Milagros y flores
Acaso las flores sean lágrimas de amor de aves prodigiosas. El viaje de aquellas aves es uno similar al del sol que en el amanecer se levanta en el horizonte, rojo gracias al sereno, iluminando, todavía fresco y majestuoso. La más nombrada de todas es la rosa, algo escasa en nuestra ciudad tropical, donde las exóticas flores son más bien como besos apasionados, tal las flores del toborochi, tal las agraciadas del tajibo. No vemos a esas flores en forma singular sino en su conjunto, en su árbol.
Esperando ser fecundadas abren sus labios a los días y exhalan aromas tentadores. No todas están sanas, sino recuérdese aquella rosa de Blake, pero no hablaremos de las heridas, sino más bien del deseo. Y qué flor no guarda el deseo. Los unicornios se han alimentado de ellas, y por esto tienen sueños de frutas cuyas cáscaras son el cielo. Y así nadie mejor amado, nadie más tierno que el animal azul. Un solo cuerno y es mágico, lúdico, dorado. Cuando acudo a mi vergel, pienso en el hambre de estos seres sagrados y entonces sé que las flores más que flores, más que lágrimas, más que amores, son el sexo de Dios abierto al mundo, esperando ser amado en los rincones; acaso por eso dice Borges que las flores siempre vigilaron la muerte. No lo sé, yo creo en los milagros. Tantos azahares, tanto jazmín. Será mejor mirarlas como lluvia, será mejor sentirlas así, silenciosas, hermosas y variadas, cayendo en garúa sobre el bosque, sobre los cármenes de las haciendas, mojando con su belleza todo jardín.
Imagen:
Body and flower. Fruits of nature (frag.)
Tatyana Federova
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