domingo, mayo 15, 2016

El Ansia para viudas

Presentar una revista como se presenta a una dama, siempre es una tarea grata. Ella viene ataviada y uno se limita a mostrarla.
El Ansia, revista de literatura presentada en toda Bolivia la semana pasada, pretende a contra ruta, aparecer en cuerpo y alma, en medio de las espirituosas maneras en que ahora se han acostumbrado irrumpir las revistas virtuales. Es decir, es una revista libro, con 250 páginas de papel de buen gramaje y color mate que la realza.
Pero no son sus formas, que las tiene buenas, las que verdaderamente hacen de ella un instrumento cultural importante para cualquier boliviano o extranjero que quiera saber de la literatura boliviana, sino que el contenido viene jocundo de profundidad, si vale el término.

Se trata de la revisión de tres autores bolivianos contemporáneos por número anual, de tal manera que el lector puede aproximarse a su obra a través de ensayos, a sus profundas motivaciones a través de entrevistas, vislumbrar su obra mediante la selección de algunos de sus textos, y descubrir sus lazos literarios e influencias por medio del muestrario, que el mismo autor ha hecho de textos preferidos de otros bolivianos, vivos o muertos. Y esto sin mencionar la colección de fotografías, en blanco y negro, relacionadas con el autor, que nutren sus páginas. Todo con el fin de provocar el interés por la obra, suscitar el debate, y permitir la mirada reflexiva a lo que está sucediendo en la literatura boliviana en estos tiempos.
Quiero recordar en ese contexto la obra “Medianceli Escoge”, un libro que reúne textos de prosistas bolivianos del siglo XIX, gracias a la excavación de revistas pasadas que los incluían. Así que voy a copiar un fragmento de la introducción que Carlos Medinaceli hace para el mencionado libro:

“En mis tiempos, la arroba de estos folletos y papeles se vendía a razón de Bs. 4.- la arroba. Ahora debe ya haber subido. Cuanto a los libros, se los vende según la pasta y el volumen, al tanteo. Las viudas de los intelectuales no es que no sepan leer, generalmente, sino lo que pasa es que por adquirir aquellos libracos, -obra del diablo según dicen los Jesuitas- el esposo hasta llegó a ser un mal marido: muchas veces sacrificó el pan nuestro de cada día por adquirirlos o, de tanto abismarse en la lectura de ellos, concluyó por volverse un idiota y olvidarse hasta de sus más sagrados deberes conyugales: en vez de dormir en el dormitorio, como era su deber, se quedaba dormido en la Biblioteca; la esposa llegó, pues, con el tiempo, a cobrarles una enemistad personal a los libros. Ahora, por fin, ha llegado la hora de la venganza: si pudiera arrojarlos al fuego. Pero no: es preferible venderlos: algo siquiera se puede sacar de ellos. Entonces, los vende: los libros, según la pasta; los folletos y demás papeles por arrobas.”
Podemos imaginar entonces un futuro papelista, como Medinaceli, comprando revistas, acaso vendidas por kilo, y utilizando los números de la revista El Ansia, con el fin de enterarse y visualizar la literatura de nuestros tiempos.

El Ansia llegó pues con todo esto. Ahora que la virtualidad nos ha rebasado, busca simplificar la vida del lector llevándolo diligente hasta la ventana desde donde se puede ver el paisaje en el que se encuentran los autores bolivianos.

 
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