La batalla de Ragnarok
La
batalla de Ragnarok es un evento mítico. Un espacio destinado al triunfo del
desconcierto: El mundo y los dioses condenados a la destrucción. Nadie puede
vislumbrar los terribles inviernos que uno tras otro desolarán la tierra. Ni la
espantosa guerra universal que con su viento de infiernos resolverá las
ataduras de Loke, dios del engaño, de la mentira y del caos, y de Fenris, su
turbio hijo lobo.
Este apocalíptico cuadro de la mitología escandinava traigo a la sazón de tanta
estupidez organizada en el planeta.
Por
una parte, están los oscuros manejos de los extremistas refugiados ahora
astutamente en la religión musulmana y que se hacen llamar Daesh dispuestos a
construir los más terribles actos de violencia, financiados por manos oscuras.
Situaciones que bien podían ser parte de la famosa serie Juego de Tronos, que
no por nada tiene tanto éxito, pues contiene todos los elementos que dibujan a
la época: sangre, violencia, sexo, degeneración, fanatismo religioso, riqueza y
luchas de poder.
Por
otra parte, la interminable retahíla de enfermedades que nos dicen llegan desde
el África, donde la gente se muere en grandes pandemias sin que conmuevan a
nadie, y cuando digo nadie, me refiero a los medios de comunicación, grandes
rameras del siglo XXI.
Los
europeos y los estadounidenses se enredan en luchas políticas y avariciosas
decisiones nacionalistas, como una máquina vieja que ya no sabe cómo funcionar
mientras suena escandalosamente en todos sus engranajes.
Los
rusos intentan recuperar su antiguo sitial de poderío, utilizando su rústica
fuerza.
Mientras
los chinos han edificado una estructura de acumulación de capitales, sin
importar si son del Estado, de los líderes políticos, o de las personas
privadas, a costa de un trabajo esclavista, que parece no tener fin.
En
este panorama, los latinoamericanos seguimos a los unos o a los otros sin dar
pie en bola, sin deshacernos de los patriarcas, y hablando de imperialismo, en
medio del imperio de la prostitución política, el deseo ya no burgués sino
corporativista, que disfrazado de movimientos sociales busca el enriquecimiento
sin ninguna regla de sus miembros, la demagogia nuestra de cada día, y las
reacciones de las clases opresoras desplazadas. Nada parece en su sitio, o
mejor todo parece estar en el sitio listo para el horno de la debacle.
En
el final del fragor se verá a Surt –eso dicen- guardián de los fuegos de
Muspell desde el inicio del tiempo, y liberando las sagradas llamas destruirá
el mundo. El fuego purifica. El fuego vence. Destruido el mundo –asaz
degenerado, asaz perverso- surgirá lo nuevo. Sobrevivirán los hijos. De Odín,
Vidar y Vali, de Thor, Modi y Magni, mientras que los olvidados dioses Balder,
dios de la luz y de la verdad y el ciego Hod volverán a la vida. Ellos se
sentarán en la nueva tierra y hablarán del mundo pasado; en la hierba
encontrarán las piezas del ajedrez de oro de los dioses.
Pienso
en la batalla de Ragnarok, en Lif y Liftharsir, libres de las ramas del Árbol
del Mundo, repoblando la tierra de rosadas criaturas.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home