El despertar
Ha sonado la alarma en el teléfono celular. Son las seis de la mañana. Abres y cierras el aparato para que vuelva a sonar dentro de ocho minutos. Mientras tanto colocas la almohada contra el respaldar de la cama de manera que te recuestas con la cabeza un poco más arriba, igual que en la noche cuando te pones a leer. Vuelve a sonar la alarma, resulta duro saber que ha pasado el tiempo. Te incorporas dificultosamente y te sientas al borde de la cama. Entonces como un rayo regresa la sensación de ser nuevamente el que hasta ayer, todo gracias a la memoria. Piensas: sin la memoria seríamos nadie. Este cuerpo, este quebradizo cuerpo que despierta es en realidad una carga que se lleva a cuestas: primero pesa, luego se da cuenta quien es. A continuación vendrá la ducha cotidiana y su bendición de agua, el desayuno frugal, el microbús haciéndonos trastabillar en cada sarteneja de las calles de nuestro barrio alejado, las innumerables cuadras para llegar al centro, la prisa al cruzar la avenida que separa la parada del microbús de la calle donde queda la oficina en la que trabajas, el policía de control haciéndote recuerdo que debes sellar la tarjeta de ingreso, y ese día a día monótono y regular del empleo que aún conservas gracias a Dios, pero que nunca sabes por cuánto tiempo más, por cuántos meses más, por cuántas semanas más. Derivando así como las moscas hasta que llega la noche, y más tarde sientes tu cuerpo tan cansado que no puedes leer más. Entonces, sonámbulo ya, te dedicas al ritual de colocar el despertador, apagar las luces y deslizarte cama adentro y, como si no percibieras tu soledad, duermes y sueñas sin tener la más mínima idea del despertar.
1 Comments:
Qué bonito texto drunsiour.Le mando un saludo cálido desde Nanoluz a sus palabras.
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