martes, septiembre 14, 2021

Guía de perplejos para leer la Comedia

 

Guía de perplejos para leer la Comedia[1]

La literatura de Dante no busca el juego, tan caro hoy en día a los muchos ingeniosos y prestidigitadores que transitamos el mundo de lo que hemos venido a llamar “literatura”, ávidos del Coup de théâtre capaz de hipnotizar a las masas. Dante busca decir lo que trasciende, así su verbo está definido por el propio Dante como alimento, contra el cual sin embargo nos previene en Il Convivio llamado en castellano El Banquete: “que no asista quien esté mal dispuesto en su organismo, quien carece de dientes o de lengua o de paladar; ni tampoco quien gusta de vicios, porque su estómago está lleno de humores venenosos contrarios al alimento, de modo que no soportaría ninguno.”

En esta línea, habrá que resaltar entonces la obra denominada Commedia, más conocida como La Divina Comedia, gracias al epíteto dado por Boccaccio cuando en el último período de su vida la ministraba porque recibió del ayuntamiento de Florencia el encargo de realizar una lectura pública de esta obra; según el propio Dante, un Poema Sacro. La Divina Comedia es pues un inmenso panorama dibujado por los cien cantos escritos en 14.233 versos escandidos en endecasílabos y terza rima o terceto encadenado de 33 sílabas, que pergeñan, en tres grandes cánticos, el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, cada uno con 33 cantos, además del Canto I o canto introductorio. Será este trabajo la obra culmen de Dante Alighieri, que ha traspasado el tiempo y las miradas, de manera que es tan actual como en su origen, como si hubiese sido escrita con verbo de fuego eterno.

Es pues atrevido tocar tan poderoso poema, y lo es más si pretendemos interpretar o “traducir” algo de su rima. Dice Maimónides[2] al principio del libro “Guía de Perplejos” que el segundo objetivo a la hora de llevar a cabo esa obra, la de Maimónides, es la de “explicar las alegorías ocultas que encierran los libros proféticos, sin clara evidencia de que lo sean, y que, en cambio, el ignorante o el irreflexivo toman en su sentido externo, sin percatarse del interno”. Entendiendo profético en el sentido del libro que habla a través de un don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras. Y ¿qué más distante y futuro que el Más Allá? Porque en el caso de La Divina Comedia se trata de esta terrible tarea, diremos que cuánto más claros queramos ser, más confusos resultaremos, salvo que empleemos un ejemplo o propongamos un enigma. Tómese pues todo intento mío como torpeza, y vuélvase siempre al libro, a la fuente primera, a la Commedia para su traducción certera en el sitio del corazón, donde verdaderamente podrá ser recibida. Vamos a pretender entonces ser acicates y no ensayistas, ser invitadores y no celebrantes. El verdadero banquete permanece pues en lengua de Dante, en toscano, de ser posible.

Ya el propio Dante Alighieri en su carta (1316/1317)  al Gran Can de la Scala, Vicario General en la ciudad de Verona y en la de Vicenza, nos advierte que su obra es polisémica, y que, además de su sentido literal, tiene sentidos ocultos. Oigamos la interpretación en el intento de traducción de las propias palabras de Dante: “Y aunque a estos sentidos ocultos[3] se les asigne distintos nombres, pueden todos en general ser llamados alegóricos, dado que son diferentes del sentido literal o histórico. Pues la alegoría viene de "allos" en griego lo que en español se dice ‘extraño’, es decir, ‘otro’.”

Necesario es, y tal vez más importante, anotar el trance de que Dante Alighieri vive dos etapas de su vida, que son un antes y un después de un hecho que le sucede en su interior. Una conmoción que lo transforma en un hombre comprometido con su propio cambio personal, con otra manera de ver las cosas, con una Vida Nueva. Y este hecho es marcado precisamente con la obra en prosa publicada a sus 27 años llamada Vita Nuova, que muestra visiones más interiores que exteriores de su vida, como conclusión de un proceso de eclosión y de revolución interna. Y esto está relacionado con lo que en su obra se conoce como Beatriz.

Profundicemos. “Sobre Beatriz” -dice Papini- “hay centenares de escritores, muchos de ellos fastidiosos e insípidos, pero todos se refieren a estos tres problemas: ¿La Beatriz de Dante fue mujer verdadera, de carne y hueso, o una creación intelectual, fantasma y símbolo? Y en el caso de que Beatriz haya sido una mujer real, fue Beatriz hija de Falco Portinari y esposa de Simón de Bardi, ¿o bien fue otra mujer no identificada? Y si tan sólo fue un símbolo ¿Qué lo representa?” Para intentar dilucidar lo que se ha venido a llamar “El problema de Beatriz”, diremos, en primer lugar, que la poesía en lengua romance contaba con sólo cincuenta años de vida en Italia cuando Guinizelli y Cavalcanti, bajo el influjo un poco más lejano del pionero Guittone d'Arezzo, fundaron la escuela de los fedeli d'amore ('fieles del amor'), y que varios indican como una Orden de filiación templaria[4], propiciando la figura de la «mujer angélica» (en la que se aunaban la belleza física y la pureza celestial) y plasmaron la gran poesía lírica italiana, de la cual viene a ser parte Petrarca y que culminaría precisamente en Dante Alighieri. Este movimiento poético proporciona a Dante, en primera instancia, una manera de mirar la relación amorosa. De ahí que surgiera naturalmente la correspondencia de imagen entre probablemente Beatriz Portinari y la Beatriz del sueño. Este paralelismo parece haberse mantenido hasta la muerte física de Beatriz Portinari. En ese momento, y ante el descalabro que provoca la muerte (me viene a la memoria la imagen de Beatriz Viterbo en El Aleph de Borges), Dante reacciona hacia una realidad trascendente, asaz alimentada por las ideas ocultistas o esotéricas (para Dante místicas), que a sotavento circulaban por el medioevo, y que de no provenir de la Orden templaria mencionada, no eran ajenas al autor (recordemos que a Dante se lo creía ducho en artes mágicas, y no olvidemos que dominaba la astrología y la usa expresamente) percibe –imaginamos- la vana ilusión de la bella imagen de Beatriz Portinari en putrefacción gracias a la muerte. Ante este fenómeno absolutamente contrario a la visión de la dama del sueño, ocurre una revelación: su dama de carne y hueso no es la dama del sueño, de manera que revierte la ilusión en fuego místico, descubriendo que aquella imagen en sí, en su corazón, representa alegóricamente la Conciencia Divina, y más cercana todavía, su propia Conciencia Divina. Parecido fenómeno de transformación que intentará aprehender posteriormente Antonio Machado en su Cantos de Castilla cuando dice “Dante y yoperdón señores, / trocamos perdón, Lucía, /el amor en Teología, aunque aquí Machado cae en el error propiciado por muchos comentaristas de confundir Conciencia Divina con Teología. Recordemos que Teología es la ciencia que trata de Dios y sus Atributos, pero no Conciencia Divina, que es la propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos divinos esenciales, misma que solamente se puede alcanzar a través de la voluntad, interpretación aquí planteada de La Divina Comedia, del viaje de Dante, la Voluntad, Alma Humana, para alcanzar a Beatriz, la Conciencia Divina o Alma Divina. Esa dama que es el Supremo Amor, por quien vale la pena sacrificarse y por la cual merece realizar el propósito de cambiar de vida (“digo verazmente, que el espíritu de vida, que mora en la secretísima cámara del corazón, comenzó a temblar tan fuertemente que horriblemente se mostraba en los mínimos pulsos; y temblando dijo estas palabras: Ecce Deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi - He aquí (un) Dios, más fuerte que yo, que viniendo me dominará”, nos dice en la Vita Nuova), pasar por el infierno donde encontrará el espantoso horror que viven los condenados, que son gente de su vida cotidiana, pero que representan por sí mismos sus propios errores, y por esto quizás no tiene reparos en colocarlos en aquel sitio, y dialogar con ellos, su purificación a través del Purgatorio, su inmersión en las aguas del Leteo, que le darán olvido y le permitirán, finalmente, ser recibido por Beatriz y realizar así su visita vertiginosa al Paraíso, donde Dios permanece en su cualidad Trina como un ojo donde ve reflejado su propio rostro, un ojo que lo mira.

Con estas deliberaciones diremos entonces que La Divina Comedia a la manera de un monólogo narra los avatares del propio autor, Dante Alighieri, en su paso por el Infierno, su ascenso al Purgatorio y su sobrenatural llegada al Paraíso. Inicialmente podríamos observar que se trataría de un viaje psicológico, donde el autor, haciendo uso de alegorías nos muestra y nos adentra en una visión surrealista en el camino espiritual que debe realizar para alcanzar ser iluminado por la luz del sol absoluto, o sol fundamental.

Jorge Luis Borges en su prólogo a Nueve ensayos Dantescos nos advierte que “A todos es notorio que los poetas proceden por hipérboles: para Petrarca, o para Góngora, todo cabello de mujer es oro y toda agua es cristal; ese mecánico y grosero alfabeto de símbolos desvirtúa el rigor de las palabras y parece fundado en la indiferencia de la observación imperfecta. Dante se prohíbe ese error; en su libro no hay palabra injustificada. La precisión que acabo de indicar no es un artificio retórico; es afirmación de la probidad, de la plenitud, con que cada incidente del poema ha sido imaginado

Este viaje se inicia cuando Dante, el personaje, se encuentra en medio del camino de la vida y en una selva oscura; perdido y sin poder alcanzar la colina iluminada por el planeta “que a la gente guía virtuosamente por toda calle.” Esto en clara alegoría de encontrarse a la mitad de su vida, 35 años, y confundido y extraviado por las pasiones humanas, mientras que el planeta que ilumina la colina (monte, por referencia bíblica) sería el Cristo, sol espiritual evidente. Pero el personaje se ve impedido de acceder a la colina iluminada, pues Dante se enfrenta a tres animales: el lince (lince que no leopardo, ya que el verso dice una lonza leggera e presta molto, donde lonza es el lince, animal común de los bosques de la península italiana en esa época), el león y la Loba. Esta loba es de tal naturaleza que “/tiene una naturaleza tan malvada y cruel / que nunca satisface su lujurioso deseo / de cuyo pasto es más hambrienta después que antes. Adicionando en el siguiente terceto que muchos son los animales con que se marida”. Esta Loba representa pues los apetitos y deseos del ser humano, insaciables, los cuales se maridan con otros vicios, “/y muchos más todavía, hasta que venga / el Lebrel, que le dará dolorosa muerte.” No se trata pues de un viaje cualquiera, de un turismo infernal, sí del ministerio de una doctrina, la misma que tiene que ser admitida y pasada por el propio Dante, como ejemplo, parece decirnos, que está destinado para cualquiera que se aventure por los parajes del espíritu.

Muchas alegorías guardan cada peldaño de esta larga escalera llamada La Divina Comedia, así el Lebrel sería la alegoría del Espíritu Santo, sanador de fuego, que se alimenta de sabiduría, de amor y de virtud, cualidades que, según Papini, autor de la interpretación, sólo pueden corresponder a una de las personas Divinas de las Santísima Trinidad. Lebrel es el intento de traducción de veltro que, en toscano, en la edad media, significaba can de caza. Este Lebrel hará retroceder a la Loba hasta el infierno, de donde la envidia la hizo salir. Se trataría entonces del Pecado Original, que no es la avaricia, como se ha venido interpretando, sino una concupiscencia con el mal, algo más grave y profundo.

Será entonces Virgilio que saldrá en su ayuda, el espíritu desencarnado del gran poeta de Mantua, que alegoriza nuevamente la razón y la literatura. Éste será su guía por el Infierno y por el Purgatorio, pero deberá abandonarlo, antes de ingresar al Paraíso, porque la razón (tal y como se ha publicado en diferentes doctrinas tanto orientales como occidentales) está impedida de ingresar al sitio sagrado. Más interesante todavía es advertir que esa razón, o esa literatura, servirá de guía gracias a la intersección de Beatriz (la bendecida o la que brinda bendición, en traducción directa), quien descenderá del cielo a los infiernos para ese cometido.

Como se ha dicho, Beatriz, alegóricamente para la obra, no es la dama que los historiadores han querido señalar, una persona de carne y hueso, sino una alegoría. Es posible, como la mayoría ha indicado, que inicialmente se tratara de la persona física de Beatrice Portinari, una bella dama de la época. Pero la mirada transformada hacia la Beatriz que finalmente será la de La Divina Comedia, nos hace inferir que dos elementos primeros se encontraron, la belleza de una mujer florentina y la significación del nombre, de manera que, en una segunda etapa de su vida, que suponemos transformada gracias a doctrinas secretas, no ajenas a los grandes intelectuales, hayan transformado la mirada de Dante, haciendo de esa Beatriz, la que será en definitiva. Así, ya desde la Vita Nuova o Vida Nueva, esta dama no es otra, a nuestro pequeño entender, que la Conciencia Divina. La Conciencia Divina, que es quién da salud, saluda, y que duerme desnuda en manos de Amor (ser terrible) y come del corazón ardiente de Dante, en un intento por despertar. Y de la cual Virgilio se expresará: “Oh mujer de virtud única por la que /la humana especie excede todo lo que hay en / aquel Cielo, cuyos menores son los círculos”. Será pues este amor a la conciencia quien será el motor que haga reaccionar a Dante y lo anime a ingresar a los infiernos (de alguna manera a sus propios infiernos) para seguir el camino que lo lleve al monte iluminado. La Conciencia Divina de Dante que no siente ningún temor de descender para mirar el mal, o para pedir que la razón guíe al amado, alma humana, alegoría también de la Voluntad, el personaje Dante, por el abismo de sus oscuridades.  “Estoy hecha así por Dios, por su merced, que vuestra miseria no me alcanza, ni la llama de este incendio no me asalta.”

Y mucho menos viaje que guerra. “me preparaba a sostener la guerra / tan del camino y tan de la piedad, / que ha de referir la mente que no yerra.”, nos anuncia Dante. Tal y como sucede en muchas obras esotéricas (estoy pensando en La Flauta Mágica de Mozart), será, repetimos, el Alma Humana, el personaje Dante, quien irá al encuentro de su Alma Divina, su propia Conciencia Divina, Beatriz.

De esta manera, Dante inicia su estadía en el Infierno, que comienza en las proximidades de la “Selva Oscura” como un cráter enorme que se va apretando hasta llegar al centro de la Tierra, donde reside el propio Lucifer como Rey de la Perdición. Este cráter guarda en su interior nueve círculos, cada uno para castigar a las almas según el tipo de pecado que los resalta.

En la puerta del Infierno, donde el poeta ejercita el sonido de las palabras para que sintamos cómo suenan las campanas del dolor, deja escrito el texto: “Per me si va ne la cittá dolente  / per me si va n’el etterno dolore.”, en una rima “dolente /dolore”, que nos alerta y nos constriñe, cuanto más al propio Dante que, horrorizado expresa “me es duro el sentido”, pero allí está el maestro para confortarlo y animarlo.

En el Segundo Círculo del Infierno, inmediatamente después del Círculo de los no bautizados, donde están el propio Virgilio, Homero, Horacio, Ovidio y Lucano, es el lugar donde penan los lujuriosos. En este punto diremos que mucho se ha escrito ya sobre la escena de Paolo Malatesta y Francesca de Rimini condenados a penar eternamente por causa de su adulterio. Me parece prudente, pues, antes de su interpretación segunda, versar sobre la literal y escribir la historia tal cual se puede rescatar de los investigadores.  

Francesca fue la hermosa hija de Guido de Polenta, Señor de Ravena. La fecha precisa de su nacimiento nos es desconocida, pero en la mirada de sus contemporáneos, ella difícilmente tendría más de quince o dieciséis años de edad cuando, en 1275, su padre y Malatesta da Verrucchio, más tarde conocido como Señor de Rimini, arregló el matrimonio por motivos políticos entre ella y el deforme hijo de Malatesta, cuyo nombre era Giovanni, apodado gianciotto, (Juan el tullido - Giovanni lo sciotto) que erróneamente ha llegado hasta nosotros como Lanciotto, aunque la expresión italiana para Lancelot es Lancillatto. Una hija nació de la dispar pareja, y fue bautizada como Concordia, igual que la madre de Giovanni. Sea en 1285 o 1280 Giovanni sorprendió a su esposa con su hermano más joven y más guapo, Paolo, en el Palacio de Malatesta en Verrucchio -no en el Castillo de Rimini, que por entonces no estaba construido- y los mató a ambos. Giovanni murió en 1304, y su padre en 1312, a la edad de 100 años, sucediéndolo después como Señor de Rimini su tercer hijo, Malatestino.

Tales son los hechos históricos conocidos, y Dante, quien nació en el año 1265, se ha debido enterar inmediatamente de los hechos, junto con la explicación dada de la tragedia por la familia Polenta, ya que un sobrino de Francesca, Guido Novello da Polenta fue mecenas del poeta, y le dio asilo en Ravenna durante los últimos años de su vida. Esta intimidad puede explicar el color de simpatía con que se pinta.

En el Círculo de los Lujuriosos, Paolo y Francesca se encuentran en medio de un torbellino de aire negro rojizo que los azota y los lleva de un lado para otro. En la escena, llama la atención, y ya Ricardo Jaimes Freire antes que Jorge Luis Borges, la disposición con la que esos dos vienen en medio del infierno pues son “aquellos que tan gustosamente van”, como dice el Dante. Recordemos entonces el terrible poema de Jaimes Freyre: “Dice Francesca: -Oh Dante,  ¿por qué tu genio quiso crear un tormento digno del paraíso?”.

Aquí Francesca relata cómo por causa de la lectura de Lancelot, al momento de leer que la deseada risa fue besada por el amante, ellos se dejaron llevar por la lujuria. El libro y su autor fueron para nosotros Galeoto, dice Francesca. Galeoto es un personaje relacionado con las novelas caballerescas y el ciclo artúrico. Fue, precisamente, quien obró de intermediario en los amores de Lancelot y la Reina Ginebra. Ahora, el libro (y no solamente el libro, sino su autor) obra de intermediario entre los amores de Paolo y Francesca, y su historia es como un espejo de la de Lancelot y Ginebra. Este pasaje es entonces, y curiosamente, también una crítica a los libros incitadores, a aquellos que provocan lujuria. Vale hacer notar que la crítica de Dante no es literaria sino preventiva, señal inexistente en nuestros tiempos.

Cruzando el lago que forma el Estigia se alza la Ciudad de Dite, que es el nombre latino de Plutón, donde se castiga a los iracundos. La ciudad entera al decir de Dante parece de hierro, en la oscuridad se perciben las agujas de las cúpulas de sus edificios, que arden por dentro. Esta ciudad está por lo visto totalmente resguardada, muralla, torres y puerta son de un bermejo incandescente. Imaginamos la tremenda mole en la oscuridad. Un paso obligado para los viajantes. Virgilio, algo perturbado por la negativa de los habitantes a dejarlos pasar por la puerta, recuerda que el mismo hecho sucedió mucho antes con la primera puerta que, por lo visto, ha sido forzada, y así ha permanecido abierta desde entonces, en referencia, como varias veces se hace en la obra, del descenso de Jesús, el Cristo, a los Infiernos.

En el pasaje en que Megera, Tisífona y la Medusa, las famosas erinias se presentan también a los viajantes, Dante Alighieri hace una confesión misteriosa:  “¡Oh vosotros que tenéis el intelecto sano /mirad la doctrina que se esconde /bajo el velo de los versos extraños!” Esta insólita declaración nos refrenda la posibilidad de que Dante no esté solamente hablando del cristianismo, sino de otras y acaso muchas simbologías que están insertas como revelación de una nueva doctrina en el discurso de la obra.  

Finalmente es un ángel, que desciende con una prepotencia total quien abre las puertas (Ah cuán parecióme de desprecio lleno! /Vino ante la puerta y con una varilla /la abrió, sin encontrar resistencia). Aquí aparece esa curiosa varilla, la varilla mágica tan frecuente en los magos, que hace recuerdo al báculo de los profetas, y que ha obligado a la apertura de las puertas. Esta ciudad, que inicialmente se presenta con arquitectura misteriosa, resultas en una necrópolis llena de túmulos y gente encerrada en ellos, y de los cuales salen llamas que seguramente atormentan a los condenados. Nunca sabremos de los edificios y las moles que parecían emerger con sus siluetas ante los ojos antes del ingreso.

En las profundidades del Infierno, los lectores presenciamos un vuelo horroroso a espaldas de Gerión, monstruo con cabeza de hombre y cuerpo de bestia, quien transporta a los viajeros hasta el abismo del Octavo Círculo, más adentro todavía, en el octavo recinto de ese Círculo, Dante tiene un encuentro con Ulises, arrinconado, ingenio y alma, en el espantoso universo del infierno. En este lugar, Ulises relata a Dante su última hazaña, la de navegar con su grupo de marinos más allá de España, hacia el Sur, bajo la premisa “no queráis negaros la experiencia, /siguiendo al Sol, hacia el mundo sin gente.” Y en el siguiente terceto: “Considerad vuestra simiente: /hechos no fuisteis para vivir como brutos, /sino para perseguir virtud y conocimiento”.

No es sencillo dilucidar tan extraño encuentro y relato que, por una parte, desdice a Homero, autor que el mismo Dante considera entre los grandes (recuérdese el encuentro del poeta con sus pares en el Primer Círculo), ya que la Odisea le da otro destino. Y por otra el haberlo encontrado purgando en una misma hoguera como mancuerna con Diomedes, héroe griego cuya osadía lo llevó a combatir contra los dioses, hiriendo a Afrodita, diosa del amor, en una mano y a Ares, dios de la guerra, Marte para los romanos, en un costado.

Jorge Luis Borges nos advierte que este Ulises podría significar también al propio Dante, quien osado y arriesgado se ha erigido con una obra a través de la cual, no solamente llegará al Purgatorio, sino que alcanzará el Paraíso. “Dante era teólogo; muchas veces la escritura de la Comedia le habrá parecido no menos ardua, quizá no menos arriesgada y fatal que el último viaje de Ulises

Borges, previamente, indica “resulta inepto equiparar la peregrinación de Dante, que lleva a la visión beatífica y al mejor libro que han escrito los hombres con la sacrílega aventura de Ulises, que desemboca en el Infierno. Esta acción parece el reverso de aquella.”, pero inmediatamente se contradice, “Tal argumento, sin embargo, importa un error”. Refiriéndose entonces a las posibles disquisiciones y temores de Dante, autor del libro, ante lo que podría suscitar entre sus contemporáneos. Esta afirmación podría ser justa, siempre y cuando consideremos a Dante un autor católico per sé, cuando el mismo libro revela que Dante Alighieri transita otros espacios más amplios y más interesantes, como son los territorios del mundo esotérico que incluye una simbología rica y diversa. De allí que se justifica plenamente a Diomedes junto a Ulises, condenados por sacrílegos, por temerarios contra la ley Divina, que no se reduce a la visión chata de un dios medieval, sino que considera probablemente toda la cosmogonía que deriva de las líneas Sufi, Gnóstica Primitiva, de índole Templaria y Rosacruz, como se ha indicado, y otras que trajinaban por la época de manera velada, y que no son contrarias a la doctrina de El Cristo, si no que la enriquece y la llevan por un sendero y una arquitectura jerárquica, con la cual trabaja Dante sus diferentes círculos, terrazas y esferas.

Estas algunas escenas que he querido comentar sobre el Infierno de La Divina Comedia, y siendo los otros dos Cánticos, tan extensos como el primero, tocaré apenas dos puntos, uno por cada uno.

En primer lugar, es mi deseo hablar sobre los primeros versos del Purgatorio, donde Dante hace un llamado a la fuerza poética:

Que aquí la muerta poesía resurja

Oh Santas Musas, ya que vuestro soy.

Después de lo cual, casi inmediatamente, descubre la Cruz del Sur: “Volvíme a la derecha, y deposité la mente /sobre el otro polo, y vi las cuatro estrellas, /que nadie vio si no la primera gente”. Y en el siguiente terceto: “Gozar parecía el cielo de sus llamas: /¡oh tierras del norte, sitio viudo, /pues privado estás de verlas!” Dante estaba mirando hacia Oriente, y cuando, en América del Sur, miramos hacia el Este y de allí nos volvemos a la derecha, y si todavía no ha amanecido, contemplamos las cuatro estrellas de la Cruz del Sur, que los habitantes del hemisferio Norte no pueden ver, pero que sí la primera gente, es decir, Adán y Eva, que estaban en el Jardín del Edén, en la cumbre de esta montaña. Es interesante que el poeta en estos versos nos da la idea que son, el sol (que ya aparece por el horizonte) y las estrellas de la Cruz del Sur, un concierto que inunda de alegría el Cielo, y a Dante lo que le fortalece y conforta, vale decir, el amor.

Es tan clara la forma en la que se expresa Dante que sale de sobra el debate de si Dante sabía o no de la existencia de estas estrellas. El misterio de cómo se habría enterado de su existencia, se dilucida si consideramos que Dante no solamente recibió información sobre las diferentes escuelas teológicas, sino sobre lugares y sitios lejanos, tal el caso del hemisferio sudafricano adonde algunos habrían arribado y llevado sus noticias hasta Europa. Esto nos demuestra una vez más que estamos no solamente ante un exquisito poeta, sino un erudito y curioso, versado en todas las cosas que fuese dado conocer en esos siglos.

En la puerta del Purgatorio, un ángel guardián sostiene dos llaves una de oro y otra de plata, que fueron entregadas por San Pedro, quien pidió misericordia en su uso a todo aquel que se humille para solicitar la entrada. El ángel marca la frente de Dante con siete letras “P”, podemos suponer que Dante se refiere a la Cruz de Lábaro, un símbolo formado por dos letras del alfabeto griego: la X (ji) y la P (ro) superpuestas[5]. Son las dos primeras letras de la palabra “Christós” (Jristós), es decir: Cristo. Estas letras están formadas por llagas que van a ser quitadas una a una mientras transita el Purgatorio. La ascensión que hace por la ladera antes de esta puerta corresponde a aquellas almas que se han arrepentido a última hora, y que deben esperar para ser admitidas en los frisos superiores del Purgatorio.

Diremos, entonces, que el Purgatorio está constituido por una montaña altísima que surge del mar en el centro del hemisferio austral. Este collado está rodeado por frisos o terrazas, al comienzo amplios, pero que van reduciéndose hasta llegar al Paraíso Terrestre.

Las almas del Purgatorio deben cumplir diversas purificaciones correspondientes a los pecados practicados en vida, los cuales purgarán para ser admitidas en el Paraíso. Las terrazas o frisos se desarrollan en siete círculos, sobrepuestos unos sobre otros, en el siguiente órden: I-Orgullosos, II-Envidiosos, III-Iracundos, IV-Perezosos, V-Avaros y Pródigos, VI-Golosos y VII-Lujuriosos.

En el Paraíso el universo es otro y su imagen finalmente se parece al de una rosa. Virgilio ha desaparecido de repente. Guiado por Beatriz desde su encuentro en el Ante Paraíso, Dante va localizando las almas de varios personajes que ocupan los contiguos primeros ocho cielos del Paraíso, que acaban en el cielo de las estrellas fijas.

Para intentar una geografía del Paraíso, diremos que más allá del Octavo Cielo, del que ya se dijo que ha sido llamado cielo de las estrellas fijas, se encuentra un nuevo cielo, concéntrico a éste, que es el Primer Móvil, naturalmente el más veloz de todos, también llamado cielo cristalino por no contener materia alguna, y ese es quien comanda el movimiento de los ocho cielos inferiores. Encima de él está el Empíreo, inmóvil, en el cual conocemos la Rosa Mística, glorificación de los Beatos que ocupan cada pétalo, y que contiene en sí misma todo el cielo. Y, en el punto más alto el Empíreo. Este lugar extraordinario, el Empíreo se encuentra fuera del sistema celestial y, por tanto, resulta ajeno al paso del tiempo a la vez que encierra en sí mismo a todos los cielos.

Dante transitará todas estas esferas, hasta que finalmente Beatriz dejará la guía de Dante en manos de San Bernardo[6], es decir, San Bernardo de Claraval, último de los Padres de la Iglesia. Nótese, acaso para corroborar lo aseverado sobre la influencia esotérica en Dante, que no es Beatriz sino este emblemático personaje, el que proveyó a la orden de los Templarios de su regla y bandera, quien será el guía en el momento más elevado de La Divina Comedia. Aquí San Bernardo es de tan excelso rango, que se permite elevar a la Virgen un himno de alabanza y ruega para que Dante pueda ver la esencia divina. Por intercesión de María, Dante puede ir penetrando gradualmente en la luz de Dios, percibe la forma del universo y la ley de amor que une todas sus partes.  

El punto culmen del Paraíso y también de La Divina Comedia se alcanza cuando Dante contempla simbólicamente la Divina Trinidad y el misterio de la Encarnación del Verbo. La Divina Trinidad es aquí representada por un gran y complejo iris (En la profunda y clara substancia /del alto lumbre me aparecieron tres giros /de tres colores y de un continente /y uno de otro como iris de iris /parecía reflejo /y el tercero parecía fuego), podríamos decir Ojo Supremo, donde el propio Dante se ve reflejado (porque mi rostro en él estaba metido todo). Este extraño reflejo de sí mismo inquieta al poeta que intenta averiguar cómo y de qué manera esto se sucedía; pero un súbito esplendor pone término a su visión espiritual:mas no bastaban las propias alas: /si no que mi mente fue herida /de un fulgor que cumplió su anhelo.”

Luego de lo cual el lector supone un desmayo y su regreso inmediato al mundo cotidiano. De esta manera, pues, el libro termina con un hermoso terceto y un verso de remate que habla por sí mismo:

La alta fantasía aquí está impedida;

mas ya movía mi deseo y mi querer,

como rueda a su vez movida,

el amor que mueve el Sol y las demás estrellas.

 

Gary Daher

 



[1] Debo a Jorge E. Sanguinetti (Buenos Aires, 1928) el apoyo en las notas de pie de página y una parte de las traducciones aquí citadas, pues algunas emergen de mi mano. Tomo estas traducciones debido a que intentan el segundo modo de interpretar la obra, que es el oculto, pero cuando esto sucede se sacrifica la poesía; de manera que cuando quise tenerla el intento es mío, algo bárbaro, sin duda.

[2] Filósofo nacido en el Al-Andaluz en 1135, exiliado 1160 a los 25, vivió hasta los sesenta y nueve años en Egipto. Ejerció la medicina en la corte de Saladino.

[3] Es interesante aclarar que Dante dice aquí "místicos" pero no en el sentido habitual referente a experiencias religiosas, sino en el sentido original de la palabra griega, "mysticós", mustikos= secreto, oculto, "mýstes", musths = iniciado en los misterios, del verbo "myo", muw = cerrar, estar cerrado, cerrar los ojos, callar.

[4] De hecho, hay buenas razones para pensar con Guénon que la Fedeli d'Amore,  a veces designada Fede Santa, filiación templaria laica o secular, era en tiempos de Dante algo que en alguna medida se asemejaba a lo que más tarde se conoció como "Fraternidad de la Rosa-Cruz", si es que esta misma no se originó directamente de ella. Para aclarar un malentendido frecuente aclaremos desde ya que los miembros de la Fede Santa se autodesignaban como Fedeli d'Amore, nombre con el que luego llegó a designarse a la misma Orden. El simbolismo básico era de naturaleza astrosófica, similar por una parte al que los Templarios habían tomado de los cátaros.

[5] La Cruz de Lábaro de alguna manera es también la imagen de un hombre con la cruz sobre el sexo, que no representa específicamente el ascetismo, sino también el sexo sagrado de los primeros gnósticos, pues la cruz es la unión trascendida de lo masculino y lo femenino.

[6] San Bernardo de Claraval (1091-1153) es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha logrado. Nacido de una familia de aristócratas, primer abad de Claraval, fue motor de la prodigiosa expansión de los "monjes blancos" o cistercienses, y profundo renovador de la vida religiosa del siglo XII. Perteneciente a una época muy compleja, en la que tuvo lugar un cisma devastador y mutaciones en todos los aspectos de la vida de Oriente y Occidente, apodado "la quimera de su siglo", iniciador de una cruzada, fustigador de príncipes y papas, fue un predicador formidable, escritor de alto vuelo, asceta exigente y un místico de entre los más inspirados. Integrado en su época, proveyó a la orden de los Templarios de su regla y bandera, y de escritos que exaltaran su cometido en la cristiandad.

 

Dante admiraba en San Bernardo al polemista que denunciaba el lujo de los prelados, al autor de los sermones sobre El Cantar de los Cantares, al luchador por la reforma moral, al consejero del Papa Eugenio III, en fin al devoto de la Virgen María que ahora lo conducirá hasta ella.


eXTReMe Tracker