Crear un lenguaje de cuerpo intenso, rara belleza e insólitas formas; oscuro y vivo como acaso sea lo profundo del mar.
viernes, diciembre 02, 2005
Resh
Es allí donde todo se entrega: el mundo del poema. El prodigio de reedificarse y no ser. De esa manera el poeta imagina que le habla a la amada, pero la amada está hecha de frases; y en ese túnel es que se ama sin amar, como los duendes.
Es mi cuerpo el que habla, Horacio. El teatro me enseñó a callar, para que sea él quien diga. Y entonces mi cuerpo dice desde su carne: no habla de nostalgia, sino de suspiros; no razona imposibles, refiere ballenas y océanos; no dice deseo, insinúa roces y humedades. Mi cuerpo es el mar, con sus mareas cambiantes y sus profundas oscuridades.
Sebastián, existen dos aproximaciones amorosas: la del lenguaje, la que pretende garabatear con frases la imagen del otro, y sus propios miembros en busca de ese otro. Ese intento resulta ilusorio, pues en lugar de aproximarnos lo que hacemos es el ejercicio de construir al otro desde nuestro propio yo. La segunda sería la del cuerpo: el olor del cuerpo, la proximidad del otro cuerpo, su desnudez, esa instintiva sensación de que allí se esconde el secreto. En la aproximación del cuerpo no sucede la razón ni la construcción del lenguaje, solamente las interjecciones, los acezares y las invocaciones. El resto es silencio. Un silencio que clama por devorar al otro.
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Es mi cuerpo el que habla, Horacio. El teatro me enseñó a callar, para que sea él quien diga. Y entonces mi cuerpo dice desde su carne: no habla de nostalgia, sino de suspiros; no razona imposibles, refiere ballenas y océanos; no dice deseo, insinúa roces y humedades. Mi cuerpo es el mar, con sus mareas cambiantes y sus profundas oscuridades.
Sebastián, existen dos aproximaciones amorosas: la del lenguaje, la que pretende garabatear con frases la imagen del otro, y sus propios miembros en busca de ese otro. Ese intento resulta ilusorio, pues en lugar de aproximarnos lo que hacemos es el ejercicio de construir al otro desde nuestro propio yo. La segunda sería la del cuerpo: el olor del cuerpo, la proximidad del otro cuerpo, su desnudez, esa instintiva sensación de que allí se esconde el secreto. En la aproximación del cuerpo no sucede la razón ni la construcción del lenguaje, solamente las interjecciones, los acezares y las invocaciones. El resto es silencio. Un silencio que clama por devorar al otro.
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