¿Cómo pueden parir las palabras?
Qué te alcanza. Ya ni las palabras queman. Es la inútil ebriedad de los ejes sin sombra. Estoy cansado, sí, del asma sin espacio de lo cotidiano. ¿Qué digo? No, no es la forma de decirlo. Stop. No prosiga, no se esparza, no escriba así, abra, quiebre, haga parir. Sí, pero ¿cómo pueden parir las palabras? ¿qué van a parir? ¿qué van a decir? Busco vaciar este adentro y no sé cómo hacerlo, ni siquiera sé qué cosas hay en el adentro. Soy una vejiga llena del adentro, nada más. Una bolsa artificial, algo así como un recipiente de plástico.
Yo que fui un pregonero de la luz, y que quise verla cruzar por mi vida, perforar mis meses en el centro de la manzana. Ya nada de aquello queda, pues la he abandonado por las palabras. ¿Y qué tienen las palabras?, esa sucesión de letras, esta desesperación de signos. Viven en ese parque abigarrado donde la realidad desaparece. Y queremos que esa serie sucesiva de frases sea nuestro territorio más valioso, en realidad el único, pero no te devuelve nada. Es parco, pertinaz, avaro, brutal. Es el rincón que me ha quedado. Miro con los ojos de los dedos, tecleo, tecleo, tecleo. No hay más ruido que el tic-tlac mecánico de los botones. Y esa lluvia de mentiras hace que la noche transcurra, pero lentamente, en insomnio interminable, que ya dura todas las paredes.
Luna loca luna agujero plural hueso y espina cierto sueño del que no despierto tu nombre tu impronunciado nombre ya no llama a nadie soy sólo eco, mientras el caracol se va alejando hacia las nieves, tan lejanas del olvido.
Eso escribo y la hora, aguja penetrante, nos revela que no somos quien decimos ser, ni decimos, ni sentimos, ni gritamos. ¿A dónde nos lleva esta inconciencia llena de torturas, averiguaciones y desesperanzas? Oigo los poemas de otro hombre, el hombre en cuestión ya está muerto. Esto también sucederá inevitablemente, también como en las películas, de una escena a otra, y tú, que me lees, y así para siempre. ¿Era sólo esto? ¿Era apenas esto? No lo sé.
Del refrigerador a las piernas de una mujer hay una distancia de palabras. ¿Cuáles son? Me entremeto. Yo que sufrí por ese tránsito. El hambre. Las caricias. La imaginaria sensación de que fui amado, traicionado, vejado, abandonado. Un tropel de hojas secas. Escribir no nos brinda nada, es apenas un narcótico. ¿No lo ves? Mis nervios después de tres párrafos ya andan algo aplacados. Ahogados. Ahora podré dormir, aturdido como los gatos en celo ya vencidos, mareados por fin de tanto olor impregnado, arañados, apagando nuestros aullidos, y los vicios, y el sagrado color de las pesadillas, que me retornan al día, al usual buen día de los des-hechos.
Yo que fui un pregonero de la luz, y que quise verla cruzar por mi vida, perforar mis meses en el centro de la manzana. Ya nada de aquello queda, pues la he abandonado por las palabras. ¿Y qué tienen las palabras?, esa sucesión de letras, esta desesperación de signos. Viven en ese parque abigarrado donde la realidad desaparece. Y queremos que esa serie sucesiva de frases sea nuestro territorio más valioso, en realidad el único, pero no te devuelve nada. Es parco, pertinaz, avaro, brutal. Es el rincón que me ha quedado. Miro con los ojos de los dedos, tecleo, tecleo, tecleo. No hay más ruido que el tic-tlac mecánico de los botones. Y esa lluvia de mentiras hace que la noche transcurra, pero lentamente, en insomnio interminable, que ya dura todas las paredes.
Luna loca luna agujero plural hueso y espina cierto sueño del que no despierto tu nombre tu impronunciado nombre ya no llama a nadie soy sólo eco, mientras el caracol se va alejando hacia las nieves, tan lejanas del olvido.
Eso escribo y la hora, aguja penetrante, nos revela que no somos quien decimos ser, ni decimos, ni sentimos, ni gritamos. ¿A dónde nos lleva esta inconciencia llena de torturas, averiguaciones y desesperanzas? Oigo los poemas de otro hombre, el hombre en cuestión ya está muerto. Esto también sucederá inevitablemente, también como en las películas, de una escena a otra, y tú, que me lees, y así para siempre. ¿Era sólo esto? ¿Era apenas esto? No lo sé.
Del refrigerador a las piernas de una mujer hay una distancia de palabras. ¿Cuáles son? Me entremeto. Yo que sufrí por ese tránsito. El hambre. Las caricias. La imaginaria sensación de que fui amado, traicionado, vejado, abandonado. Un tropel de hojas secas. Escribir no nos brinda nada, es apenas un narcótico. ¿No lo ves? Mis nervios después de tres párrafos ya andan algo aplacados. Ahogados. Ahora podré dormir, aturdido como los gatos en celo ya vencidos, mareados por fin de tanto olor impregnado, arañados, apagando nuestros aullidos, y los vicios, y el sagrado color de las pesadillas, que me retornan al día, al usual buen día de los des-hechos.
4 Comments:
Las palabras son retazos de Dios, y nosotros, simples mortales, soberbios mortales, intentando dominarlas, acorralarlas, para que vayan donde nosotros deseamos. Pero las palabras nos anteceden y nos sobreviven. Son inmortales. Podemos usarlas para hablar de mujeres y refrigeradores, pero una vez que hemos osado masticar las palabras, seremos insaciables, viviremos angustiados, como Eva, que desea la manzana, que desprende del tallo a la manzana, que abre la boca, que hinca los dientes, que saborea e ingiere, que por ello es excluida de su paraíso.
¿Qué pretendías? ¿Degustar lo eterno y ser un mortal feliz?
Somos el sueño de las palabras. En este sueño el laberinto de objetos nombrados hacen el universo. Tú, yo, él, los otros son nombres y narraciones. El poema penetra, rompe, ausculta el interior. La narración cura, como por arte de magia, por el arte del sueño, el dolor de ser. Aquí, entonces, no se trata ni de felicidad ni de eternidad, se trata de los discursos, desde dónde y hacia donde: he ahí las dos fechas transcursivas. Como ves, tampoco se trata ni de Evas ni de Adanes, nombres acaso de las narraciones primordiales, pero nombres al fin.
Justamente, Oscura al Tacto, son las dos aproximaciones, una emergente del poema, que trae el acero para penetrar (hacia adentro, claro: "yo no quiero decir, yo quiero entrar" y el horror al vacío. Y la otra, la palabra que narra, la que nos lleva al espacio del juego, así sea éste un lugar donde se manejen temas inquientantes, la narración transforma el espacio en una fuga, y en algún caso en terapéutico. El poema, no. He ahí el territorio.
No entiendo nada.Quizás porque no soy poeta.Leo a Claudia,a Torumano, a Oscura al tacto y es como deslizarse por la nieve, sin saber qué es la nieve, o qué el trineo, o qué el deslizarse.Pero sintiendo el vertigo.No entiendo nada y sin entenderlos, veo cómo pueden parir las palabras."Poeta",por ejemplo,pare puertas,oscuridades,elefantes,tem-
pestades,amor.Las palabras son parturientas de letras y al dar a luz se desintegran, convirtiendo-
se en otras.Asi al menos lo veo yo, que soy diseñador gráfico.Poesía. Qué será eso.
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