Avatares del Cerdo II
Todo principio de
año parece limpio como un cerdo recién faenado, y ante sus carnes rojas nuestro
cuerpo se estremece con la idea de que el mundo es nuestro; mundo, que no es
otra cosa que el tiempo.
Hay bendiciones, sin duda; aunque en el traspatio persisten las cotidianidades con deseos de estropearlo todo: inestabilidad laboral, incomprensión emocional, inseguridad del alma. ¿Qué pecado he cometido?, se pregunta aturdido el comensal. Mientras las piezas del cerdo se distribuyen cuidadosamente para ser embadurnadas en las salsas, unas dulces, otras ácidas, sabiamente amargas, las más estilizadas.
No hay que preocuparse, dice el disk jockey, ya vendrán tiempos peores. Y sentiremos pasar el carnaval. Las elecciones sinoescas, que no eligen nada. Pues, sin importar el resultado, todo quedará igual porque no existe proyecto alternativo a la dura economía extractivista que actualmente se aplica, destruyendo la tierra. Qué lejos quedaron atrás las pancartas de industrialización del 2003; mientras la mayoría se regodea con las migajas de los enormes dineros que vienen por vender poco a poco la casa.
Hay bendiciones, sin duda; aunque en el traspatio persisten las cotidianidades con deseos de estropearlo todo: inestabilidad laboral, incomprensión emocional, inseguridad del alma. ¿Qué pecado he cometido?, se pregunta aturdido el comensal. Mientras las piezas del cerdo se distribuyen cuidadosamente para ser embadurnadas en las salsas, unas dulces, otras ácidas, sabiamente amargas, las más estilizadas.
No hay que preocuparse, dice el disk jockey, ya vendrán tiempos peores. Y sentiremos pasar el carnaval. Las elecciones sinoescas, que no eligen nada. Pues, sin importar el resultado, todo quedará igual porque no existe proyecto alternativo a la dura economía extractivista que actualmente se aplica, destruyendo la tierra. Qué lejos quedaron atrás las pancartas de industrialización del 2003; mientras la mayoría se regodea con las migajas de los enormes dineros que vienen por vender poco a poco la casa.
Las fiestas santas
tratarán de hacernos olvidar nuestra situación precaria, pero ya sabemos que
aquí nada sagrado se acuna, pues la fiesta se establece con alcohol non sancto,
emborrachando los días para olvidar, o para olvidar que olvido, como decía mi
compadre el Patas Tristes.
Entonces
imaginaremos que mayo, como si fuese Europa, es primavera, celebrando la
alegría del cuerpo, dicen. Hasta aquí todavía el cerdo, adobado, podemos
entender, se mantiene comestible, y danzamos la danza de la tierra como
milagrosa juventud venida de no se sabe dónde.
Todo se irá con los
vientos de agosto.
Pero este es el año
del mono, nos dirá el horóscopo chino, un poco atrasado. Encima un mono de
fuego. Y yo me pregunto si será por los infinitos puntos de calor que los
atolondrados agricultores, o empobrecidos ciudadanos, generan con hogueras que
producen incendios y revientan los bosques, y queman haciendas, y hasta
fábricas, y a donde lleve el viento. Total, sin autoridad, sin vigilancia, la
fiesta del fuego hace turumba. Quemando algunos cerdos de monte; Jochis, les
decimos por Santa Cruz.
En septiembre, querremos zamparnos las presas, pero siempre devoramos con prisa, como si fuera a faltar. Y el mono que repite sin cesar sus bandos y sus ferias. Vaya uno a saber cuál es el color del calzón de la futura reina de la caña, que aquí viene a pasear sus linduras y provocar mentales fornicaciones en todos los cuarentones y otros maduros, casados o no, que meten sus narices de pasada por la Expo. Aquí todo se rifa para beneficiar con champán francés a unos cuántos que lucran sin parar ante la mirada estupefacta de un público que como una metafísica popular más de nuestro lenguaje boliviano, paga por que le permitan comprar.
Los meses de octubre y noviembre nos revelan que el cerdo se ha echado a perder, a causa de la humedad y la insidia, y no lo salva ni holloween con sus calabazas y varitas mágicas –un día yo me metí con unos brujos, prefiero no contar las consecuencias.
En septiembre, querremos zamparnos las presas, pero siempre devoramos con prisa, como si fuera a faltar. Y el mono que repite sin cesar sus bandos y sus ferias. Vaya uno a saber cuál es el color del calzón de la futura reina de la caña, que aquí viene a pasear sus linduras y provocar mentales fornicaciones en todos los cuarentones y otros maduros, casados o no, que meten sus narices de pasada por la Expo. Aquí todo se rifa para beneficiar con champán francés a unos cuántos que lucran sin parar ante la mirada estupefacta de un público que como una metafísica popular más de nuestro lenguaje boliviano, paga por que le permitan comprar.
Los meses de octubre y noviembre nos revelan que el cerdo se ha echado a perder, a causa de la humedad y la insidia, y no lo salva ni holloween con sus calabazas y varitas mágicas –un día yo me metí con unos brujos, prefiero no contar las consecuencias.
Así que ya es
diciembre y el pobre animal está podrido. Lo echamos a la basura y preparamos
la fiesta para faenar uno nuevo. Eso sí, hermoso y complemente fresco.
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