martes, diciembre 21, 2010

Bajarse del tren

Alimentarse. Alimentarse. Esta acción tan imperiosa nos obliga a trajinar tareas irrelevantes para nuestra alma. Diseñar, por ejemplo, complejos sistemas de telecomunicaciones, estudiar las estrategias del desarrollo de los hidrocarburos y las proyecciones de las reservas, escribir términos de referencia para plantas petroquímicas, revisar contratos, elaborar borradores de decretos supremos, revisar la ortografía y gramática de interminables documentos técnicos de toda índole. Y va y va el carrusel de labores casi totalmente ajenas a la literatura. Pero el azar –Lezama dixit- es una selección que brota de una lectura indescifrable; las cadenas causales, adelantándose, son los torreones donde el azar sucumbe. Así que aquí no hay albur hay causa, se dirá categóricamente. Entonces pienso en el tren.

Viajo en medio de un tren atestado de gente, que se arremolina en cada estación para subirse. Sueñan con los camarotes de primera clase, pero la mayoría apenas logra los últimos vagones atestados, apiñados, mugrosos y malolientes. Disputando con los chulupis hasta el último rincón del oscuro vagón que bambolea. Yo me ilusiono con bajar. Y no es que no lo haya hecho, ya hubo el día en que me obligaron a hacerlo. Fruto de una de aquellas estaciones fue la novela El Huésped, y en otro alto, Tamil, y de la suma de varias El lugar imperfecto y sus paradas. Pero las fuerzas no alcanzan para quedarse fuera del tren, y de repente pasa otro y te subes y vuelves al interminable carreteo de las ruedas sobre la pista del ferrocarril y su pito demencial y mandatorio.

Algunas ocasiones hago uso de la zona de silencio e intento pergeñar algún poema o esbozos de prosa que terminan generalmente garrapateados en este blog. Pero las fuentes del ruido de los trenes de pasajeros son los motores diesel, los ventiladores, la interacción entre las ruedas y las vías, y los cláxones. De hecho, la mayoría del ruido surge cuando el tren hace sonar sus bocinas cerca de los pasos a nivel. El ruido de las bocinas es similar en los trenes a diesel y en los eléctricos. El ruido como el color amarillo. El amarillo con brillo, el oro, derivación de la energía solar, coincide con el amarillo subido, en seda también con brillo, dirá Lezama Lima, que acaba de cumplir cien años. Así, hay el amarillo grato asociado a la idea de pureza, que en vez de ruido sería lo ininteligible, lo arcano, lo que no se puede descifrar pero está escrito en el viaje; y el otro amarillo, el amarillo no grato, el ruido ruido, el azufre, infernal tósigo de Asmodeo. Y todo esto en medio de las charlas y a veces el griterío de la gente que se desespera por cambiar de clase, mientras trata de evitar a toda costa que lo saquen del tren.

Gracias a Dios, hoy he bajado en una estación. No es importante el nombre de ella. Lo crucial, lo fundamental es que ha desaparecido el ruido, el del amarillo no grato, es claro. Aquí quedaré no sé por cuanto tiempo. Mientras pueda vivir el ayuno. Busco en la bolsa. Veo que el tentempié me da para una temporada. Y así hasta el próximo tren.
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