viernes, junio 16, 2006

El antipoeta campesino

Mi amigo, el poeta chileno Francisco Véjar, presente durante el encuentro de poesía boliviano-chileno-argentino que celebramos en el Centro Patiño de Santa Cruz a finales de mayo, me ha hecho llegar el ensayo sobre Nicanor Parra, que en esa oportunidad leyera. Aquí va, con la tremenda importancia que significa el contar con un poeta vivo de tan enorme tamaño, y la fuerza que su propuesta ha generado en lo que al tenor de la poesía contemporánea se refiere.

Nicanor Parra
El antipoeta campesino


Por Francisco Véjar

Nicanor Parra nace e1 5 de septiembre de 1914, en San Fabián, un pueblo cerca de Chillán, ciudad campesina situada a 400 kilómetros al sur de Santiago de Chile. Su infancia transcurre entre caminatas y excursiones por la provincia de Ñuble. Siempre le interesó el habla de la gente del campo chileno y la forma de vida de los mapuches. Más tarde aprendió el idioma mapudungún. Es el mayor de ocho hermanos: su padre, profesor primario y bohemio empedernido; su madre, una modista de trastienda. Creció con sus hermanos Hilda, Violeta, Eduardo, Roberto, Elba, Lautaro y René, casi todos ligados al ambiente artístico como cantores ambulantes, juglares, artistas de circo. Terminó sus humanidades en el Internado Nacional Barros Arana, colegio donde años más tarde fue inspector y profesor.
Fue estudiante de matemáticas y física, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile (1933-1938). El año 1949 viaja a Inglaterra a estudiar Mecánica Racional en la Universidad de Oxford. Ese año habían aparecido sus primeros antipoemas publicados en la antología compilada por Hugo Zambelli: 13 poetas chilenos (Valparaíso, 1948). Y también, en París, Jacques Prévert publicaba sus Paroles; dos poetas autores que no dejan de tener sus factores en común.
Recordemos que doce años antes, Nicanor había dado a conocer el libro Cancionero sin nombre, obra con una marcada influencia de Federico García Lorca. Según palabras de Parra: “Con Oscar Castro representábamos un tipo de poetas espontáneos, naturales, al alcance del grueso público. Un día volví a releer el Romancero Gitano. Y puse los ojos en el poema “La casada infiel”. Me di una palmada en la frente. ¿Qué es esto? Un hombre verdadero no cuenta estas cosas…”.
En Inglaterra concluye sus Poemas y antipoemas, entre 1949 y 1951. “Un día leí a John Donne que escribió: ‘Muerte no te enorgullezcas’, y me di cuenta de todo el potencial de la poesía inglesa con respecto a la de Hispanoamérica –recuerda–. Y asimismo, caminando por Oxford, vi en una librería el libro de Henri Pichette Apoémes. Ahí mismo me empezó a dar vuelta esa palabra”.
Lo cierto es que Poemas y antipoemas aparece en 1954, con una pequeña introducción de Pablo Neruda, hecha a petición expresa del editor Carlos Nascimento. Hay que tener en cuenta que Neruda era el poeta más importante de Hispanoamérica, pero Parra logró salir de su órbita y darle apertura al lenguaje, actualizando la tradición clásica como popular, de la temporalidad de lo oral y la inmediatez del nombre. Gabriela Mistral dice que “estamos ante un poeta cuya fama se extenderá internacionalmente”. Y Neruda, aquel invierno, anduvo con un ejemplar de Poemas y antipoemas en uno de los bolsillos de su abrigo, para mostrarlo.

Neruda ante el espejo

Cuatro años más tarde, en 1958, Neruda publica Extravagario y el primero que sale a la palestra es Enrique Lafourcade, para dar cuenta de la influencia que recibe de Parra. El crítico Mario Ferrero adujo al respecto: “Poemas y antipoemas fue determinante para que varios poetas mayores sintieran la necesidad de renovarse, de ponerse a tono con este nuevo lenguaje crítico y social de Parra, que satirizaba la desintegración de una época y de sus falsos valores culturales”.
La aparición de la antipoesía no sólo se debe al talento de Parra, sino a que cerca de los ’50 se manifiesta un cambio en el mundo y se hace latente la desconfianza hacia las ideologías. El crítico francés Alain Sicard, en su ensayo Nicanor Parra, la ruptura antipoética, expresa: “El gran mérito de la antipoesía es haber entendido, en pleno auge del realismo socialista y sus derivados, que éste no era el verdadero camino para una poesía popular”.
Conviene recordar que por entonces surgía una generación posterior a la de Parra; con distintos registros y desplazamientos, pero válidos como lo confirma la actualidad. Allí estaban Jorge Teillier, Enrique Lihn, Rolando Cárdenas, poetas ahora fallecidos o unos pocos todavía vivos, quienes han sabido unificar a la poesía chilena, dentro de la diversidad natural de la última centuria.
Numerosos críticos han dicho que la “antipoesía es puramente negativa, expresa la nada, hace irrisión de la esperanza, carece absolutamente de mensaje y también de ética” (Borgeson). Sin embargo, en su escritura muestra un espejo cóncavo que obliga al hombre a verse en toda su ridiculez, convirtiéndose de modo paradójico en una defensa del individuo. Ya entonces Neruda decía: “Lo que no entiendo es cómo puede hacer poesía de la basura”.
En 1958 publica La cueca larga, que le hizo decir a Jorge Teillier las siguientes palabras: “Nicanor Parra se emparienta a un grupo de poetas cultos de nuestra época que tratan de recuperar el antiguo contacto entre el pueblo y el poeta, cuando éste era el intérprete de su espíritu”.

“Calcetines huachos”

Mi posición es esta:
el poeta no cumple su palabra
si no cambia el nombre de las cosas.

(De Versos de Salón, 1962).


Ahora vuelven persistentes las palabras del ensayista peruano Julio Ortega, a propósito de Parra: “El poeta es un hombre como todos. Su lenguaje debe ser una forma lúcida de la vida cotidiana, donde la sabiduría mundana y la pasión desmitificadora se opongan a ‘la poesía de gafas oscuras y sombrero alón’ del escritor ‘ratón de biblioteca’. Parra es autor de lo que él ha llamado ‘antipoesía’, un proyecto sistemático de recuperación del habla empírica, una búsqueda a través del humor peculiar, la sobriedad irónica, las palabras antisolemnes. Su anticonformismo y la profundidad significativa de sus poemas le han dado un carácter subversivo, heredado de la tradición iniciada por Pablo Neruda y César Vallejo”. Quizás esto se confirma en el poema El obrero textil (balada inglesa), de 1989:

“Cuando era soltero vivía solo
y trabajaba en la industria textil
y mi único error imperdonable
fue cortejar una muchacha rubia

la cortejé en invierno
como también en verano
y mi único error imperdonable,
fue protegerla del neblinoso rocío

una noche
en que estaba profundamente dormido
me despertó su llanto desesperado
parecía una loca
arrodillada ante el lecho nupcial

qué hacer para consolarla
qué hacer para arrebatársela al neblinoso rocío
corroborarla con afecto profundo
y la estreché en mis brazos como nunca

De nuevo soy soltero
vivo con mi hijo
los 2 trabajamos para la industria textil
y cada vez que lo miro a los ojos
me recuerda aquella joven inexplicable

recuerdo los inviernos
y también los veranos
en que yo lo abrazaba y la besaba
para arrebatársela al neblinoso rocío

Nicanor Parra, además de poeta, antipoeta, físico matemático y profesor de varias cátedras, ha sido traductor de la Poesía rusa contemporánea (1971). Este es un trabajo que preparó en Moscú durante 1964, laborando con las primeras versiones literales al castellano de José Vento. Sus traducciones abarcan desde Alexander Blok (1880-1921) hasta Bela Ajmadulina (1933). También tradujo un libro de ciencia, Fundamentos de la Física, de Robert Bruce Lindsay y Henry Nargeman (1969). El libro posee una visión filosófica sustentada en el lenguaje. En 1992 traduce a William Shakespeare, su Rey Lear, texto estrenado por la Escuela de Teatro de la Universidad Católica de Chile. Para Nicanor Parra fue inolvidable: “Ahora no me imagino a mí mismo sin El Rey Lear. Es mi última oportunidad de subirme al último carro del tren”.
No debemos olvidar que en 1969 recibió el premio Nacional de Literatura y que desde entonces, al igual que Leopoldo María Panero, espera ganarse el Nobel. El primero en pedir el galardón para Parra fue Enrique Lihn, en la presentación que hizo de los Artefactos (1972). Aunque puso una condición: “Nobel para Parra, pero después de Borges…, es decir, ¿nunca?”.
Por años Nicanor vivió en Santiago. Sus preocupaciones eran científicas (“en las noches no podía dormir bien, las ecuaciones bailaban en mi cabeza”). En su biblioteca descansaban alrededor de 30 cuadernos universitarios repletos de poemas inéditos, donde en reiteradas ocasiones aparecía una figura desconcertante: “el hablante lírico”; “el Inocencio Conchalí”; “el enano maldito”; “el admirador incondicional”... Parte de este trabajo lo estaría reuniendo en un proyecto que llamó Calcetines huachos, por su dispersión y debido a que son poemas de distintas épocas.
En su casa por todas partes encontramos vestigios de su creatividad: dibujos hechos en madera; poemas escritos a lápiz; una caja de vinos con la leyenda: “las botellas vacías del autor”; un balcón desde donde se divisa la abundante vegetación del predio y parte de Santiago…
Entra así en escena Nicanor Parra, causando admiración con su obra, pero también opiniones adversas que acusan al lenguaje antipoético de agotarse en su retórica, o que va por un callejón sin salida, donde el individuo no encuentra su revelación. El poeta ha declarado en variadas ocasiones que “el sujeto murió hace mucho tiempo”, entonces el que hablaría sería el propio lenguaje.

Parra a sus 91 años

Ahora último decidió establecerse en el balneario de Las Cruces, en el litoral central. Atrás quedó su vida urbana y las interminables charlas en su casa de Santiago. Entonces se le solía encontrar con un cuaderno de croquis y un lápiz en la mano; ingenioso y perspicaz. Sin embargo, aun mantiene allí su biblioteca, arpilleras de su hermana Violeta, muebles de estilo, artefactos, un piano de cola y algunas puertas donde todavía se pueden ver ecuaciones escritas con tiza blanca.
Pero en el presente su vida oscila entre San Antonio y Mirasol. Va a tiendas de anticuarios o visita su casa de Isla Negra, donde recuerda a Ana María Molinare, la musa inspiradora de “El hombre imaginario”, poema que dice:

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

Nada de esto implica que se haya desvinculado del mundo. Su respuesta a los problemas actuales es dura: “Todo está encaminado al sexo: pederastia, escándalos diversos... Lo que no entiendo es quiénes están detrás de todo esto”. Y continúa: “La farándula se sustenta en la siguiente frase: ‘a bailar, a bailar, que el mundo se va a acabar’. Esto opera en el inconsciente colectivo. Después del colapso ecológico y la amenaza nuclear, quieren farrearse lo que les resta por devastar. No les importan las generaciones venideras. Más tarde vendrá la PORNOCULTURA y el BASURARTE”.
Esta última reflexión, en sus artefactos ha tomado la forma de objetos que los demás botan a la basura, pero que él les vuelve a dar vida. “Pasan a ser deseables”, explica. Por ejemplo, un día caminando por la playa encontró la base de un quitasol abandonado por los veraneantes. La llevó a su casa y le puso un paraguas desvencijado y más abajo una plataforma metálica, con las siguientes palabras: “El Parraguas de Calder”. Lo instaló en el balcón y empezó a flamear con el viento. De esa manera el escultor estadounidense e inventor de los móviles en los años 60, Alexander Calder, volvió al presente.

Su casa en la costa

El paisaje que lo rodea a diario es apacible y marítimo. Hay casonas de los años ’40 o ’50 que aun guardan su señorío en el sector. El océano Pacífico se observa desde todos los ángulos. Al franquear la verja de su residencia e ingresar al jardín, se aprecia una enorme palmera, las azucenas de marzo y un juego de terraza. En el interior de la casa tiene una permanente exposición rotativa de artefactos, fotografías, libros y máquinas de escribir Woonderwood. Sobre una mesa de centro, en el living, reposan obras de William Shakespeare, Diego Portales y Joaquín Edwards Bello, entre muchos otros. Además de cartas, cuadernos, diarios y revistas de circulación nacional. De una de las paredes pende una fotografía suya del año ’32, en el INBA. Entre los retratados se cuenta a Jorge Millas y Carlos Pedraza. “Casi todos están muertos”, agrega Nicanor.
Más allá, sobre el sofá, descansa un papel que contiene el dibujo de un corazón con patas; allí se lee: “Muchos los problemas / una la solución: / Economía Mapuche de Subsistencia”. “Desde muy niño estuve cerca de los mapuches. Vivían sin mercado, tenían su huerto, iban al pueblo de tarde en tarde a comprar los vicios”, apostilla. Esto tiene relación con el smog asfixiante que se respira en Santiago. No privilegia ningún mensaje específico, más bien apunta al escepticismo cuando dice: “Hagas lo que hagas / te arrepentirás”.
Hoy por hoy Nicanor afina los postreros detalles de sus Obras Completas, que aparecerán en Galaxia Gutenberg, Madrid, España. El prólogo y la selección están a cargo del crítico español Ignacio Echevarría. A éste lo atrajo el proyecto, porque ve a Nicanor como “un autor que choca con las primicias de la solemnidad. El interés radica en hacer operativa y resonante la operación de la antipoesía en España.”. A su vez, la editorial New Directions (Nueva York, Estados Unidos) acaba de publicar una antología de su obra, traducida y seleccionada por Liz Wermer. A esto se suma la aparición, el año pasado, de su adaptación de la obra de Shakespeare, que ha dado en llamar Lear, rey & mendigo (Ediciones de la U. Diego Portales). Sobre esa labor explica: “Tuve que abordar temas como el Renacimiento, la Reforma, las consecuencias del descubrimiento del Nuevo Mundo e incluso retroceder hasta Séneca y pasar por La Divina Comedia. Hice peregrinaciones espaciales y temporales para formarme una idea más completa del mundo en que Shakespeare escribió su Rey Lear”.

Volver a los olvidados

Quién lo diría, pero el antipoeta ha vuelto a escarbar en las antologías de la poesía chilena del siglo XX. Su poeta preferida es María Monvel (1899-1936), seudónimo de Tilda Brito Letelier. La descubrió al leer su poema “Mi hija juega en el jardín”. Al enmendar algunos versos de dicha composición, transformó su influencia en un texto dedicado a su nieta de 6 años, quien un día decidió adoptar el apelativo de Lina Paya. El poeta recita:

Mi nieta juega en el jardín

Mi nieta juega en el jardín
y sin embargo yo estoy triste
triste de tanta dicha, triste
porque la dicha tiene fin.

Viene corriendo y se va luego
y me da un beso y una flor;
su voz musita a su vez un ruego,
a su vez un mimo encantador.

Es la más linda de las flores.
Como ella no hay otra flor.
¿Qué han sido todos mis amores
comparados con este amor?

No creo en destinos amargos,
aunque las cosas tengan fin;
pero quisiera largos, largos
estos momentos del jardín.

“Uno tiene derecho a estar triste de nuevo –dice Parra, al cabo de un silencio–, aunque la tristeza esté erradicada de la poesía”.
Otros poetas que recuerda son: Juan Guzmán Cruchaga (1895-1979), Francisco Contreras (1877-1933) y Julio Vicuña Cifuentes (1861-1936). De este último recupera el soneto “¡Aun es tiempo que venga!”, cuyo final lo conmueve:

La que evoqué en mis horas de soledad y hastío,
¡aún es tiempo que venga, aún es tiempo que venga!

Sin duda estos textos responden a estados anímicos de Nicanor Parra. Pero Shakespeare continúa siendo su lectura predilecta. En una oportunidad hablamos sobre las teorías del big bang y el big crunch, preguntándole: “¿Usted cree que no dejaremos huella?”. A lo que respondió: “Es algo que no me deja tranquilo. Cuando pongo la cabeza cerca de la ventana y miro hacia el mar, vuelvo a escuchar los diálogos de Hamlet. Están ahí, no ha pasado el tiempo. Hamlet es la culminación de todo”.
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