La lámpara y la cimitarra
-He esperado tanto este momento -dijo el genio. -Tres mil años en la lámpara alimentando la escena de infinitas fantasías, que ahora parece falso este estúpido acto tuyo de frotar, mío de salir por el mechero hecho un fantasma de humo. ¿Sabes tú, mortal, cuánto amo su interior? ¿Cada uno de sus cóncavos bordes, el pequeño agujero desde el que se vislumbra que aún existe la luz? He soñado matarte, la misma cantidad de veces que se repiten los sueños. Matarte con una muerte corriente, vulgar, como se aplastan los insectos: una leve presión del pie, un breve instante que la indiferencia se toma para eliminar ese estorbo que se mueve -al decir esto tomó su cimitarra, blandiendo el enorme acero de terribles filos en el aire.
-Gracias, esclavo -respondió el anciano. -¡Procede! Yo también debo ser de esta otra vieja lámpara liberado.
El golpe fue preciso y seco. Con una mano ágil, el anciano mató al moscardón que le zumbaba en la cara. Despierto ya por fin, se levantó y limpió la camisa sucia de la raíz del árbol bajo el que dormitaba; olvidándose, al mismo tiempo, el sueño de la lámpara y la cimitarra.
-Gracias, esclavo -respondió el anciano. -¡Procede! Yo también debo ser de esta otra vieja lámpara liberado.
El golpe fue preciso y seco. Con una mano ágil, el anciano mató al moscardón que le zumbaba en la cara. Despierto ya por fin, se levantó y limpió la camisa sucia de la raíz del árbol bajo el que dormitaba; olvidándose, al mismo tiempo, el sueño de la lámpara y la cimitarra.
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