sábado, noviembre 05, 2005

Miradas

Han sido tales los comentarios de Oscar Barbery y Claudia Peña Claros a Naufragar que han permitido que el diálogo sobre este perturbador tema siga con gran intensidad. Así que he decidido publicarlos como nueva entrada, incluyendo el último comentario, que es mío.

Oscar
¡Caramba! ¿Qué hace uno espiando a Claudia y a Gary? Espiándolos uno, chapoteando en sus mareas, poniendo uno otra voz como una interferencia radial en los cantos de sirena. Hundiendo uno los pies en la entrañas de esa isla tan isla, en busca del tigre ese tan tigre en su amarillez y su hambre; para salvar a Claudia del tajo y del destajo felino, que salvar es lo que hacen los caballeros andantes, aún los voyeuristas;por que cuando el tigre come, sólo hay gemidos y uno es un voyeur de las palabras. Qué hace uno en esa charla de Gary y Claudia deseando salvarla a ella del destierro y devolverla a su cama, protegida bajo el peso de alguien que le pregunta si dormía, porque de allí surgirán sus futuras palabras que hablarán con Gary, húmedas, con garras y colmillos y sibilinos canturreos, es decir, carne de cañón para que uno siga espiando, y a esta altura me pregunto qué es del tigre; si uno puede arrastrarlo hasta un circo escuela para investigarlo a lo Discóvery, a lo planeta salvaje, a lo Geografic Planet, para aprender de él, el por qué de su apetito.

Claudia
Gary, te escribo mientras duerme el tigre. Amanece, y hemos pasado la noche mirándonos, como tantas otras noches. Paciencia infinita la del tigre, que espera una pequeña señal de debilidad, la más leve, para arrastrarme entre sus garras, lamer mis piernas y devorar mi espalda. ¿Sabías que los tigres prefieren atacar de costado, o por la espalda? No son como los hombres, que atacan de frente y con palabras. Los tigres atacan el cuerpo. Y es mi cuerpo lo que mira este tigre, no para saborearlo, sino para deglutirlo. Mientras tanto, otros nos miran. Miran el silencio entre el tigre y yo, miran esta carta, y te miran a vos, mientras lees. Cada cual desde su isla. ¿Cómo serán esas otras islas? ¿Habrá tigres allá también? ¿O serán tigres ellos mismos? Porque al final, los temblores se desatan cuando llega el día, no? Cuando el tigre duerme y debemos subsistir sin sus ojos amarillos, sin su impulso animal.

Gary
¿En otras islas, dices? En otra isla fui yo un tigre derrotado. Iba en busca de la presa, pero la presa era tigrera. Yo bramaba sobre la tierra, y la tierra tremía, los pájaros alzaban vuelo entre las ramas y todo el bosque era despojo del miedo. Débiles los magníficos herbívoros salían despavoridos por las sendas de oro del otoño. Apenas la tigrera hacía como que esperaba, escondida entre los matos, y yo en pos, las garras bien dispuestas y mi fuerza descomunal con la calma de quien sabe que es el señor de la montaña. Pero la tarde es tarde y no permite otra cosa que la ilusión del sueño. Entonces yo soñé que allí estaba la hermosa, el objeto de mi cacería, la silueta vital que yo adoraba atacar para vencer y señalar la historia. Pero sus ojos eran de fuego; así, no podía embestirla de otra manera que no fuese de lado, como aquella cierva blanca de ajeno sueño, y por eso mismo sin brutalidad, apenas con ternura. ¿Qué ternura es ésta la del tigre que quiere matar? Así fue que sentí la daga profunda en mi costado, la herida fatal. Supe que en esta partida el cazador era el cazado: iba a morir. Y mi muerte fue digna de la memoria. Desollada mi piel fue salado trofeo de su casa. Y la noche cayó como el diluvio y ella al fin pudo tenderse sobre mi cuerpo, tratado ya como nueva alfombra, olvidados los días y el fulgor de mis ojos que fueron sol de los tigres en los senderos.

Oscar
Ser alfombra. Triste final del tigre que describe Gary. Extraña historia ésta, que se inicia con un intento de poesía a media mañana, habla de vientos de la noche, de una noche con islas y de una isla con tigre que come de costado o por la espalda. Esta noche, este mar con cantos de sirenas y la cama en donde Claudia escapa como polizonte que se "apea" de un barco y es desterrado a una isla. Súbitamente el tigre empieza a asumir protagonismo, y su hambre se traga a los vientos propicios, a la Noche y sus islas y a la cama-barco y por último amenaza con tragarse a Claudia, lamiendo sus piernas. La poesía se vuelve colmillos, garras, ronroneo felino. Sebastián saluda y pasa de largo. El vouyerista intenta entender y en su espiar empieza a envidiar el apetito de la bestia amarilla que se devora el mundo. Pero cuando se espera que las líneas negri-oro del tigre retumben grandilocuentes como relámpagos, un tigre se confiesa victima de una tigrera y se muestra convertido en una alfombra salada y con manchas, en donde se acuesta la tigrera convertida en tigresa, pues ¿uno es lo que come? Tigresa, tigre alfombra, gato voyeurista, todos ellos, para no jugar con las palabras tan inútilmente como decir: "de un plato de tigro comían tres tristes tigres", empiezan otra vez sus juegos sobre esta isla, pellejo del tigre liquidado, con rayas como surcos nerviosos, isla con surcos electrocardiográficos, es decir, terreno apasionado.
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