viernes, octubre 07, 2016

La batalla de Ragnarok

La batalla de Ragnarok es un evento mítico. Un espacio destinado al triunfo del desconcierto: El mundo y los dioses condenados a la destrucción. Nadie puede vislumbrar los terribles inviernos que uno tras otro desolarán la tierra. Ni la espantosa guerra universal que con su viento de infiernos resolverá las ataduras de Loke, dios del engaño, de la mentira y del caos, y de Fenris, su turbio hijo lobo.
Este apocalíptico cuadro de la mitología escandinava traigo a la sazón de tanta estupidez organizada en el planeta.
Por una parte, están los oscuros manejos de los extremistas refugiados ahora astutamente en la religión musulmana y que se hacen llamar Daesh dispuestos a construir los más terribles actos de violencia, financiados por manos oscuras. Situaciones que bien podían ser parte de la famosa serie Juego de Tronos, que no por nada tiene tanto éxito, pues contiene todos los elementos que dibujan a la época: sangre, violencia, sexo, degeneración, fanatismo religioso, riqueza y luchas de poder.
Por otra parte, la interminable retahíla de enfermedades que nos dicen llegan desde el África, donde la gente se muere en grandes pandemias sin que conmuevan a nadie, y cuando digo nadie, me refiero a los medios de comunicación, grandes rameras del siglo XXI.
Los europeos y los estadounidenses se enredan en luchas políticas y avariciosas decisiones nacionalistas, como una máquina vieja que ya no sabe cómo funcionar mientras suena escandalosamente en todos sus engranajes.
Los rusos intentan recuperar su antiguo sitial de poderío, utilizando su rústica fuerza.
Mientras los chinos han edificado una estructura de acumulación de capitales, sin importar si son del Estado, de los líderes políticos, o de las personas privadas, a costa de un trabajo esclavista, que parece no tener fin.
En este panorama, los latinoamericanos seguimos a los unos o a los otros sin dar pie en bola, sin deshacernos de los patriarcas, y hablando de imperialismo, en medio del imperio de la prostitución política, el deseo ya no burgués sino corporativista, que disfrazado de movimientos sociales busca el enriquecimiento sin ninguna regla de sus miembros, la demagogia nuestra de cada día, y las reacciones de las clases opresoras desplazadas. Nada parece en su sitio, o mejor todo parece estar en el sitio listo para el horno de la debacle.
Una guerra total, la reacción del planeta ante el descalabro ecológico, hordas de hambre arrasando las ciudades, o epidemias creadas por la mano, mal llamada humana, pueden propiciar el fin. Así que Ragnarok no parece imposible.
En el final del fragor se verá a Surt –eso dicen- guardián de los fuegos de Muspell desde el inicio del tiempo, y liberando las sagradas llamas destruirá el mundo. El fuego purifica. El fuego vence. Destruido el mundo –asaz degenerado, asaz perverso- surgirá lo nuevo. Sobrevivirán los hijos. De Odín, Vidar y Vali, de Thor, Modi y Magni, mientras que los olvidados dioses Balder, dios de la luz y de la verdad y el ciego Hod volverán a la vida. Ellos se sentarán en la nueva tierra y hablarán del mundo pasado; en la hierba encontrarán las piezas del ajedrez de oro de los dioses.
Pienso en la batalla de Ragnarok, en Lif y Liftharsir, libres de las ramas del Árbol del Mundo, repoblando la tierra de rosadas criaturas.
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