que sirve de pórtico. Sin embargo; en su prólogo a Seis poemas
escandinavos, se pregunta “¿Qué secretos caminos me condujeron al amor de
lo escandinavo?”. Mientras que en el mismo texto afirma “No soy, por lo demás,
el primer intruso de lengua hispana que ha explorado esas latitudes. Nadie
puede olvidar la Castalia Bárbara, de Jaimes Freyre”. Asimismo, es curioso
advertir que Jorge Luis Borges nació el mismo año de publicación de Castalia
Bárbara, 1899, y con prólogo de Leopoldo Lugones.
Por otra parte, nadie ignora que Borges tuvo especial
deslumbramiento por Dante Alighieri, con quien mantenía encontrados
sentimientos, y al cual, a pesar de profesarle clara admiración, sometió a
ciertas irreverentes parodias, como las reflejadas en el famoso cuento El
Aleph. Tema éste, el dantiano, en el que, además de la religión compartida,
mantiene un cauce comunicante que en esta ocasión vamos a develar. Se trata de
la idea que generó el bello ensayo que reflexiona sobre la escena que
protagonizan Paolo y Francesca en el infierno, llamado El encuentro en un sueño, publicado dentro de Nueve ensayos dantescos, tema que descubrimos también en un libro
de Ricardo Jaimes Freyre llamado Anadiomena,
donde encontramos el siguiente texto:
Tortura Celeste
Dice Francesca: -¡Oh Dante! ¿Por qué tu genio quiso
crear este tormento digno del Paraíso?
Borges, al finalizar su ensayo escribe: “… pienso en dos amantes que el Alighieri
soñó en el huracán del segundo círculo y que son emblemas oscuros, aunque él no
entendiera o no lo quisiera, de esa dicha que no logró. Pienso en Francesca y
Paolo, unidos para siempre en su Infierno. (‘Questi, che mai da me non fia
diviso…’ Con espantoso amor, con ansiedad, con admiración, con envidia.”
¿No es admirable la común intuición? ¿Leyó Borges a
Jaimes Freyre y guardó en su alma esa bellísima lectura del Dante, que fue
macerando con el tiempo, como probablemente sucede con muchas de nuestras
reflexiones? Podemos conjeturar que sí.
La enorme consideración que Borges dedica a la música
está directamente relacionada con la idea que sostiene Shopenhauer sobre la
misma. “Sin mundo, sin caudal común de memorias evocables por el lenguaje, no
habría, ciertamente, literatura, pero la música prescinde del mundo, podría
haber música y no mundo. La música es la voluntad, la pasión.”, nos dice Borges
en “Historia del tango”
Aplicado
esto a lo que en esencia interesaba a Borges, a la música verbal, diremos que
la música vendría a ser el extremo vital de la poesía. La música como voluntad
poética. Sin embargo, es relevante anotar que la música verbal tiene otro ritmo
y otros modos distintos a los de la música tonal. Primero que su función no es
matemática, es –digámoslo así- referencial, yo siento que suena en el
pentagrama de la memoria; no del tiempo, creando el pentagrama en el espacio y la
cifra de la palabra, no del tiempo, riguroso y fatal de la secuencia tonal.
Son las conferencias pronunciadas en Harvard en 1967 y
1968, bajo el título Arte poética, y en los que Borges se define con relación a
la música verbal. Nos afirma que todo el arte aspira a la
condición de la música, y eso es porque todo artista debería aspirar a devolver
al lenguaje su cualidad de "mágico", donde las palabras resonaran con
un poder tal que resistiera cualquier intento de definición de la poesía, de la
palabra misma. Nos habla de la música en la poesía como un fruto de la fusión
entre forma y contenido: "Muchas veces he sospechado que el significado es
un valor añadido del verso. Sé a ciencia cierta que sentimos la belleza de un
poema antes incluso de que empecemos a comprender su significado". A
continuación pone el ejemplo de que él disfrutaba con los sonetos de Shakespeare sin preocuparse
sobre lo que querían decir. En esta
línea, es por demás interesante recordar la lectura al auditorio de un soneto,
"Spinoza", en español,
demostrando así su teoría: "El que muchos de ustedes no sepan español hace
de él un soneto mejor. Tal y como he dicho, el significado no es lo importante,
lo que importa es la musicalidad, un modo determinado de decir las cosas".
Es válido también recuperar de esas conferencias sus
afirmaciones cuando nos habla de la traducción. El traductor, en consecuencia,
no está siempre puesto frente a la alternativa de elegir entre conservar en su
versión el sentido del poema o, más bien, su ritmo y musicalidad. Hay casos en
los que este peculiar uso de la palabra le abre la posibilidad de recomponer el
poema, de recrearlo fielmente, aunque no practique la traducción literal del
mismo. La fidelidad de la traducción tiene que ver con el respeto por la
emoción que el poema produce. Borges ofrece varios ejemplos de versos en inglés
y uno, que cito en seguida, en castellano. Explica primero: “Me gustaría citar
unos cuantos versos. Si no los entienden, pueden ustedes consolarse pensando
que yo tampoco los entiendo, y que no tienen sentido. Bellamente, de un modo
absolutamente delicioso, carecen de sentido; no pretendían decir nada. […]
Peregrina
paloma imaginaria
que
enardeces los últimos amores
alma
de luz, de música y de flores
peregrina
paloma imaginaria.
Siendo Ricardo Jaimes Freyre principal cultor de la
música verbal, pues en su Leyes de la versificación castellana, nos advierte sobre el verso libre: Y tiene una condición que le es propia, que
le impide ser un simple híbrido de prosa y verso: la posibilidad de crear sus
unidades de acuerdo con las ideas; unidades según las imágenes, según las
figuras, según la lógica; la posibilidad de que cada pensamiento tenga su forma
de desenvolverse, como el río forma su cauce, según la feliz expresión de
Verhaeren.
No es extraordinario pensar que esta definición, esta Ars Poetica, sería
herencia de Ricardo Jaimes Freyre. Poeta éste cuya poesía es ajena a los juegos
verbales, y por el contrario, a través de la metáfora transporta conceptos cuya
profundidad es consecuencia de sus impenitentes lecturas de literatura del
medioevo, especialmente del Dante.
Finalmente, para poner un signo de admiración doble, encontramos
una extraordinaria entrevista citada en un artículo de periódico en la que
Borges admite la influencia de Jaimes Freyre: “En el caso especial de Jaimes
Freyre -Pregunta Dante Escobar ya avanzada la entrevista en su libro Las
Obsesiones de Borges- ¿Sentía usted
alguna influencia en su poesía?”, Borges contesta: “Quizás -responde Borges-
muchas de mis primeras experiencias poéticas tienen influencia de Jaimes
Freyre; era un preciosista. En su poesía, -y no lo digo porque usted sea
boliviano-, la página es parte del lenguaje en la comunicación íntima poeta-lector.”,
y, más adelante, continúa “No me cabe duda de que en mi libro Fervor de Buenos
Aires hay versos con notable influencia de Jaimes Freyre y Lugones.”.
Todo esto, dirán ustedes, y no sin razón, no ha tenido
que ser foráneo al genio de Borges. Sino muy profundo, tanto que llega a usar
este poema como enseñanza de lo que él mismo preconiza como poesía, es decir,
la música, poema cuyo sentido se refiere precisamente a eso, es decir a la
poesía. ¿Qué mejor tributo se puede rendir en la óptica de Borges a un poema
cuyo sentido es la propia poesía, que sin decir nada a la manera de la música
lo dice todo? Los sones están dados y el entresijo develado. Quién puede dudar
entonces que Ricardo Jaimes Freyre sirviera de fuente del patio secreto, donde la
obra fluye y entrega agua poética y sal –a la sombra de la música modernista- para
la sed inagotable y prolífica del más grande escritor hispanoamericano del
siglo xx.
Gary Daher