miércoles, noviembre 10, 2021

Endimión en Latmos: Sublimación del primer encuentro sexual de Borges


Los investigadores más íntimos de Borges cuentan que Jorge Luis se inició en la vida sexual con una prostituta en Ginebra a instancias de su padre que se la presentó.

Siempre me pareció que el poema “Endimión en Latmos”, un poema por cierto poco conocido de este famoso autor, habla de ese extraordinario momento.

Aunque una supuesta aversión al sexo fue interpretada por los lectores del ya famoso cuento “Tlön Uqbar, Orbis Tertius” , donde hace recordar a Bioy Casares que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.

Las relaciones sexuales en sus cuentos son tratadas con concisión y brevedad, con un frecuente y elegante uso de la elipsis. Y quién sabe si es verdad lo que al respecto dice Bioy en Borges: “En Borges gravita un secreto rencor contra la obscenidad”.

Su biógrafo Edwin Williamson considera que eso se puede aplicar al amor sexual en la obra de Borges. Un tema que ronda evasivo y opresivo en sus cuentos como en una retorcida adivinanza.

Sin embargo, parece que la sublimación del acto amoroso traslada a Borges desde el recuerdo de la primera relación amorosa hasta el espacio de lo mítico. Y eso es lo que puedo interpretar de “Endimión en Latmos”.

Pero, ¿quién es Endimión?

En una de las versiones de la literatura griega Endimión era un hermoso pastor — o, más raramente, un rey o un cazador — de Asia Menor. Era tan hermoso que Selene, la diosa de la luna, pidió a Zeus que le concediese vida eterna para que nunca la dejase. Alternativamente, Selene confió y amó tanto a Endimión que él tomó la decisión de vivir para siempre durmiendo. De cualquier manera, Zeus lo bendijo otorgándole un sueño eterno. Cada noche, Selene lo visitaba donde estaba enterrado en el monte Latmos cerca de Heraclea de Caria, en Asia Menor.

Y de acuerdo al propio Borges, “la vida del pastor Endimión, hijo de Zeus y de la ninfa Cálice, cambió por completo el día que Selene, la diosa de la Luna, lo descubrió. Al contemplar a aquel durmiente desnudo en un agreste paraje cercano a Mileto, la divinidad quedó turbada ante su belleza. Acostumbrada muy pronto a yacer con el joven todas las noches en una cueva del monte Latmos, su pasión solo quedó saciada cuando en un beso concedió al efebo la inmortalidad: permanecería eternamente dormido de modo que la lozanía y el vigor de su juventud quedasen inalterables para siempre”.

Siguiendo esa línea mítica, el poema comienza declarando:

 

“Yo dormía en la cumbre y era hermoso

mi cuerpo, que los años han gastado”.

 

Sin embargo, nótese que el Endimión de Borges no es precisamente el Endimión del mito, donde fue bendecido por Zeus con un sueño eterno, y por el beso de la luna que le concedió una juventud eterna, sino que en este caso Endimión sería una alegoría de Borges con un cuerpo “que los años han gastado”.

Luego habla de un momento del tiempo, al referirse al centauro podría bien referirse a Sagitario, es decir entre el 22 de noviembre y el 21 de diciembre.

Nos habla de una cópula con la luna cuando dice:

 

Diana, la diosa que es también la luna

me veía dormir en la montaña

y lentamente descendió a mis brazos

 

oro y amor en la encendida noche.

 

Si consideramos a Jorge Luis un adolescente, él todavía dormía el sueño inocente del no iniciado. Y la apoteosis de “oro y amor en la encendida noche”, parece hablarnos de una mujer, que imaginamos blanca o blanquísima, a la cual se le entregó oro, dinero.

Las memorias frenéticas del amor se suceden, siempre en el tono de el adolescente y la dama:

 

“yo apretaba los párpados mortales

yo quería no ver el rostro bello

que mis labios de polvo profanaban

yo aspiré la fragancia de la luna

y su infinita voz dijo mi nombre”.

 

Pasada la unión “oh el beso humano y la tensión del arco”, el yo poético habla desde el presente donde los años han pasado, recordando todo en un estado onírico, cuando dice:

 

“Inútil repetirme que el recuerdo

de ayer un sueño son la misma cosa”.

 

Declaración que nos revela un sueño recurrente, acaso más que como sueño, un delirio.

De manera que lo oímos rematar el poema de una manera poética manteniendo el recuerdo de aquella iniciación, hoy inalcanzable:

 

“Mi soledad recorre los comunes

caminos de la tierra, pero siempre

busco en la antigua noche de los númenes

la indiferente luna, hija de Zeus”.

 

Y para que los lectores puedan disfrutar plenamente de este extraordinario poema, lo copio a continuación:
 

ENDIMIÓN EN LATMOS

Jorge Luis Borges


Yo dormía en la cumbre y era hermoso

mi cuerpo, que los años han gastado.

 

Alto en la noche helénica, el centauro

demoraba su cuádruple carrera

para atisbar mi sueño. Me placía

dormir para soñar y para el otro

sueño lustral que elude la memoria

y que nos purifica del gravamen

de ser aquel que somos en la tierra.

 

Diana, la diosa que es también la luna

me veía dormir en la montaña

y lentamente descendió a mis brazos

 

oro y amor en la encendida noche.

 

Yo apretaba los párpados mortales,

yo quería no ver el rostro bello

que mis labios de polvo profanaban.

Yo aspiré la fragancia de la luna

Y su infinita voz dijo mi nombre.

 

Oh las puras mejillas que se buscan,

oh ríos del amor y de la noche,

oh el beso humano y la tensión del arco.

 

No sé cuánto duraron mis venturas;

hay cosas que no miden los racimos

ni la flor ni la nieve delicada.

 

La gente me rehúye. Le da miedo

el hombre que fue amado por la luna.

 

Los años han pasado. Una zozobra

da horror a mi vigilia. Me pregunto

si aquel tumulto de oro en la montaña

fue verdadero o no fue más que un sueño.

Inútil repetirme que el recuerdo

de ayer y un sueño son la misma cosa.

Mi soledad recorre los comunes

caminos de la tierra, pero siempre

busco en la antigua noche de los númenes

la indiferente luna, hija de Zeus.

 

 


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