El Ansia para viudas
Presentar una revista como se presenta a una dama, siempre es
una tarea grata. Ella viene ataviada y uno se limita a mostrarla.
El Ansia, revista de literatura presentada en toda Bolivia la
semana pasada, pretende a contra ruta, aparecer en cuerpo y alma, en medio de
las espirituosas maneras en que ahora se han acostumbrado irrumpir las revistas
virtuales. Es decir, es una revista libro, con 250 páginas de papel de buen
gramaje y color mate que la realza.
Pero no son sus formas, que las tiene buenas, las que
verdaderamente hacen de ella un instrumento cultural importante para cualquier
boliviano o extranjero que quiera saber de la literatura boliviana, sino que el
contenido viene jocundo de profundidad, si vale el término.
Se trata de la revisión de tres autores bolivianos
contemporáneos por número anual, de tal manera que el lector puede aproximarse
a su obra a través de ensayos, a sus profundas motivaciones a través de
entrevistas, vislumbrar su obra mediante la selección de algunos de sus textos,
y descubrir sus lazos literarios e influencias por medio del muestrario, que el
mismo autor ha hecho de textos preferidos de otros bolivianos, vivos o muertos.
Y esto sin mencionar la colección de fotografías, en blanco y negro,
relacionadas con el autor, que nutren sus páginas. Todo con el fin de provocar
el interés por la obra, suscitar el debate, y permitir la mirada reflexiva a lo
que está sucediendo en la literatura boliviana en estos tiempos.
Quiero recordar en ese contexto la obra “Medianceli Escoge”,
un libro que reúne textos de prosistas bolivianos del siglo XIX, gracias a la
excavación de revistas pasadas que los incluían. Así que voy a copiar un
fragmento de la introducción que Carlos Medinaceli hace para el mencionado
libro:
“En mis tiempos, la arroba de estos folletos y papeles se
vendía a razón de Bs. 4.- la arroba. Ahora debe ya haber subido. Cuanto a los
libros, se los vende según la pasta y el volumen, al tanteo. Las viudas de los
intelectuales no es que no sepan leer, generalmente, sino lo que pasa es que
por adquirir aquellos libracos, -obra del diablo según dicen los Jesuitas- el
esposo hasta llegó a ser un mal marido: muchas veces sacrificó el pan nuestro
de cada día por adquirirlos o, de tanto abismarse en la lectura de ellos,
concluyó por volverse un idiota y olvidarse hasta de sus más sagrados deberes
conyugales: en vez de dormir en el dormitorio, como era su deber, se quedaba
dormido en la Biblioteca; la esposa llegó, pues, con el tiempo, a cobrarles una
enemistad personal a los libros. Ahora, por fin, ha llegado la hora de la
venganza: si pudiera arrojarlos al fuego. Pero no: es preferible venderlos:
algo siquiera se puede sacar de ellos. Entonces, los vende: los libros, según
la pasta; los folletos y demás papeles por arrobas.”
Podemos imaginar entonces un futuro papelista, como
Medinaceli, comprando revistas, acaso vendidas por kilo, y utilizando los
números de la revista El Ansia, con el fin de enterarse y visualizar la
literatura de nuestros tiempos.
El Ansia llegó pues con todo esto. Ahora que la virtualidad
nos ha rebasado, busca simplificar la vida del lector llevándolo diligente
hasta la ventana desde donde se puede ver el paisaje en el que se encuentran
los autores bolivianos.
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