miércoles, noviembre 17, 2010

El Tao nos dice del agua

El agua iluminada
Gabriel Chávez Casazola
Poesía
Sello La Mancha
Grupo editorial la Hoguera
2010



¿Qué es el agua iluminada? Me pregunto, cuando el Tao ya ha definido la cualidad del agua como de Suprema Bondad. Y afirma que el agua es buena y útil a los diez mil seres por igual. No tiene preferencias por ninguno en particular. Y es más, fluye en sitios que los hombres suelen rechazar, al igual que sucede con el Tao.

El agua nos dice pues del elemento sagrado. Este elemento sagrado se trata en este caso de la poesía. Nos habla entonces que la poesía es el agua iluminada. Iluminada, claro está, por el espíritu (que no el alma, esa torpe intensidad, Borges dixit), que es quien sabe porque tiene la conciencia de las cosas.

De ahí que ni todo poema es poesía y que ni toda poesía es poema.

El agua iluminada da título al poemario de Gabriel Chávez. Alguien dirá entonces que es un ambicioso ejercicio de palabras. Pero Agua Iluminada de Chávez guarda en este libro varios poemas que son poesía dando un salto cualitativo a cuanto antes hubiese pergeñado.

Este libro está armado en cuatro partes: Parábolas, Scorzos, Claroscuro y Refocilos. De esta entrega, me inclino a hablar de los poemas reunidos en la sección Parábolas, del poema Y que a las orillas de la sección Scorzos, que habla sobre una muchacha tan lejana en el tiempo que no tenemos noticia escrita, solo una tumba, y de aquel extraordinario poema de la sección Claroscuro, La Canción de la Sopa, que si nos referimos a la clásica definición de Parábola, donde con palabras sencillas y cotidianas se revela una verdad trascendente, es la única del libro. Pues los poemas que yacen en la sección Parábolas, son bocatos de sabiduría, pero no son parábolas, son poemas filosóficos, cuyo verdadero sentido se oculta al profano y se descubre como un resplandor cuando la imagen rompe en nuestra lectura.Todo esto porque cada quien habla de lo que le toca, y declaro que yo he sido tocado por esos textos.

Bartimeo Sueña es mi poema preferido. En él Bartimeo, el ciego del evangelio, quien había pedido a gritos ser curado, esto en el evangelio no en el poema, recupera la vista gracias a un acto en el cual

alguien me arroja un sueño
pasa un dios
limpia mis párpados con mi saliva

veo

la saliva es el elemento indispensable del habla, es el poder de la palabra que permite al ciego recuperar la vista. Entonces gracias a la facultad recuperada en un ritual sagrado, altar de por medio, vuelve a encontrar a Eva danzando con los pies descalzos, blancos y por eso puros en la mañana del río (y nos preguntarnos también de qué río, de qué aguas habla), pero de repente hay un fulgor (podríamos sospechar que el rito lo llevaría al punto de convertirse en el dios) pero se derrumba, gracias al veneno de la manzana. No es expulsado del paraíso, no es condenado a trabajos forzados y a la mortalidad, que ya la tiene, simplemente regresa a su condición primera, vuelve a ser ciego, ha perdido el cayado (otro símbolo bíblico fundamental) y el sentido (a mi diestra/ a mi siniestra). ¡Horror!, ahora lo acompaña la mujer, quien debía ser la salvadora, yace también ciega, acaso sin esperanza. Copio:

me tiendo en la hierba
despliego
un muy precioso mantel blanco que compré
allá en Esmirna
vuelvo a comer de la manzana
veo a Eva llegar
Eva que baila
con blancos pies en la mañana del río

El fulgor me enceguece y
despierto

es el veneno de la manzana

no puedo ver

busco el cayado

a mi diestra
ami siniestra

duerme una mujer

toco su rostro
tiene la cara del dios

pero está ciega.

Como este poema, se apuntan Albricias donde una niña nos deslumbra con su hágase la luz / ha dicho / sin apelación a ningún significante. Nacer es pues un acto mágico, y aquí ha sido descrito de manera inapelable.

Ne nos inducas, que alude naturalmente a Ne nos inducas in tentationem para referirnos a la mujer de Lot quien es tentada a mirar su pasado, a llorar el pasado para convertirse en estatua de sal.

Y aquel Lucas 13, 4. Pasaje bíblico en el que Lucas, el evangelista, transcribe para Teófilo las palabras del Maestro, que le llegan por boca de sus apóstoles: «¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no.». El poema parece decirnos que el o los accidentes fatales suceden como escenario en la búsqueda de saciar una sed inmemorial que trasciende cualquier lógica, y que nadie es más culpable que otros, así que todo es accidente: el sufrimiento y la dicha suceden en el mismo lugar como lo que se presenta en el más allá de Swendenborg, pues,

por más que nos aplasten
o aplasten a quien más cerca se encuentra de nosotros
no pueden apagar la sed de infinito
que nos aqueja desde el principio,
la sed de luz
que saciamos en los abrevaderos de la dicha,
aun cuando se encuentren situados
en los estanques mismos donde nos desmoronó
el sufrimiento

Allí mismo, en el valle de Tyropean.

Hay por tanto un viaje que va desde el sueño del ciego Bartimeo que tentando otra vez por la manzana de Eva, cae y descubre, desgraciado, que la ceguera ya no es solamente suya sino general, hasta el momento en que sabemos por Lucas que ninguno es más pecador que los demás, que todos nos hemos hundido en las tinieblas por seguir la deslumbrante luz del danzar de una mujer descalza cerca del río. Ahora habrá pues que aligerarse, dejar que el niño nos insufla vida y echar a volar sobre la enorme inmundicia del planeta. Y para esto está la sección Parábolas que se cierra precisamente con una joya. Una rendija.
Y tomando barro de la acequia

El niño formó cinco pajarillos cuando nadie lo veía

Se alisó entonces el cabello que le cubría la frente
Tomo aire
Sopló suavemente sobre ellos

Y echaron a volar.

Gary Daher
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