sábado, noviembre 30, 2019

Lámparas de celofán

¿Hay alguien que pueda cantar
la procesión de las lámparas?








La ciudad detenida no es una ciudad desierta
en todas las esquinas se ha estacionado la gente
sentada en butacas de plástico
imitando a los antiguos  cuando salían a tomar el fresco

pero entonces se reunían en amables sillas
tejidas con paja o con palma
cuando no había motores
ni aparatos de música


ni celulares
ni tanta baratija ultramoderna.

Ahora la gente vigila
para que nadie transite
para que nadie viole la prohibición con su automóvil

y ya no pasan los hombres ni las mujeres
apurados de cumplir con algún capataz
o jefe de oficina siempre nervioso
con su obligación cotidiana de trabajar para otros
ni los muchachos del barrio que iban de fiesta
todos engominados todas acicaladas
en busca de aventuras
y bebidas
y ansiedades banales.

Veintiún días de paro
veintiún días conviviendo de distinta manera
en olla común celebrando
también los insólitos encuentros
veintiún días que te permito que me limites
en una larga queja desaforada
y yo dejándome hacer contra mi costumbre
violentando mis días contra mis hábitos
todo para sostener con una pitita
la cuerda en la que va a tropezar
la mandíbula del tirano.

Con una lámpara de celofán rojo 
pasa la demencia de la mentira.

Pero luego
porque el caído azuza
la muerte espera en las esquinas
la muerte siempre certera de la balas

y no sabes de dónde viene
si del fusil del soldado
o de la carabina del agitador encubierto
la muerte es la muerte hermano
y no hay ángel atrevido que la denuncie.

Con una lámpara de celofán amarillo 
pasa la sacerdotisa de los poderosos.

Desde el bosque quemado
han llegado los espíritus
de tanta naturaleza destruida:
tigres guacamayos toborochis tajibos y trompillos
pidiendo paz
pidiendo agua

y aquí los hombres
otros hombres más jóvenes más audaces
lideran las protestas

han cambiado la máscara
pero son los mismos
dicen que demandan el voto
que son ciudadanos
pero en la mano esconden
—ni ellos mismos lo admiten—
la avaricia
y en su estómago el hambre del poder
el hambre de animal racional que no tiene límites
mientras el rostro sonríe.

Son los nuevos
aquellos que también nos van a doblegar
por oro quién lo diría
que es lo que más te gusta.

Qué no podrías hacer con ese oro
sueño permanente de campesinos
porteros y ministros
y por el que anochecemos
esclavos
y ni hablar de morir que eso es de otros
de un himno que muy pronto todos
habrán olvidado.

Con una lámpara de celofán verde pasa la verdad
pero acaso ya sea muy tarde.

Gary Daher
Santa Cruz de la Sierra, noviembre 2019

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