Galatea
Galatea
Me tira una
manzana; y en los sauces
Corre luego
a esconderse, deseando
Que antes
de entrar en ellos yo la vea.
Virgilio
Égloga III
¿Qué es poesía? Uno se pregunta hoy y siempre, como si las preguntas abriesen puertas. Como si las puertas esperaran la llave correcta. ¿Qué puertas se abren?
Uno se queda estupefacto y así
continuará con las preguntas ¿Es el poema la conciencia de las cosas?, en medio
de un desierto sin respuestas; pero un día, un día llegó y le preguntaron a
Borges: ¿para qué sirve la poesía? Entonces él, sereno y brillante, como un
niño a quien la pregunta enciende preguntas en su propia luz, respondió pausado:
“¿y para qué sirven los amaneceres?”
Ante tal deslumbramiento de preguntas, puede que entonces Jaime
Sabines hubiese afirmado: “La poesía sirve para sacar la flor de las cenizas.”
No hay pregunta ni afirmación que la
defina, la poesía, mujer al fin, aunque hija del dios de las aguas, ya lo
dijeron los griegos, será indefinible, y para dicha de los sedientos infinita.
Varios han sido los poetas que han
intentado escribir algunas líneas tratando de buscarla. Aunque ya sabemos con Virgilio,
que Galatea, que bien puede ser la poesía, le lanza una manzana y corre a
esconderse desando que antes de entrar en el bosque, el que la busca, es decir el poeta, la vea. Y para
vislumbres, acaso ninguno más epifánico que el de Octavio Paz cuando nos
recuerda que Rimbaud ha dicho que la poesía quiere cambiar la vida. No piensa
embellecerla, agrega, como piensan los estetas y los literatos, ni hacerla más
justa o buena, como sueñan los moralistas. Mediante la palabra, refuerza
Octavio Paz, mediante la expresión de su experiencia, la poesía procura hacer
sagrado al mundo; con la palabra consagra la experiencia de los hombres y las
relaciones entre el hombre y el mundo, entre el hombre y la mujer, entre el
hombre y su propia conciencia. No pretende hermosear, santificar o
idealizar lo que toca, sino volverlo
sagrado. Por eso no es moral o inmoral; justa o injusta; falsa o verdadera,
hermosa o fea.
El poeta, continúa Paz, tiende a
participar en lo absoluto, como el místico, y tiende a expresarlo, como la
liturgia y la fiesta religiosa.
Esta pretensión, diremos, lo
convierte en un ser peligroso, pues su actividad no beneficia a la sociedad en
su comodidad desesperadamente buscada, sino que quiere despertar al hombre de
su modorra, sacudirlo y enfrentarlo consigo mismo. Se diría un singular espejo
que nos muestra en lugar de la máscara, la verdadera, y a veces horrorosa, cara,
la nuestra y la de la realidad que se levanta amenazadora.
¿Qué asuntos por lo tanto serán
poesía? Inopinadamente, podemos concluir en consecuencia que todo es poesía si
es el espíritu quien cruza la creación. Pero debemos precisar que ese caminar
exige un acto de conciencia, que nos permita advertir el poderoso
deslumbramiento, el resplandor de cada elemento, de cada acto, de cada energía
y de cada cuerpo por más minúsculo que sea en el inescrutable universo.
La poesía será entonces un destello
de asombro, de fuego y acaso de espanto; pero el gran problema de la poesía no
es su esencia, que es verbo. Ya lo dijo el evangelista, en el principio era el
Verbo, por decir de esa acción-voz que es de donde todo nace. El problema de la
poesía no es su esencia; sino trasladar esa esencia a las palabras.
Y ahí aparece el poeta. Pero ese es
otro cantar, o mejor, el cantar tal como lo escuchamos, tal como lo recibimos
en los poemas.
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