Dibujo de Santa Cruz de la Sierra
Este planeta obsesionado con el mercado necesita reducir hasta las esencias inexplicables en un objeto comerciable, vendible, útil para las transacciones. Así han creado el término intangible donde se colocan asuntos que van más allá de las ideas tecnológicas, o de las propiedades intelectuales. Se habla ahora de la Marca Ciudad. Una especie de resumen simbólico capaz de vender al insaciable turista o al ávido empresario el pasaje por esa ciudad.
En estos días he recibido una invitación para reflexionar sobre esto con relación a Santa Cruz de la Sierra. Rara misión en tratándose de definir el producto que se procura, pero hermosa en la medida que discurre hacia una enumeración más bien de fervor –Borges dixit- del espacio que nos acoge y nos enamora.
Las ciudades (cibdad, se decía en los primeros vocablos castellanos) eran lugares de refugio, sitios en los cuales los ciudadanos encontraban ante todo la protección de la muralla y a los cuales acudían desde los más remotos rincones del país para encontrar pan y techo más o menos seguros. Nosotros los modernos nos estacionamos en ellas como una manera de ser, de disfrutar y de sufrir los trabajos y los días. Entonces descubrimos que sus aristas dicen más que de un cobijo y nos hablan y nos abducen naturalmente hacia sus calles. Y estos hablares hacen algo como signos que pueden enunciarse.
Aquí viene entonces mi enumeración casi caótica:
Santa Cruz de la Sierra donde habitan los espíritus de la selva y cuya ciudadanía aparentemente invisible ha modelado la manera de ser no solamente de la gente que nace sino la que ha llegado y vive en esta ciudad.
Su nombre le ha brindado el signo de la cruz que marca tanto el amor Divino como el amor humano (el madero vertical dice de lo masculino, el horizontal de lo femenino).
El Cristo (para el que no la conoce es el centro mismo de la vida activa de la Santa Cruz moderna, donde se erige una escultura, El Cristo Redentor de Emiliano Luján, un hombre de Arani, cómo no, tanto homenaje han dado los bolivianos sin distinción de origen a ésta ciudad) que representa la unión de los hombres sin distinción y que ha propiciado la magnífica inmigración y va en pos de un cosmopolitismo que es ya una visión de la ciudad.
La fuerza de crecimiento de la ciudad ha marcado la metrópoli, que abarca ya más allá de los límites políticos del municipio: Porongo, El Torno, Cotoca, Warnes. Y en el Urubó discretamente -porque se ocultan en medio de las colinas y los árboles- se han instalado los barrios de los adinerados, verdaderas villas de mansiones con cercas vegetales, jardines y paseos, que vertiginosamente nos hace ingresar a un otro mundo, alejado de la terrible cotidianidad de la miseria y la feria latinoamericana.
Su excelente localización en el centro del continente Sudamericano.
El oxímoron que presenta su carácter barroco en lo sagrado (la selva es barroca, y es natural su trascendencia a la música que impulsaron los jesuitas, y por eso la sentimos propia), y el carácter sencillo, llano de su cotidianidad, son un emblema de su carácter.
Su destino de modernidad en el sentido de aceptar lo nuevo, íntimamente ligado a su universalidad, y a su concepción de hombre libre.
Y en la geografía, repito, la selva, pero no abandonada, sino bajo la tuición de la sierra que se delinea en el horizonte, una sierra principalmente formada por el parque Amboró, donde la biodiversidad incrementa ese temple de lo vario.
Estas y muchas otras líneas son el dibujo de Santa Cruz de la Sierra.
Las ciudades (cibdad, se decía en los primeros vocablos castellanos) eran lugares de refugio, sitios en los cuales los ciudadanos encontraban ante todo la protección de la muralla y a los cuales acudían desde los más remotos rincones del país para encontrar pan y techo más o menos seguros. Nosotros los modernos nos estacionamos en ellas como una manera de ser, de disfrutar y de sufrir los trabajos y los días. Entonces descubrimos que sus aristas dicen más que de un cobijo y nos hablan y nos abducen naturalmente hacia sus calles. Y estos hablares hacen algo como signos que pueden enunciarse.
Aquí viene entonces mi enumeración casi caótica:
Santa Cruz de la Sierra donde habitan los espíritus de la selva y cuya ciudadanía aparentemente invisible ha modelado la manera de ser no solamente de la gente que nace sino la que ha llegado y vive en esta ciudad.
Su nombre le ha brindado el signo de la cruz que marca tanto el amor Divino como el amor humano (el madero vertical dice de lo masculino, el horizontal de lo femenino).
El Cristo (para el que no la conoce es el centro mismo de la vida activa de la Santa Cruz moderna, donde se erige una escultura, El Cristo Redentor de Emiliano Luján, un hombre de Arani, cómo no, tanto homenaje han dado los bolivianos sin distinción de origen a ésta ciudad) que representa la unión de los hombres sin distinción y que ha propiciado la magnífica inmigración y va en pos de un cosmopolitismo que es ya una visión de la ciudad.
La fuerza de crecimiento de la ciudad ha marcado la metrópoli, que abarca ya más allá de los límites políticos del municipio: Porongo, El Torno, Cotoca, Warnes. Y en el Urubó discretamente -porque se ocultan en medio de las colinas y los árboles- se han instalado los barrios de los adinerados, verdaderas villas de mansiones con cercas vegetales, jardines y paseos, que vertiginosamente nos hace ingresar a un otro mundo, alejado de la terrible cotidianidad de la miseria y la feria latinoamericana.
Su excelente localización en el centro del continente Sudamericano.
El oxímoron que presenta su carácter barroco en lo sagrado (la selva es barroca, y es natural su trascendencia a la música que impulsaron los jesuitas, y por eso la sentimos propia), y el carácter sencillo, llano de su cotidianidad, son un emblema de su carácter.
Su destino de modernidad en el sentido de aceptar lo nuevo, íntimamente ligado a su universalidad, y a su concepción de hombre libre.
Y en la geografía, repito, la selva, pero no abandonada, sino bajo la tuición de la sierra que se delinea en el horizonte, una sierra principalmente formada por el parque Amboró, donde la biodiversidad incrementa ese temple de lo vario.
Estas y muchas otras líneas son el dibujo de Santa Cruz de la Sierra.
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